6.7.13

Interruptor

Entró a consulta con los hombros casi rozándole las orejas. El pecho hacia delante. Arrastraba un poco los pies. Si la hubiesen puesto contra una pared, ella hubiera notado cómo su cuerpo estaba chueco, lastimado; su espalda con los músculos enmarañados. "¿Qué tal, cómo va todo?", dijo la terapeuta. "Bien. Todo bien... sólo el dolor de espalda y cuello".
Conforme continuaron las preguntas, intentando responderlas con sinceridad, se dió cuenta que no, que las cosas no iban bien. Que no era sólo el dolor de espalda y cuello. El estómago, la boca, el sueño, la vigilia, la comida, el ayuno... todo acumulaba. Su lengua estaba erizada y sucia. Los ojos ahí, en el confort de la oficina del terapeuta, se arrasaban de agua de vez en cuando.
Después del diagnóstico, se subió a la camilla. Sintió las manos de la terapeuta como algo extraño a su cuerpo, que la tocaba, que le transmitía calor. La falta de contacto humano, podía ser. Poco a poco los músculos de su espalda y sus hombros comenzaron a ceder, a regañadientes.
"Date la vuelta".
Con los ojos cerrados, sintió las manos de la terapeuta encontrando puntos en su cabeza. Escuchó el tintineo de las agujas. Un sudor frío recorrío una parte de su espalda. Otra vez el miedo. No pensar en las agujas. No pensar.
Y de pronto el pequeñísimo pulso en el centro de la cabeza. Luego, otros más a los lados. Otro pincho en pecho, abajo del cuello. En el vientre, tres. En los costados. Entre el índice y el pulgar de cada mano. A los lados de las rodillas. En el pie, después del dedo gordo. Auch. Ese siempre, siempre duele. Sobre los pinchos - que no se sienten, pero se sabe que existen - en calor y el olor de moxa. La habitación entera oliendo a incienso. "¿Te duele alguno? Respira y vengo en un momento".
Había pasado demasiado tiempo desde la última vez, y el cuerpo estaba, aún, demasiado en tensión. Y de pronto, de la aguja de la cabeza, una sensación de apertura: un torrente de agua escurriéndole por los ojos cerrados, por las mejillas... Hasta que una de las gotas cae en la oreja, se desliza. Con temor, se mueve para que el agua no entre del todo a sus oídos - teme al dolor. A ese dolor. Nada pasa: gira y la lágrima sale del conducto auditivo, se queda por ahi, secándose.
No duerme. No abre los ojos. Está. Escucha los sonidos del pasillo, otros pacientes llegando y saliendo. El murmullo de la ciudad detrás de las puertas. La música en el altavoz, tranquilizadora. Respira una vez. Todo el aire adentro del cuerpo, hacia las costillas, a llegar al plexo. Y afuera. Otra vez adentro: como una luz que llena el pecho, baja los hombros, libera las costillas. Fuera.
No sabe en dónde localizarlo exactamente, pero en su costado derecho, se cambia de lugar un interruptor. La sensación es similar a si ella fuera una muñeca de baterías, de cuerda. El interruptor cambia el modo de su cuerpo. De apagado a encendido. De dormido a despierto. De ahí a acá.
Intenta dormir pero no lo consigue. Cuando regresa la terapeuta, tiene los ojos abiertos, aunque no ve ninguna de las agujas. Vuelve a cerrarlos y escucha el tintineo de las agujas al caer en un vaso de cristal. "Lista. Tómate tu tiempo".
Sale de ahí con el cuerpo, el cabello oliendo a incienso. Se mira - tiene este hábito - en el aparador de una tienda. Es la misma. Pareciera que no hay nada diferente.
Y aún así, ella sabe que alguien cambió el interruptor. Y se pregunta qué querrá decir.

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