25.8.07

Viernes Imposible

No podía trabajar en la oficina, porque era festivo de la ciudad. Eso quiere decir que todo el mundo estaba de fiesta y que nadie, nadie me iba a abrir el edificio. Fácil, pensé. Me llevo todo en el disco duro externo y trabajo desde casa. Ja. Mi PC es una porquería y no le cabe nada, ni siquiera el programa que tenía que usar. Entonces me fui por la computadora de L (desde donde escribo ahora, en un momento de descanso). Llegué a casa y comencé la instalación del programa... pero me faltaba el disco 2 de 3, que seguramente está muy tranquilo sobre mi escritorio en Sitges. Drama. Por Messenger, descubrí que Alejo tenía el programa y me lo instalaba... así que desde el centro de Barcelona hasta Sarrià con la computadora a cuestas.

Llegué, instalamos, comimos, vimos unos - demasiados - capítulos de Sex & The City, hablamos de las cosas difíciles de las relaciones y de vivir solo en un departamento en Barcelona y me salí como a las 7, porque tenía un concierto. De hecho, dos. A casa, a dejar la computadora y cambiarme de ropa. Llueve. Me pongo la gabardina y tomo mi odiado paraguas - los odio. Autobús y llego al concierto de los Santo Remedio, grupo costarricense, que tocaba en el ¡auditorio! del hostal más grande de Barcelona. Covers, canciones de bailar, todo mundo muy lindo, que qué guapa estoy, que a dónde vamos, que no sé qué. Total. Me voy con las niñas a cenar mexicano. 40 minutos de espera - lógico, viernes de agosto, sin reserva. Finalmente cenamos cualquier cosa y pasadas las 12 nos vamos hacia el concierto de Edu con los Gangsters of Love (nombre chulísimo). Llegamos al Monasterio a escuchar el encore. Estaban tocando sin vocalista, sin coros, sin un guitarrista: fue la noche de los espontáneos. Las niñas, preocupadísimas por mi salud mental, intentan hablarme sobre la conveniencia de que intervengan en el asunto sin terminar que vengo arrastrando. Pero no nos oímos. La música está demasiado alta. Salimos hacia un bar de turistas en frente del puerto. Nos tomamos las cervezas más baratas de la noche mientras hablamos, intercalando, de tallas de sostenedor y de mi estropeada vida, ja.

A las dos, comienzan a hablar los de Santo Remedio que están en el Port Olimpic, que vayamos con ellos a bailar. Yo nunca había estado en el Port Olimpic, pero no me apetecía. En realidad, las cuatro estábamos en la misma situación. Pero decidimos ir, en un arranque probablemente inducido con whisky. Nos subimos a un taxi en el que las chicas siguen hablando de tamaños de tetas y culos para encanto del taxista, un chico argentino que no se reía pero sonreía constantemente (yo lo veía en el retrovisor). Me encontré dos euros en el piso del taxi. Salimos y en cuanto había arrancado el taxi descubrí que había dejado a cambio de la moneda - mi móvil. Vero llama inmediatamente y le contesta una voz que dice: "Hola, Vero". Ella se alarma y pregunta a quién llamó. "Al chico del taxi. Tengo el móvil de tu amiga. Ahora regreso a donde las dejé". Y me dió mi móvil. Y yo creí en la bondad de los extraños.

Encontramos a los ticos y nos fuimos derecho a un bar llamado "La Mar Salada" - ah, la creatividad. Ya se había acabado la música latina y había sólo dance, electrónico y rap. Era divertido hasta que empezaron a entrar chicos que tenían coreografías y se subían a la barra a bailarlas. Directamente raro. Nos salimos. Ya nos íbamos. Pero los ticos nos convencieron de que buscáramos otro sitio. Había uno cercano que estaba tocando música latina. Entramos y comenzamos a bailar: el Meneíto y la Macarena. Era tan imposiblemente cutre que nos hizo gracia. Un mesero muy malencarado cada que pasaba golpeaba a uno o a otro, pero no le hicimos más caso. De hecho, logramos llenar el bar de gente, incluyendo un inglesito que bailó con Vero y luego le regaló una rosa. M, contagiado del espiritu, nos compró rosas también a nosotras. Todo muy divertido. Volvió a pasar el mesero, golpeando a todo el mundo, y K lo tocó con la rosa, en plan atención. El tipo volteó hecho una furia y le farfulló algo. Vi a K darse la vuelta y tomar sus cosas para salirse después de decirle algo con cara de enojo y tirar, en el proceso, un cenicero. Luego vi la mano del tipo levantarse y caer con fuerza sobre el cuello de K. Intenté acercarme, pero cuando menos acordé el inglesito ya me había sacado jalándome de la camisa y M se había ido a golpes contra el mesero. Los vi en el suelo. Alguien se acercaba con una botella en la mano. Quise entrar pero no me dejaron. Me separé de la entrada. Los golpeadores de los bares de al lado llegaron y M salió corriendo. Me fui detrás de él y de los golpeadores, con el resto de las niñas a mi vera. Cuando llegamos arriba, entre dos gorilas tenían a M en el suelo e intentaban golpearlo. Un corrillo de taxistas se había reunido alrededor y les gritaban que no lo tocaran. Le pregunté a uno de los taxistas que si había policía. Me dijo que los llamara. Marqué inmediatamente y puse el reporte.

Como por arte de magia, dos minutos después apareció una patrulla del otro lado de la calle. Corrí hasta alcanzarlos. La rosa que llevaba en la mano se rompió. Tiré el tallo. Les expliqué la situación y que había llamado. Me dijeron que no eran ellos, pero que la otra patrulla no tardaría, que los esperara. Dieron una vuelta y regresaron. Les expliqué lo que pasaba y los lleve hasta donde los de seguridad - no los gorilas, sino unos de seguridad del puerto - tenían a M y a las chicas. Al fondo se veía una ambulancia. Yo recordaba haber visto al mesero con la cara llena de sangre: M no sólo es más masivo, sino que tiene un golpe certero. Y, a diferencia del mesero, no había tomado más drogas que algunas cervezas. Fui y vine reuniendo información, trayendo agua, hablando con los Mossos (los policías), tranquilizando gente. El dueño del bar, un estúpido que parecía haberse metido todo el polvo de un bote - ojos desorbitados, falta de auto control - se acercó y con mímica amenazó a M. de muerte... enfrente de los policías. Creo que si de por si los teníamos de nuestra parte, ahí se definió la situación.

Llegó una investigadora, de paisano. Tomó los datos. Y después de un rato nos dejaron ir... de hecho, nos acompañaron afuera y nos dijeron que no nos quedáramos más y que al otro día fuéramos a poner una denuncia. Estuvimos un poco más enfrente del Casino en lo que nos reunimos todos. Todavía hubo un poco más de tranquilizarse. Tomamos taxis y salimos para las casas. Me bajé del taxi en Via Laietana cuando marcaban las 5:45 de la mañana. Caminé lento hacia casa. No sabía si quería hablar con alguien o no. Tenía trabajo que hacer - tengo - y pensé en llegar a hacerlo, aprovechando la descarga de adrenalina. Pero quizá no, pensé. Mandé un par de mensajes, que nadie contestó. Cerré la casa con seguro. Me lavé los dientes. Me puse pijama. Me acosté. Y en ese momento me dí cuenta que tenía ganas de llorar. Y de que me sentía un poco sola. Y me dí la vuelta, abracé la almohada y cerré los ojos. A veces es lo que toca.

Última: K y M están bien, todos nerviosos, ella un poco lastimada, pero sin mayores consecuencias. Ya se tomaron las provisiones que se tenían que tomar. Y no, no tengo ganas de regresar al Port Olimpic.

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