18.7.13

Regalos

Desde un par de calles abajo, se escuchaba la fiesta. Las risas. El rumor de los pies bailando. De pronto, en aquella esquina, fuera del bar, la gente se apretujaba enfrente del pequeño escenario. Nada como un concierto en vivo que es para los doscientos mortales que alcanzan a rodear el escenario, que se comparten amablemente un pedacito de suelo para bailar, con vueltas y todo.
"Ella... ella es un regalo que me dejó X...". Así fui presentada. En realidad, ella - quien me presentaba a mí - es un regalo que me dejó alguien más. Cuestiones extrañas - el tener parejas con idiomas que me eran extraños me ha llevado a las escuelas de idiomas y a encontrar en mis profesoras amigas entrañables.
Este año, las dos se despiden de la ciudad. Me dejan un poco huérfana. Pero no era día de pensar en eso sino de reirse, de bailar un poco con la fiesta. Es verano: la gente vamos guapa de verano. Sudamos, llevamos la peor ropa del mundo, el maquillaje (si hubiera) se correría... pero no importa. Lo que nos hace guapos son las ganas de bailar, de reirnos, de conocer gente, de palmear y gritar frente a los acordes de unos músicos quienes - también muertos de calor - se suman a la fiesta y la incitan, como dueños del lugar.
Mientras bailábamos, nos reíamos, viví aquello de los primeros tiempos. De ser considerada de pronto amiga en un grupo grande. "Si vienes con ella, vienes con nosotros". Verme de pronto con un vaso de cerveza fría en la mano que pasa, de mano en mano, porque lo suyo es que no se caliente ni se derrame. Y otro. Y en algún momento salir yo por la ronda, por las que me caben en la mano. Regresar a seguir bailando.
De pronto, en el escenario, alguien conocido. En esta ciudad, Manu Chao es una institución. La última vez que lo ví fue justo con ella, en este bar, pero se había terminado el concierto cuando llegué. Antes de eso una vez, en un concierto masivo, donde alcanzaba a verlo a duras penas entre miles de personas. Y así, como regalo del verano, se subió y estuvo 40 minutos tocando con toda su banda.
Era como si fuera mi cumpleaños - la vi y entendí de nuevo que a veces somos cortos en evaluar las herencias de lo que se acaba. Ella era también mi regalo. Y sus amigos con los que bailé y me reí y me sentí en casa. Y el calor, el sudor que bajaba con mi espalda y me hacía sentir viva.  Las risas. Las miradas que se cruzaban. La caminata en calma hasta casa. La lluvia que cayó incesantemente hasta dormirme...
Esta mañana me sentía agradecida. Y por eso, por todo, lo cuento.

1 comentario:

Gabriel dijo...
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