Hoy nos despertamos tarde. Como yo ya no escuchó el despertador, fue un poco difícil que le llegara al Duque el sonido a tiempo. El punto es que tuvimos que correr: baño, desayuno, plática rápida sobre el día de ayer. Y después me quedé sola.
Sola para buscar mis arras, en un intento chistoso para resolver un entuerto. Y en la caja donde mi madre aseguraba que había puesto las arras... no estaban ahí. Llamo por teléfono y mamá dice: "Ni modo. Yo te dije que me las dieras para guardártelas yo. Ya te las robaron". Ah, las madres. Maestras de la culpa. Sonaba su voz en mi cabeza, por las arras que habían sido mías, suyas y de mi abuela. El horror.
De la pura depresión, me volví a dormir. Me dormí pensando en mis abuelos, que deberían estarlas buscando. A los 40 minutos, me habla mi madre. Por supuesto, las arras - junto con otros aretes que pensaba que le habían robado - estaban muy bien escondidas en no sé dónde.
Desayunar, tender la cama, sacar tres bolsas de ropa y zapatos para regalar, hacer llamadas telefónicas, comer - todo con largos intermedios para ver la televisión. Y ahora, el Internet. ¿Iré al cine con Eva? Vaya. Esto de ser ama de casa... no sé si me encanta, pero será divertido por algunos días.
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