29.9.09

Esa morena

La ví ayer de regreso de la Universidad. Al otro lado del cristal se vería, no sé cómo explicarlo, sexy. Brillante. Prometedora.

En el fondo, lo que más me gustaba es que no tiene mayores secretos. Si aprendo a tocarla, aprenderé. Cada vez será mejor. Seré mejor. La conoceré más claramente y podré hacer más cosas interesantes con ella. Me escuchará si le hablo. Y nunca, nunca me dirá que lo que hago es más bien mediocre. Por lo menos no ella.

Esa guitarra de la calle Tallers parece mucho más comprensiva que cualquier otra cosa ahora. Y me pregunto si realmente yo quería hacer una tesis, meterme en todo este fango académico. Enfrentarme a gente que dice que leyó mi trabajo y que NO LO LEYÓ (también yo sé hacer preguntas de trampa) y me puso una calificación de verguenza porque "en realidad, tiene errores formales importantes y me parece que no conoces bien la realidad de tu país cuando la escribes".

¿Por qué la gente quiere que uno escriba la tesis que ellos no pueden o no quieren escribir? ¿Por qué siempre tienen que ser del mismo tema? "Tienes razón, es un reto que quieras hacer una tesis diferente. Pero bueno, sigue intentándolo".

Intentándolo. Eso quieren que haga. Mi director de tesis me escucha enojarme y me mira con consuelo, como queriéndome decir que todo estará bien, que lograremos pasar a los "verdaderos conocedores" de la academia.

Insisto: sería más fácil comprarme la guitarra y empezar a tocar... quién me manda querer ser doctora.

Cuidadito, cuidadito...

Como en canción de María Victoria, el Washington Post acaba de seguir los pasos de varios grandes medios americanos (de los EEUU, pues) para advertirles a sus reporteros y colaboradores que tengan cuidado con lo que publican en las redes sociales - que entiendan que nada es lo suficientemente privado. Entre las normas, les piden que no hagan amigos en Facebook con sus fuentes ni publiquen cosas en las que disientan de la calidad de los medios.

De nuevo: cualquier día de estos, todas las Universidades del mundo harán tomar a sus estudiantes un curso "Common Sense 101" en el primer semestre. Porque parece que eso es lo que falta. La nota, que leí en La Vanguardia, acá.

Esos suizos

Con lo de la famosa neutralidad y el chocolate, parecería que nos tienen que caer bien a todos. Pero lo chistoso es ir a Suiza y encontrarse con gente que a veces es muy racista o terriblemente cuadrada en términos de trabajo. O por ejemplo, pasar por el aeropuerto de Zurich, llegar a la zona de revisión de seguridad, ser seleccionado aleatoriamente para una revisión de esas intensas (salvándote de una revisión de cavidades sólo porque Dios es grande y habla alemán con acento suizo) y luego entrar a las zonas del Duty Free donde, antes de subir al avión, puedes comprar cuantas navajas suizas quieras y llevarlas contigo (eso sí, en una bolsita de plástico sellada).

Esos suizos, tan particulares, son los que tienen al mundo del arte en ascuas al arrestar a Roman Polanski para deportarlo a Estados Unidos por un crimen que podría haber cometido cuando faltaban dos años para que naciera yo. Polanski quien, por cierto, tiene una casa en Suiza y ha ido ahí no sé cuántas veces en los últimos años, iba al Zurich Film Festival a recibir un premio.

Y me pregunto yo: ¿será que quieren ser muy amigos de algún juez americano? ¿será que Polanski se hizo de enemigos en su última visita? ¿Será que al festival de cine de Zurich le faltaba movimiento y espectacularidad? ¿o es nada más que los Toblerones ya no venden todo lo que vendían antes?

Ah, este mundo. Tan loco.

26.9.09

Pequeñas diferencias

- Entre cocinar en casa de mi abuela para 70 personas con un montón de mujeres muertas de risa y hacerlo en una cocina profesional, para dar de desayunar a los comensales que aparezcan, intentando medir las recetas para la posteridad.
- Entre ver los fuegos artificiales agachada sobre el balcón con alguien cogiéndome la cintura para que no me caiga y escucharlos como un bombardeo sobre mi cabeza, sin ganas de salir a ver el humo sola.
- Entre la casa que habitaba hace dos años que se tomaron aquellas fotografías que encontré ayer y la casa (esta misma) que habito hoy.
- Entre levantarse a las tres de la mañana de golpe para escribir una idea clara de la tesina y hacer lo mismo para escribir ficción.
- Entre haber dormido ocho horas o tres, perseguida por pesadillas de primer día de colegio.
- Entre presentarme a abrir el restaurante hoy, que era mi primera vez, y mañana, que es mi segunda. Creo que mañana tendré más ganas y que hoy dormiré mejor. Por lo menos eso espero.

23.9.09

Yo, la estuata

No es que me crea aquello de que "eres un monumento" que gritan por las calles. Es más, creo que nunca me lo gritaron. Pero el fin de semana, en la Bienale de Venecia, disfruté profundamente con que Daniel Birnbaum, el curador, esté convencido de que el buen arte no está peleado con el humor. Así que me paseé por salas llenas de pinturas, instalaciones, videoarte y con jardines de falsas o verdaderas esculturas, como la serie "Eleven Heavy Things" de Miranda July, sobre una de las cuales, me fotografiaron.



Y tomé la foto como una suerte de deseo, de pensamiento de mi madre sobre mí, de deseo y esperanza de mí sobre mi misma. Eso es lo que cuenta del arte: que te haga sonreír (o llorar, o estremecerte, o pensar) y te deje después algo, aunque sea una esperanza de que las dudas en tí misma no devoren tus sueños.

Más fotos de la Bienale aquí.

22.9.09

Extensiones de la vida

Hace semanas que los aguacates desaparecieron de mi lista de la compra. A menos de que tenga unos invitados muy especiales o curso de cocina, la esperanza de comer guacamole disminuye conforme va subiendo el precio por kilo. Tampoco es inusual: cuando yo era chiquita (que no hace tanto), las frutas y las verduras eran estacionales y no pasaba nada por solo comer mandarinas en diciembre. De hecho, el que las cosas fueran de un momento, te hacia que lo disfrutaras más.

Total que hace como media hora llegué a hacer compras de emergencia en el Paki de la vuelta de mi casa (Paki-Mini super atendido por pakistaníes que abre prácticamente a todas horas). Cuando llegué a la puerta, me encontré con las típicas cajas de "basura" que son frutas o verduras ya muy pasadas, que dejan ahí para que la gente las recoja antes de que pase el camión. Había cuatro aguacates. De lejos, tenían buen ver. No pude evitar acercarme un poquito y tocarlos, por encimita, para ver cómo se sentían. El primero, malo. El segundo, bueno. El tercero, más bueno. El cuarto, malo.

Me metí a la tienda sin saber qué hacer. "¿Y esos aguacates, ya los vas a tirar?", le pregunté al chico que atendía que sólo me dedicó una inclinación de cabeza. Tomé dos tomates, cebolla, un pimiento, plátanos, una barra de pan, leche. Vamos, el super de supervivencia. Pagué. "¿Te molesta que me los lleve?". En respuesta, me miró y alzó los hombros.

Me traje los dos aguacates a casa. Los lavé y abrí el que sentía más flojito. Tenía, sí, un pedazo marrón, pero el resto era utilizable. Pique jitomate, cebolla, el pimiento, saqué limón. Y mi guacamole está buenísimo. Vaya cena sin esperarla para mí - vaya extensión de vida para el aguacate.

16.9.09

Muda

Compañeros de piso van y vienen. Amigos van y vienen. Veranos van y vienen. Empieza el curso. Casi me quedo dormida en el salón. Llega la nota de la tesina. Me emberrincho. Me pongo a hacer el diseño de un libro por algún acuerdo extraño: cuando lo tengo casi listo me dicen que el texto estaba malo. Casi lloro. Total, es lo que hay.

Me siento en posición casi yogui en mi sala. El problema es que no me puedo concentrar. Y en mi cabeza, hay demasiadas cosas.

Uf. Párenme, por favor.

9.9.09

Queremos una mamá biónica para mi tocaya...

¿Le sobran unos pesos o unos euritos? Por favor, únase a esta súper campaña... es de verdad, yo conozco a la Tocaya y también a la China... y la queremos biónica.

Señales

Sobre todo en las grandes ciudades, tengo la mala costumbre de buscar señales - signos de buena voluntad. Son masivas, anónimas, extrañas. Y al mismo tiempo se parecen tanto entre sí. Los conductores en Ámsterdam son los mismos que hay en Roma, en Madrid, en NY o en el DF: malhumorados, a la ofensiva, agresivos. La gente no se mira. Es fácil saber quiénes viven ahí y quienes están de visita: unos miran hacia arriba y los otros hacia abajo.

Hace justo una semana tomé un tren de mañana a Ámsterdam, a ver qué sucedía. Qué encontraba ahí. A buscar a dos mitos de mi infancia. A buscar una señal.

No pedí un mapa. No pedí ayuda. Me perdí en las calles, buscando algo. Ví en mi primer paseo una librería de viejo, cerrada. Fuí a buscar al primer mito. Lo encontré, lo desmonté y luego seguí caminando. Regresé a la calle. La puerta estaba abierta. Un hombre de cabello totalmente blanco estaba sentado en una mesa caótica, mirando a un lápiz y escuchando a una discusión en la radio. Pregunté si hablaba inglés. Me dijo que sí. Pregunté si tenía algo de mi argentino favorito, pero en holandés. Me contestó que no me escuchaba: que estaba un poco sordo y la radio demasiado alta. Apagó la radio. Le repetí el nombre y me dijo que lo esperara. En el aparente caos de la tienda, movió tres o cuatro libros y de pronto sacó una edición de 1975 no de cualquier libro, sino de MI LIBRO FAVORITO.

Salí de ahí esperanzada. La sonrisa del hombre, el libro en mi bolso (que palpita, se despereza, casi se revuelve adentro, como un gato) y la certeza de que en esa ciudad, a pesar de todo, también hay cosas buenas para mí.

7.9.09

Verano indio

Me pasé todo el fin de semana con frío. Mis pantalones de mezclilla ya se paran solos porque, por supuesto, sólo me traje un par y muchas falditas y vestidos, todavía confiada en el verano barcelonés. Pero nada. Acá, en las tierras bajas, había entrado de lleno el otoño. Y yo, destemplada, iba por aquí y por allá con un suéter que me queda como cuatro tallas más grande... Todo el mundo me decía que el colmo era que, justo cuando yo me fuera iba a entrar un "indian summer" - una especie de pequeño arrepentimento del clima, que regresa a pleno verano en lugar de seguir coqueteando con el otoño.

Qué hacerle. Nunca he sido gran amiga de los meteorólogos.

Hoy decidí que ya no me ponía el pantalón de mezclilla y salvé del fondo de mi maleta unas medias negras, muy densas. Con falda y tenis, no sería tan difícil eso de ir a caminar al centro. Me bañé, trabajé hasta pasado el medio día y luego salí a hacer "los mandados".

Ya por ahí de la esquina, me parecía que mi gabardina (en la bolsa) me iba a sobrar. Cuando llegué a la avenida me dí cuenta que me sobraba la gabardina, el suéter y las medias. Es más, hasta los tenis. Lo más correcto hubiese sido traer unas sandalias.

Así me recorrí el centro de Rotterdam, envidiando a la gente que chancleaba con felicidad las calles. Yo, con mis piernas mejor torneadas por las medias y mis pies mejor sujetados por los tenis, los miraba con un poco de rabia. Y seguí. Y caminé más. Y de pura rabia caminé mucho más lejos que hasta ahora...

Esta ciudad, como tantas otras, parece perfecta a la luz del verano. Aunque sea indio.

4.9.09

Cosas de familia

Ando buscando a los héroes y a los mitos de mi infancia y mi adolescencia. Desde mi infancia y mi adolescencia. A veces, cuando llego a ciertas ciudades, me acuerdo de ellos otra vez - con más fuerza. Y hago peregrinaciones a donde pudieron haber estado, donde quedó algo de lo que fueron.

Ayer fuí a la Casa de Anna Frank. Me subí al tren a Amsterdam pensando en la niña de diez años que se enamoró del libro y lo llevaba cargando de un lado a otro. De la que se horrorizó con la sensación de claustrofobia, y se enamoró de Peter y quería salir a la calle, a correr. De la que no era judía pero se sentía por un momento al leer la historia de alguien que se llamaba como ella.

Me prometí entonces ir a la casa de Anna Frank. Ya iban incontables visitas a los países bajos y nada. Ayer supuse que ya estaba bien: que había que ponerles atención a mis recuerdos infantiles. Y me hice la súper fila que toca hacer y entré al número 267, aunque debí de haber entrado por el número 263.

Me dieron muchas ganas de volver a leer el libro. Y con cada frase me acordé de mi misma. Y pensé que esa niña, a la que se le alaba por su contribución a los presos del mundo, quizá no hubiese sido una mujer muy agradable. Lo dice esta terrible autoconciencia, las declaraciones de las mujeres que les ayudaban que afirman que lo peor que se podía hacer era interrumpirla cuando estaba escribiendo... nadie duda que su contribución hubiese sido la misma. Pero quizá no tendría tanta repercusión y podría haber sido además una mujer bastante malhumorada. Con todo eso me salí en la cabeza y con la voz de Otto Frank que, aún sorprendido por los contenidos de los diarios de su hija, confiesa que cree que en realidad, ningún padre conoce a sus hijos.


Luego me fuí al Museo Van Gogh. Me encontré con que estaba medio cerrado, pero igual. Con una narración que desmitificaba el loco del que me habló mi profesora de historia del arte - el hombre quería vender, buscaba conceptos que se vendieran y pidió que lo encerraran en un hospital cuando se empezó a "poner loco". No era un desatado. Hubo que convencerlo para que dejara la pintura clásica. Dudaba de su capacidad. Y luego, cuando se murieron él y luego su hermano (su promotor, su mecenas), fue su cuñada quien comenzó a trabajar para que su obra se conociera: editó la correspondencia entre los hermanos y la puso a la venta. Para algunos fue una gran contribución por puro amor al arte. Yo creo que la pobre se vió viuda y con un montón de obras que no iba a poder vender a menos de que les hiciera buena promoción. Y comenzó a alimentar el mito de que su ex-cuñado era bueno, pues, un poco loco.

Él, que quería ser pastor. Y que pintó los girasoles en un gesto de agradecimiento para su casera francesa.

No cabe duda. Hay cosas que sólo quedan en familia.

Momentos de museo

Fanática irredenta de los museos holandeses, cuando ando de este lado intento culturizarme a marchas forzadas. El resultado es que acabo muy cansada, pero hay cosas que siempre estoy feliz de haber visto.

Gemeentemuseum, La Haya
* De schone slappster (La Bella Durmiente): una mini colección de unas diez piezas pre-rafaelistas traídas del Museo de Arte de Ponce, en Puerto Rico. Hay un cuadro de tres por siete metros de "El último sueño de Arturo en Avalon" que le tomó 20 años a su autor, Edward Burne-Jones, pintar. De hecho, se murió sin verlo terminado.
* Un montón de salas hasta el fondo de museo, en las que a alguien se le ocurrió "mudar" los muebles y las paredes de palacios del siglo XVIII. Lo increíble es lo mal que casan con el edificio. Y mejor aún, que hayan decidido poner a la mitad de todo una serie de piezas de arte contemporáneo en vidrio. Es como si alguien hubiera perdido un pedazo de la cabeza ahí.
* Un cuadro azul de Yves Klein por ahí... en una esquinita... como si el museógrafo no supiera muy bien dónde ponerlo. Y lo mismo pasa con un par de grabados de Otto Dix y hasta un Van Gogh.

Boijmans Van Beuningen, Rotterdam
* Los miércoles es gratuito.
* Justo a la entrada, entre las cajas y el guardarropas más lindo del mundo, hay tres salas que son gratuitas siempre. Entre ellas, un montaje de Pipilotti Rist que se llama Laat Je Haar Neer (Let your Hair Down) en el que te subes a una escalera y luego te puedes subir a una estructura de red y quedarte suspendido a una altura de dos pisos, mirando una película. La sensación es lo máximo.
* Otra intervención, cerca de la cafetería, de Tobias Putrih y el estudio de arquitectura MOS. Hicieron una cueva de hielo seco a la mitad de una sala. Es lo máximo. Y uno se puede meter ahí.
* Las piezas nuevas de la colección: ojo con un súper coso amarillo de Klaas Kloosterboer - no es una pieza clásica de pintura pero está construido con los mismos elementos e igualmente colgado de la pared. A la mitad de la expo hay una pieza de Emo Verkerk, sobre la visión de los peces ;). Al fondo, fondo, fondísimo, un par de piezas de Berend Strik que no hay que perderse: complementa fotos, diseños o pinturas cosiéndoles encima tela. Ojo con la vista africana impresionante.


Casa de Anne Frank, Amsterdam

* 8.50 euros la entrada.
* Las colas de verdad son larguísimas. Yo llegué temprano y ya estaba lleno de gente.
* Está planeado para que lo experimentes en muchos idiomas, lo que está muy bien.
* La casa es increíble.
* Hay una exposición interactiva que se llama Free2choose sobre los derechos fundamentales. Una manera muy divertida de descubrir si eres o no neoconservador.

Museo Van Gogh, Amsterdam

* Es carísimo: la entrada cuesta 12,50 sin reducción para nadie.
* Está cerrado como por mitad. Entiendo que a partir de finales de septiembre ya lo tendrán abierto todo, pero están cambiando las salas.
* La museografía cronográfica de los Van Goghs es lo máximo. Y los cuadros japoneses muy perturbadores.
* Hay una exposición temporal sobre un coleccionista - Andries Bonger, en específico sobre lo que tenía de Odilon Redon y Emile Bernard. Son contemporáneos a Van Gogh y Bonger le compraba la obra a Theo Van Gogh, hermano del artista. A pesar de que tuvo algunos cuadros de Vincent, los vendió, porque no le gustaban mucho. De estos dos, de sus colecciones, ojo con los grabados y las litografías. Y con la manera en cómo la obra de Van Gogh bueno, no casaba con los gustos de la época.

¿Cuánto cuestas?

Insistió. Me pidió ser su "amiga" en Facebook otra vez. No pude decirle que no. "Ya me borrarás después si quieres". Me sonrojé de pensar que me estaba leyendo la mente.

Después pensé que quizá tenía suerte. Que esto de tener 400 amigos en Facebook (ya sé, qué verguenza) y tratar más o menos con frecuencia con la mayoría (ya sé, qué socialité) era más bien algo de lo que estar contenta. Y no ser una de esas que compra amigos de Facebook a empresas, para que no se vea tan "deslucido" su perfil.

¿Será que se cotizará ser amigo de alguien? ¿Podríamos hacerlo negocio? Ya... debería de ponerme a trabajar.

2.9.09

Mátenme porque me muero

Empecé a pensar en la muerte otra vez la semana pasada. Fuí al cine a ver Despedidas, la película japonesa que ganó el Óscar a Mejor Película Extranjera este año. Altamente recomendable, no sólo recupera el ritual del embalsamamiento japonés, sino que muestra de forma bastante cruda cómo nuestros sentimientos al final se destapan. Literalmente al final, cuando tenemos que despedirnos de alguien por última vez.

Hace años, muchos años - y creo que ya he hablado de ésto - mi "primer amor" me aseguró que si alguna vez a él le diagnosticaban Alzheimer, se iba a dar un tiro. Me acuerdo haberme enojado profundamente y pensar que estaba loco - durar semanas molesta con la idea. Yo tenía quizá 18 años. Y no me podía imaginar queriendo que alguien querido se muriera.

Y sin embargo ahora, que ya he visto a gente enferma de Alzheimer, que he visto a mis abuelos morir de forma radicalmente distinta - uno después de una larga enfermedad que lo llevó a menos durante años, otro después de dos días de enfermedad brutal -, pienso diferente. Pienso diferente de la eutanasia, cuando sé de tanta gente que tiene un día a día tan triste y tan doloroso. La extensión de la vida por la extensión misma me parece un poco idiota.

Hace poco me volvieron a insinuar, alguien muy querido, que si se enfermaba de Alzheimer preferiría morirse pronto. Lo entendí perfecto. No fue la imagen de él dandose un tiro, sino la imagen de él negándose a perder sus recuerdos, su dignidad.

Da para mucho para discusión. Seguramente volverá a tocar estas puertas. Pero creo que la gente que de verdad, de verdad quiere morirse, alguna razón tendrá. Y también creo que hay que tener la claridad de ofrecerles no solo una muerte digna, sino una vida digna. Si vamos a hacerlos que sigan viviendo, tenemos que garantizar que sea en las mejores condiciones. Y que guardemos el mejor recuerdo de ellos. Creo.

Vaya miércoles lúgubre el mío. Y la peli... la peli es preciosa. Hay que verla.

1.9.09

Qué lástima, pero adiós...

Ahora resulta que la gente odia al Facebook. Que se sienten defraudados al saber que lo que han puesto ahí puede verlo tanta gente, que les quita horas de valioso trabajo. Y hasta el NYT apunta que hay una especie de éxodo: que mucha gente está cerrando sus cuentas de Facebook.

Yo he escuchado la amenaza más de una vez. He recibido peticiones de parte de amigos y familiares para que yo haga lo propio. Para que me aleje de este invento del demonio.

La verdad es que hay cosas a las que yo no me apunto: por ejemplo, odio las galletitas de la fortuna. No soporto la idea de los video-chats. Siguen gustándome los libros y los periódicos impresos. Y Facebook es una de esas cosas que antes no nos hubiéramos imaginado: no me veo poniendo un periódico mural con las cosas que pienso o hago afuera de mi despacho o en la puerta de mi casa. Pero ahora, por lo que hay, me gusta. Participo en lo que puedo. No formo parte del éxodo.

No hay nada mejor a lo que irme.