12.2.09

Realismos varios

Suena a cuento o a novela latinoamericana, pero en mi sala hay una puerta que no da a ningún lado. Es una puerta blanca, de madera con vidrio, con una manija dorada, que estaba en un sitio por demás absurdo en mi casa. Durante la renovación, en noviembre, la saqué de su lugar con ayuda de mi papá y la recargué en el muro del estudio. Y sigue ahí, a un costado del mueble donde están los licores, mis libros y la televisión. Se puede ver desde el comedor y, por supuesto, desde el sofá cama en donde estoy sentada justo ahora.

Los miércoles en mi barrio se puede sacar la basura de grandes dimensiones o muebles en desuso a la calle y el municipio hace un servicio especial de recogida. Ayer era uno de esos días míos de locura en los que quiero terminar todo lo que está sin hacer desde hace meses - todo menos la tesis, por cierto. Así que saqué dos lámparas, una persiana rota, un pedazo de madera, una mesa y pretendí sacar la puerta.

La dejé al final, porque es grande y está pesada. No esperé a que llegara Marco porque bueno, soy así, quiero hacerlo todo de inmediato, cuando se me ocurre. Comencé entonces a arrastrar la puerta por toda la casa. Y mientras me miraba en el espejo o la veía sobre las paredes, me imaginaba a los sitios que podría ir si pudiera empotrarla: si además de voluntad tuviera un poco de artes mágicas para hacerle de pronto fundirse con los muros. Al final resultó que no pude bajar la puerta porque es más grande que el ascensor y ha regresado a su sitio original, pero me quedaron las dudas a donde ir...

Si pudiera fundirse en el muro del estudio, sería una puerta para ir a todos los sitios que muestra la televisión. Sería entonces cosa de alquilar películas de época para que mi casa se convirtiera en una verdadera máquina del tiempo. Entonces sí que tendría sentido la colección de películas que tengo: no sólo por volver a ver los sitios que me gustan, si no para poder estar ahí.

Si pudiera fundirse en alguno de los muros del comedor, se iría a donde estén todos los amigos que se extrañan aquí cuando hay alguna fiesta. Entonces, por ejemplo, al final de mes podríamos reunirnos aquí y salir en Río, en casa de Ángela. O estar hoy en Costa Rica, para el cumpleaños de Vero. O el viernes en casa, para el de mi padre.

Si pudiera fundirse en el pequeño pasillo de la entrada, cerca de donde estaba originalmente, sería para ir a donde se quisiera ir sin perder tiempo. Entonces no llegaría tarde porque me daría cuenta que faltan cinco para las dos pero aún así alcanzaría a entrar al Banco, para la desesperación de las cajeras, o estaría en el cine rápidamente, sin frío y sin tener que tomar un bus.

Y así, iríamos a cocinas del mundo desde la cocina, a los sitios que uno sueña o añora desde la habitación; a lugares intermedios desde el pasillo; y a miradores panorámicos desde la terraza. Mira... quién me iba a decir. Imaginar que porque la famosa puerta no cabe en el ascensor ahora puedo ir al Rockefeller Center desde un huequito a un lado del ficus que vive en la terraza.

1 comentario:

Shatzy Shell, desde la estacion... dijo...

tienes toda la razón, por qué no haces un cuento?