14.12.09

Empatía

Descubres que te duele. No es que debería de dolerte o no. No te toca. Pero te duele. Como una aguja en la pantalla de la televisión, como alguien que se cae en la página 15 de tu libro. Sientes el metal entrando a la vena. O las piedras pequeñas que se incrustan en tus rodillas. Sabes que dejará un pequeño globo, una costra, algo. Te duele.

Te duele porque le duele al otro. Porque no quisieras que le doliera. Porque como lo quieres, verás que sufre. No quisieras verlo sufrir. Quisieras cumplir con esa promesa implícita que nos hacemos cuando comenzamos - sin saber - a querer al otro: haré lo que esté en mi mano para hacerte la vida más sencilla, menos dura, más amable. Y no puedes.

Por eso te duelen las cosas que le pasan al otro. Pero también te duele, la verdad, por un momento de egocentrismo absoluto. Piensas - qué tontería, dirán otros, pero es así - cómo encajarías tú algo así. Cómo te sentirías si lo estuvieras viviendo en tu piel. Qué harías. Hasta que punto aguantarías. Cuál sería el siguiente paso para recuperar la normalidad.

Te duele el dolor de otro porque puedes reflejarlo en ti mismo. Y te da miedo que te duela igual.

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