29.8.07

Regalos

Todos los días salgo de mi casa a las 6:45 (minutos más, minutos menos) para llegar a esta sacro-santa oficina a las ocho. Barcelona sigue dormida, con excepción de los que siguen de fiesta y los que trabajamos temprano. Entre los que trabajan temprano hay un chico, muy moreno, con rasgos que podría calificar de pakistaníes - y espero no estar pecando de mala-conciencia-social - que sale de la boca del tren cuando yo entro con enormes atados de flores. Es costumbre durante las noches en Barcelona, que varios vendedores ambulantes anden por ahí ofreciendo rosas a los transeúntes. Supongo que él es el encargado de ir al mercado de la flor por las mañanas a recoger la mercancía del día.

Tengo todo el año haciendo este horario, así que nos hemos acostumbrado a vernos por lo menos una vez a la semana. Desde hace un par de meses, nos saludamos con una inclinación de cabeza y una pequeña sonrisa. Ayer, por primera vez, escuché su voz. Clara, a pesar de ser de mañana. Me sonrío, como siempre y me dijo: "¿Quieres una?". Yo asentí con la cabeza. Y sacó una rosa rojísima de su montón y me la dio. Nos deseamos un buen día. Yo seguí mi camino (una hora casi, hasta la oficina) con una sonrisa un poco idiota. Cuando llegué a la oficina, todo mundo se río un poco. Ahora, mi rosa - perfecta, erguida - me mira en su carísimo florero (una botella de agua de un litro y medio que está detrás de mi monitor. Y siento que la vida es buena.

Ayer también me habló Vinader para preguntarme si ya había visto la contraportada de La Vanguardia. Y pues no, no la había visto. Y por lo tanto no me había encontrado con su foto y su entrevista, sus frases lapidarias: "A estas alturas, ya no me importa si vendo o no: el buen periodismo es más necesario que nunca". Y yo, claro, con el pecho hinchado de orgullo. El único problema es que salí de la oficina a las ocho de la noche. Y no encontré ningún sitio donde comprar el periódico. Estaba rumiando mi tristeza en la estación del tren cuando, en una esquina, me dí cuenta que había un periódico tirado. Y era La Vanguardia. Y Vinader estaba en La Contra. Y estuve con una sonrisa tonta hasta casa, a pesar de que me dolía como nunca mi cuello contracturado.

En la tarde, también me regalaron un exceso de ácido y de lejanía, que me confirmó que los momentos son eso: momentos y no temporales. Cynthia me llamó desde México, para ver cómo estaba. Me llamó Vero. Y mamá. Y Laurence. Y el mismo Vinader. Y hubo varios en el messenger que se apuntaron al grupo de apoyo, ja. Y cuando me dormí, después de ver House y darme cuenta que hay lisiados más lisiados que yo (por dentro y por fuera) tuve por un momento la sensación de que el mundo se iba.

Esta mañana me levanté dos minutos antes de que sonara el despertador. Me arremoliné en la cama y después me bañé con ritual largo. Salí cuando sonaban las tres campanadas de la iglesia de Sant Pere. No me encontré con el chico de las rosas. Alcancé bien el tren, que se detuvo sospechosamente a pocos metros de la estación. Volvió a arrancar, pero sonaba todo. Y luego fue muy rápido. Con los ojos cerrados, pensé en descarrilamientos, bombas, terror. Y me reí al darme cuenta que lo que más me preocupaba era que nadie iba a encontrar los archivos en los que estoy trabajando, porque son un poco caóticos.

Al abrir los ojos, mientras sonreía, me encontré con la cara expectante de una mujer de unos 50 y muchos años, que comenzó a hablarme. Me contó toda su vida. Me dijo que estaba nerviosa, y necesitaba hablar con alguien. Yo la escuché hablar de su divorcio, de sus hijos, de sus clientes en el banco, del hombre al que una cubana había estafado, de su preocupación porque su hijo está saliendo con una rumana "y, ya se sabe, esa gente que viene de fuera lo hace porque en su país no se está bien, y seguro está buscando quedarse con el piso cuando tengan un hijo". No me reí. No asentí. No hablé. Intenté no sentirme aludida - porque no era para mí. Sin embargo, la mujer del tren me confirmó una cosa que ya había visto yo días antes con El Diablo: no es que la gente sea mala, es que es directamente pendeja. Y habemos algunos a los cuales la pendejez de los otros nos hace ámpulas con rápidez.

No hoy. La rosa me mira. Tienen que venir cosas mejores.

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