14.9.08

Sauces llorones, budas inmensos, sol lagañoso

Cuando abrí la ventana esta mañana-madrugada, desde el avión podía ver un montón de edificios altos de departamentos, de cuando menos 15 pisos cada uno. Pero los percibía a través de una densa neblina, como nata. Y me acordé de mi mamá que dice que cuando vivíamos en el DF me sacaba a que viera "el sol lagañoso".

Beijing está cubierto por una nata grisácea que hace que los atardeceres sean espectacularmente rojizos. Específicamente hoy, fiesta de la mitad del otoño, de la luna, cuando una inmensa luna llena se asomaba entre los barrios obreros que mi compañera de viaje y yo tuvimos a bien visitar. Es cierto: estábamos semi-perdidas. Pero bajo la excusa de que todo es nuevo y nos genera un entusiasmo fuera de lo normal, caminamos entre callecitas estrechas pobladas por cientos de vecindades y vecinos que nos miraban casi como si fuéramos extraterretres. Supongo que es la misma mirada de extrañeza: con la diferencia de que, por una vez, nosotras con nuestros rasgos occidentales somos minoría.

Tengo el cuerpo entrecortado de dos noches sin dormir (más un inicio de fin de semana épico), pero necesito escribir para acordarme: escribir que esta noche en el parque Benhai, cenamos a la orilla del lago donde decenas de personas viajaban en barquitas, remando, todo iluminado en colores rojizos. Comí unas verduras muy picantes, arroz, un par de cervezas Tsingao. Los farolillos rojos están por todos sitios. Y las flores. Y la gente bailando en el jardín hasta antes que comenzara a caer una tormenta de verano. Alrededor del lago hay muchos sauces llorones que, justamente como se veía en las caricaturas de mi infancia, bailan con una elegancia particular ante los embates del viento.

Antes de llegar al parque, mi compañera de viaje y yo habíamos ido primero al Estadio Olímpico y luego al Templo Lama. Muchos budas se suceden en una conglomeración de pequeños templos donde la gente ofrece manojos (literalmente) de incienso. Me hubiera gustado poder tomar una foto a ese olor a sándalo que me colaba entre las coyunturas de la rodillas y en las manos. Al fondo, ya casi para cerrar, descubrimos un buda de 23 metros, hecho con la madera de un solo árbol de sándalo. No pude evitar pensar en el árbol en Tula e imaginarlo - entre terribles escalofríos - convertido en un Juan Dieguito o en un Marcos de veintitantos metros de alzada.

No es todo lo que se queda en mis ojos el día de hoy. Quizá lo más extraordinario, el parecido a la caótica Ciudad de México que encuentro en Beijing, lo lindos que son los niños cuando sonríen y la luna llena que iluminaba nuestros pasos (aún mientras andabamos un poco perdidas), también llevándose recuerdos para quienes tengo en la mente hoy y que pronto, en unas horas, verán anochecer.

1 comentario:

Tita dijo...

Qué suerte tienen tus ojos al poder contemplar ese mundo,tus ojos y toda tu que te llenarás de sensaciones tan nuevas.
Wow! Disfruta a tope!