19.6.03

El

lo conozco

con su virtud de mariposa
se posa sobre la piel del leproso
y cura toda herida invisible

tiene en su saliva
en la suave cadencia de sus ojos
la combinación que abre la puerta
del nuevayork olvidado que se esconde en mi cajón

el cuerpo se le ha convertido en un reino
en un parque central que recorren mis carrozas
cuando respira
siempre se queda con un poco de mi aliento

se acerca
felino y vampírico
a bordarme imposibles historias en la frente

con sus dedos
silencia los abismos en mi piel
cosecha con paciencia las hojas ocre
que me caen de los ojos cuando me convierto en otoño

lo conozco
tanto que ya casi huelo a su olor
cuando la lluvia golpea contra la ventana
y me abrazo a su cuerpo para escapar del frío
El gusto de los otros

Hace no tanto tiempo, una tarde el Duque, el amigo Alberto y yo vimos una hermosa película en el aún más hermoso - y hoy cerrado - cine Plaza. La cinta, francesa, se llamaba El gusto de los otros. Mi memoria cinematográfica tiende a ser extraña. Me acuerdo de algunas pocas cosas y de muchas más no. Quizá eso es lo que me hace tener gustos francamente disparejos... pero en fin.

El hecho es que la película trata de la maravilla que es encontrarte con otras personas y disfrutar de sus particularidades. De sus características únicas. De sus propios gustos. Todo este preludio para decir que antier me encontré a uno de mis más queridos amigos. Y ver a BEF siempre me hace el día. Sobre todo cuando llega a un evento en donde ya había sido catalogada por lo que no soy: "tú no eres diseñadora, ¿verdad?", "tú no eres egresada de la Ibero, ¿verdad?", "tú no representas a GM, ¿verdad?", "tú no eres una edecán, ¿verdad?". Pues no. No era ninguna de esas cosas. Pero estaba ahí. Y BEF también. Y qué bueno fue encontrarnos distintos pero queridos. Qué bueno ser nosotros.

18.6.03

La invasión de los elegantes

Lo dijo la buenaza de Rax en su blog por primera vez, pero a mí - que a veces me paso de escéptica -, todavía me cabían algunas dudas. Sí, era cierto, desde hacía un par de meses me había intrigado mucho la constante llegada de pingüinos al aeropuerto de la ciudad de México, pero supuse que era un asunto exclusivamente familiar: los pingüinos son animales excesivamente apegados a sus primos y seguro venían a visitar a los elegantes que ahora habitan el bosque de Chapultepec. Pero no.

Incluso hace un par de semanas ví un cabezal en los periódicos que me llamó la atención. Decían que la mafia rusa estaba tomando control de ciertas partes del underground chilango. "Lo mismo dicen de los coreanos", pensé, "y lo único que han logrado es establecer grandes cadenas de comida oriental... lástima que la comida rusa sea mucho menos atractiva".Y la verdad es que cuando voy al aeropuerto, yo no veo tantos rusos como he visto pingüinos. Dado el último conflicto de Deíctico, estoy segura que la verdadera mafia no son rusos, sino pingüinos.

Afortunadamente, se ha descubierto su punto débil: los antojitos. Sin embargo, como buenos habitantes del resto del mundo, su estómago es débil. Y ellos no pueden sobrevivir con vida-suero oral y cocacolas con sal... Pobres. Pero bueno, así aprenderán. Es algo así como una venganza poética de los extintos quetzales que alguna vez volaron sobre esta tierra... extraña venganza al fin, porque no vivían aquí, hasta donde entiendo. ¿Serán entonces los xolozcuintles los que se vengan? Sabe... esperemos por lo pronto que Rax esté bien y Deíctico se deje de locuras...
Sobre la tupperwaritis y el chino atrás de la oficina

Hoy durante la comida descubrimos una enfermedad común a muchas madres de familia y abuelitas: la temible tupperwaritis. Se trata de un padecimiento crónico fácilmente detectable. Viviendo como lo hacemos en la era del plástico, constantemente en nuestros hogares se desocupan toda clase de recipientes hechos de este material: botes de yogurt, shampoo, refresco, jugo, margarina... en fin. Podemos darnos una idea. El hecho es que una vez terminado su contenido, muchas mujeres - y en algunos casos también hombres - deciden que lo más razonable es guardarlos por siempre porque "no vaya a ser que se ofrezca".

Quizá la primera persona que yo conocí con una tupperwaritis en estado crónico era mi difunto abuelito Lupe. Tenía algo con el reciclaje, a pesar de que nació en 1904, cuando no se estilaban esos asuntos. Recuerdo que, por ejemplo, guardaba todos los plásticos autoadheribles que venían en la comida empacada del súper. Con cuidado los lavaba y los ponía a secar, para después envolver con ello otros alimentos y lograr que se preservaran frescos más tiempo. Además, cuando dejaron de entregarnos la leche en envases de cristal - sí, como los de Don Gato - también conservaba los galones de plástico. Después de lavarlos y ponerlos a secar, los cortaba por mitad y dejaba pequeños botes de basura en los lugares más insospechados. Y esa era su función: ser botes de basura. Eventualmente, sobre todo durante las vacaciones de verano en las que los 35 nietos que somos llegábamos de visita, la oferta de botes excedía la demanda. Entonces y sólo entonces, con todo el dolor de su corazón, aceptaba a tirarlos sin reutilizarlos, mientras mascullaba en contra de las grandes cantidades de basura inútil que creaba la "suciedad moderna", como diría Mafalda, más no mi abuelo. No cabe duda. Era un hombre sabio.

Mi predicción - o mi sueño apocalíptico - sobre la tupperwaritis, es básicamente sencillo: un día, esas mamás que dicen que hay que guardar todos los envases porque "qué tal si llega una visita y le quieres dar algo y no tienes en qué dárselo", se encontrarán con que ya nadie va a visitarlas. No porque caigan mal ni por nada por el estilo, sino porque simplemente ya no hay espacio. Todos y cada uno de los lugares posibles están llenos de botellas de plástico. En realidad, han desaparecido los vasos, los floreros, las macetas... todas son de plástico de rehuso. Ya no hay ropa en los cajones... hay moldes de plástico. La casa del perro está llena de botes y ya no hay más jardín, sino algo así como una reserva nacional de plástico. Todo de plástico. Y así es un poco difícil convivir.

Pero bueno, dirían los más ortodoxos de mis lectores (si es que existen)... ¡¿y el chino?! Fácil. Resulta que detrás de mi oficina hay un café de chinos que - para variar un poco - es bastante pulcro. La cocina es muy decente, más bien buena, y las porciones son enooormes. Tan grandes que prácticamente todos los días tenemos que pedir parte de los alimentos para llevar. En un molde de plástico. Para evitar la tupperwaritis en nuestras respectivas casas, y ahorrar un poco de paso, hemos llegado a una conclusión: compraremos un bonito molde con separaciones y lo grabaremos con nuestro nombre. La próxima vez que bajemos al chino los llevaremos con nosotros y pondremos las sobras ahí. Después, le pediremos a nuestro muy amable mesero que lo guarde en su refrigerador. Al fin y al cabo, todos los días vamos a comer ahí... algunos puede y debe haber recalentado.

12.6.03

pinta

Soy una mala influencia. Terrible. Pero qué divertido es ser mala influencia, je.
posibles

¿y si me comprara una camiseta de Pancho Pantera? ¿y unos pantalones de mezclilla a la cadera? ¿y unos tennis? ¿y si me viniera así a trabajar?
mutis

Hoy no creo en los finales felices. Durante años estuve bórdandome un vestido de hada para caminar por las avenidas y nada. No sirve. Se rompió al agregarle la última perla - agónica lágrima...

Hoy no tengo ninguna intención de salir a la calle a cazar golondrinas para amarrarles pequeños mensajes. Hay algo de pérdida en el cielo. Hay solamente unas insoportables ganas de llorar.

...¿y si me escapara? ¿y si saliera corriendo? ¿y si me convierto en flor de cactácea y me muero tras la primera luna llena?...

Quizá necesite un martini. Una dosis de litio. Un recuento de mis virtudes - si es que alguien las tiene destacadas. Quizá lo que necesito es un largo vestido verde y boletos para la ópera. Ser desconocida. Ser otra. Ser nueva.

Estoy un poco harta. Quizá vuelve a ser momento de cambiarme de color.

6.6.03

Desasosiego II

No estaba en un espejo. Pero estaba yo. Me miré, hablar con un acento mezclado, tallarme la nariz y las cejas. Me miré mirándome y me dí miedo. Sabía qué estaba pensando. Sabía exactamente con qué clase de odio me había mirado a mi misma cuando ella se dió la media vuelta. Yo la había odiado igual.
Huelga de viernes

Hay semanas, como esta, en la que el trabajo sale a jalones. Uno sabe que tiene tres cosas que hacer y llega por la mañana, diligentemente, a hacerlas. Aparentemente iban a costar más trabajo, más tiempo... nada. Dos horas y media después uno esta rascándose la panza o surfeando por la red.

Quizá eso sea lo más lindo de no trabajar en una línea de armado. Las cosas cambian de ritmo, de momento. A veces son días de leer en el escritorio, o de salir a la calle a ver, a que se le ocurran a uno cosas mientras mira la ciudad.

Desgraciadamente, existen los relojes checadores. Para mí, esos son los enemigos más acérrimos de la creatividad. Eso de entrar a las nueve en punto y salir sólo después de las seis de la tarde no sirve. ¡Se pierde uno bellísimas mañanas nubladas, las pláticas de las palomas en los parques, las canciones de los organilleros en la calle! Muy triste.

...empiezo a pensar que esto de vivir semi-encerrada en una oficina nada más no me funciona. Ayer por la tarde me tocó estar en un evento. Qué feliz entonces. Mezclando bebidas, conociendo gente... recortando gente, por supuesto. Qué feliz... deberían mandarme de viaje, deberían...