Ocho de la mañana con dos minutos. Mientras camino por el centro de L'Hospitalet hacia la oficina, suena mi móvil de empresa. Es el Maniquí. Está un poco, bastante histérico. Comienza por decirme que en la oficina todo es un cachondeo. Como sigue gritando, pongo mi mente on hold. Y trato de imaginarme que la oficina fuera un cachondeo en el sentido más mexicano posible. Argh. Regreso a escucharlo gritar. Leo entre su incomodidad que trataba de hablar con su secretaria sin éxito. Como a todo le digo que sí se calma. Al final, me dice el mensaje que buscaba comunicar en medio de su ira: que llegará tarde a la oficina y no tomará clase de inglés.
En el despacho, la gente se revoluciona. Yo trato de no pensar en ello. A media mañana, salgo a desayunar con mis compañeros. Usualmente tomo el café en un sitio en donde acabo oliendo a tabaco: hoy llueve y decidimos hacer una excepción y tomar café con churros... en la casa primigenia del Maniquí. Justo cuando nos terminan de servir el café, pasa. Masculla un "bon profit" y se va corriendo hacia la barra. R, que es muy bueno, va por él para que desayune con nosotros. Y le pega la bronca. Grandísima. Otra vez que si el cachondeo y la mano del muerto. Que tenemos 15 minutos para desayunar y no media hora. Blah, blah, blah. Se atraganta el desayuno. Nosotros terminamos tranquilos y nos vamos. Nos ve salir y paga despavorido. Estamos subiéndonos al coche y lo descubrimos corriendo hacia el suyo. Increíble, pero quiere llegar antes a la oficina. Nosotros nos adelantamos. Y llegamos antes. R. se queda estacionando el auto y el resto nos apuramos en alcanzar nuestros despachos. Me río. Tengo la sensación de que nos hemos hecho la pinta (hacer campana, dirían aquí) y el profesor encargado está a punto de pegarnos la bronca.
No me puedo quitar de la cabeza su imagen recargada en la barra, con su cabello verde que - además - está en franca recesión al más puro estilo franciscano. Si en lugar del saco (americana, que dicen aquí) tuviera una camisa blanca de manga corta, sería simplemente la copia al carbón de William Foster, personaje de Michael Douglas en Un Día de Furia (Falling Down). Y así va el pobre, pobrecito Maniquí, viviendo como dice el tagline de la película: "the adventures of an ordinary man at war with the everyday world".
Actualización: Su siguiente arranque fue intentar cancelarme mi viaje a Italia la próxima semana. Pero nada. Parece ser que mientras no le dé por convertirse en militar y cargar con él una pistola, tampoco es que sea tan peligroso.
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