9.7.13

Nostalgias (Verano, bis)

Al despertar, en el teléfono, ve la fecha. Y se imagina hace un año, corriendo por los pasillos de su casa recién alquilada, con las cosas aún en cajas, nada bien acomodado. Todavía no era su casa. No había tenido tiempo de hacerla suya - ni falta que hacía. Ya regresarían y la harían de los dos.
Caminando después por las calles casi ahogadas de calor, pero aún era muy temprano. Con dos maletas llenas de cosas, de esperanzas. Y las esperanzas - resulta, y lo sabe ahora - pesan. Más de lo que parece.
Y aeropuerto, y avión, y noodles y películas con sonido malo. Y otro océano, aunque parezca el mismo. Y otro hemisferio. Y llegar y verlo, con su sonrisa media torcida, sus flores acaloradas en la mano. Y acomodar la cabeza en ese hueco de su abrazo.
Fue un verano de esos de los que no se puede contar mucho: se acaba diciendo que estaba feliz. Que leía, dormía, reía, comía, abrazaba, miraba las estrellas. Con esperanzas, de esas que enrarecen el ambiente sin que nadie, aparentemente, se dé cuenta.
Pero ha pasado un año. Y está en otra casa, que tampoco es suya, pero no tiene necesidad de hacer suya. Es un préstamo, un sitio en donde nada molesta, nada recuerda. Sólo el calendario. Pero hoy no le espera un vuelo: le espera una página ya no en blanco, pero aún muy vacía de cosas por escribir. Un sillón para acomodarse. Un día completo para llenar de cifras, de estadísticas, de otra cosa que no sea la nostalgia.
Y se sonríe, a medias. La nostalgia nos dice que ya hemos pasado cosas buenas. Intuimos que podremos leer, dormir, reir, comer, abrazar, mirar las estrellas. Disfrutar de todas esas cosas que pasarán, otra vez, como el tiempo y los veranos.

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