23.9.04

El misterio del libre mercado

Primer acto. Llego a una casa de cambio de Polanco - en una plaza comercial, de franquicia - a preguntar por el precio de unas monedas de plata. 50 pesos la de veinteavo y 60 la de décimo, me dicen. Me percato de que están acuñadas y fechadas en 2003. Pregunto si acaso tendrán de 2004. No. No tienen. ¿Y de casualidad sabrán si la moneda se acuñó en 2004? No. No saben. Ante mi insistencia, uno de los chicos marca a una "casa matriz" para preguntar. "Pues no. Este año no salieron. A lo mejor a partir de noviembre".

Descorazonada, voy a una sucursal de banco. Pregunto si hay estas monedas, si las puedo conseguir. "Pues no, esas monedas nosotros no las tenemos. Sólo en el Banco de México. Vaya al Banco de México". Cuestiono al amable caballero si habrá algún teléfono en el que yo pueda preguntar sobre la existencia de las sacrosantas monedas. "Pues no, la verdad no. Lo único que puedo decirle es que el edificio del Banco de México está enfrente de Bellas Artes". Uf.

Segundo acto. Dan las nueve de la mañana. El tráfico en el Eje Central y Juárez es intenso, normal en un jueves por la mañana. Las enormes puertas del Banco de México permanecen cerradas y muestran un edificio sombrío, alejado, no propio para los mortales. Me acerco. Un policía entre rubio y cano, con algunas marcas de acné, me detiene. "¿Siiiiii?" - con esas vocales largas que utilizan los mayordomos de las películas viejas - "¿en que puedo ayudaaaarte?". Comienzo a explicarle de las monedas pero, a mi cuarta palabra, ya me cortó. "No, jovencita". Wow, jovencita. "El Banco de México no da servicio al público. Lo que tienes que hacer es ir a un banco". Le conté un poco de mi desventura en el banco y que lo que me urgía saber era si esas monedas habían sido acuñadas también en 2004. "¡Ah!", dijo con sus grises ojos muy abiertos, sonrientes y llenos de sorpresa. Largas arrugas se le marcaban en las comisuras de la boca "¿Así que tú ya sabes lo que es acuñar? Me da gusto, me da gusto... quizá para investigarlo deberías ir a la Biblioteca del Banco, que está aquí como a unas diez cuadras". Mi cara, como siempre, delató mi cansancio. "Bueno", afirmó conciliador, "también podrías ir a unas numismáticas que están aquí en la calle de atrás. Seguro ellos saben".

Ese segundo dato me gustó más. Le dí mis más sentidas gracias y salí caminando rápido hacia las numismáticas famosas. En la primera, un hombre pedía más dinero por muchas monedas que llevaba y otra recibía 29.50 a cambio de cuatro dólares en monedas. Una mujer con los dientes llenos de metal - literalmente - me preguntó que qué quería. Tampoco me dejó terminar. Ella no tenía. ¿De casualidad no sabría ella de alguien que sí? Me envío a unas siete puertas, a otra numismática especializada en monedas para coleccionar.

Y sí. Sí había. La señorita me confirmó que también había del 2004, pero que en ese momento no tenía. "Las pido y el lunes te las tengo". Yo no pude evitar darme cuenta que estaban un poco más opacas de las que había visto antes. Pero me parecío bueno. Pregunté por el precio. 35 pesos la de veinteavo y 45 la de décimo. ¡Una diferencia del 25% en el precio! ¡Yo creía que las onzas de plata tenían un precio fijo en todos los lugares! Ahora sabía que no.

Quedé en llamar la siguiente semana, según lo acordado. Al dar la vuelta a la calle, me encontré de manos a boca con una sucursal de la Casa de Bolsa de Polanco. ¿Entrar o no entrar? Pues entré. Ahí, en la vitrina, con todo y sus estuches individuales y su brillo original, las monedas. No pude dejar de preguntar. "Oiga... ¿y cuanto cuestan los décimos". 48 pesos, me dijo. Y fijó su mirada en la tarjeta de la numismática que traía cargando conmigo, puesta sobre mi enorme edición de los Evangelios Apócrifos.

Como si estuviéramos en un tianguis o en una casa de subastas, el dependiente detrás del cristal inclinó su cuerpo hacia mí. "¿En cuánto te las dan?" "En 45 pesos", respondí. Se para de su silla y va con el gerente de la tienda como el niño vendedor que va con su papá en el tianguis. Hablan en voz baja. Al final, el cajero vuelve a acercarse. "Va. Te las dejo en 45 con todo y cajita".

¡Ni siquiera había dicho yo nada! Digo, fuí muy feliz porque obtuve más por menos pero, bueno... no puedo dejar de estar asombrada. Y bueno. Viva el libre mercado.

1 comentario:

Rax dijo...

¡Gracias! (Abrazos)