25.1.09

Tornados y fábulas

Quizá fue el viento. El sábado, al levantarte, la ciudad estaba revuelta. Toldos, cortinas, macetas, todo caía dejando hasta muertos a su paso. Un taxi aplastado en la Diagonal. En tu casa, los cristales azotándose contra los marcos de las ventanas. Todo a punto de explotar pero adentro, la relativa calma.

Ese viento fue lo que te hizo pensar en tí. En las cortinas y macetas que han salido corriendo, las cosas que han quedado muertas a su paso. Las posibilidades de futuro que son aplastadas como un auto por una palmera. Siempre, todo como si estuviera a punto de explotar. Pero en ti misma, en tu casa, aparentemente tranquila, la relativa calma. Confiando en la seguridad que te ofrecen las voces. Las mismas que se lleva el vendaval.

Pero es una cuestión de vísceras. De que cuando lo piensas demasiado, comienzas a lagrimear de pura duda. En el estómago, en el riñón (cavidad oculta-piedras), en todos lados, hay un cierto dolor que afirma que las ventanas podrían romperse, que el tornado podría alcanzarte y azotarte contra la pared. No llevarte a Oz, sino al fondo de un sitio que ni siquiera imaginas.

(No, Toto... ya no estamos más en Kansas...)

Y sin embargo, hablas por teléfono, te escudas, te imaginas razones. Construyes barricadas y defiendes tu lógica a golpe de recomendaciones. El vendaval sigue. Y puede parar. Pero sabes que los cimientos de tu casa no aguantarán el próximo. O quizá sí. Pero rechinará cada día más, demostrará que no está lista en cualquier minuto.

Miras la casa. En realidad, no necesitas más razones. Lo dice tu estómago. La decisión está tomada y ahora lo que falta es comunicarla, lanzarte, enfrentarte a esos jueces que según tú son tan críticos, esperan tanto, pueden ser tan crueles... o no...

Y sin embargo... miras por la ventana y piensas que es mejor una casa débil que no tener ninguna. Es cierto que los próximos meses serán primavera y podrías vivir en ese jardín, en esa casa de campaña, desde donde además tendrás más cerca las estrellas... ¿Pero si no encuentras casa para el próximo invierno? ¿Pero si este arrebato de cigarra te deja a merced de las hormigas que se reirán de tí?

Se calma el viento. Guardas los zapatos rojos. Cuentas tus ahorros y ennumeras tus posibilidades. En el fondo, estás harta. En el fondo, ya no quieres seguir más ahí. Y sin embargo el miedo... siempre el miedo...

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