3.8.13

Transfigurado

Esta tarde, S fue un millón de cosas diferentes. Nos las contaba, pero a medio camino entre el catalán, el holandés y el castellano, a veces me cuesta entenderlo. Viene, corre, va, regresa. Nos hace señas a su madre y a mi para que guardemos silencio (ab-so-lu-to) al entrar a un museo. Luego, da la vuelta en una esquina, y comienza a gritar él, feliz. Pide perdón... pero cuando no toca pedir perdón. Se muere de risa él solo. Nos abraza y nos besa. Cuando se van (esto pasó ayer), le dice a su mamá: "Mama... Cinthya leuk (Cinthya es divertida o guay o algo así...)".

Como ha aprendido a imitar a muchos animales, en las últimas semanas uno de los entretenimientos principales es ir por ahí, haciendo como vaca/león/elefante/gato/perro. Esta tarde, que nos internamos en el bosque de Montjuic para ir a cenar mientras veíamos el puerto y los aviones que se acercan, el personaje que asumió fue el de león. Entonces, mientras su madre y yo platicábamos a más velocidad que los pericos verdes que viven en las palmeras de Parque Guell, él se acercaba por atrás y nos sorprendía con un rugido. Cuando nos volvimos difíciles de "asustar", comenzó a elegir otras víctimas: el barman que le sonreía mientras hacía mojitos, algún vecino de mesa, los transeúntes que pasaban por ahí y miraban nuestra mesa con un poco de envidia.

Hizo dos amigos - primero un niño pequeño que, curiosamente, se parecía mucho a él. Y el niño también se convirtió en león y se persiguieron durante muchos minutos, rugiendo a cual más de fuerte. Más tarde, se acercó a ellos una niña francesa, con su madre. Ella era más precavida... pero cuando se fue el más pequeño (que parecía un poco más revoltoso) se acercó. No sé en qué hablaban. En niñ@, supongo. Se reían, corrían, daban vueltas.

Cayó un poco más la noche. La nena se fue a su mesa a comer y S se acercó a compartir con nosotras (a regañadientes) una crêpe de chocolate. Se debatía entre el sueño, el calor, el hambre y las ganas de seguir corriendo. Al final, decidió liberarse del abrazo materno y volvió a correr entre las mesas a encontrar a la niña. Ahí, hizo de león de nuevo y asustó a todos y cada uno de los comensales.

Decidimos irnos, por aquello del cansancio y la distancia. A nuestra salida, la niña corrió para alcanzarnos. "Dale un besito o un abrazo, dile adiós", dijo su madre. S, conquistador, la abrazó como quien abraza a un árbol y le plantó tremendos besos en las mejillas. Ella no quería separarse del abrazo. Quería bailar. Él no sabía bailar pero, a forma de premio de consolación, le dio otro beso. En un momento teníamos a todas las mesas mirando a los dos, abrazados en un cariño de esos verdaderos y efímeros que sólo se dan en el verano.

Mientras S agitaba su manita diciendo adiós, la nena se puso a llorar. No podíamos quedarnos más. Ella quería bailar. Él tenía que irse. Se me encogió un poco el corazón. Él, quizá sabiéndolo, tomó más fuerte la mano de su mamá, se metió el chupón a la boca y me extendió la otra mano para que bajáramos juntos. Mas tarde, aceptó que fuera yo un rato y no siempre su madre quien lo abrazara en el descenso de la montaña.

Quizá deberé despedirme de esta ciudad en algún momento. Quizá aquella gente de la que me he despedido con lágrimas, con abrazos, con besos ya no se acuerde de mí. Pero yo pido en mis oraciones de verano nunca olvidarme de la noche que un león transfigurado hizo reír a medio restaurante y se quedó un poco adormilado entre mis brazos.

1 comentario:

N. dijo...

Cin la que mira, me da muchísimo gusto que sigas compartiendo esas miradas tan bonitas por acá.
Casi lloro con tu estampita porque ando hormonal y porque mi sobrino (de quien pronto he de despedirme) hace de cachorro y de gato en los lugares más inesperados. Es chistoso, le dices que 'deja de correr' en el súper y te responde un 'soy cachorro, no entiendo palabras' antes de seguir ladrando por los pasillos.
Abrazos grandes!