9.8.13

Tránsitos

Combinar los viajes de trabajo con los de placer tiene la ventaja de regresarte a la tierra de vez en cuando. Por que si de trabajo te pueden pagar un boleto de avión y una habitación con terraza al jardín, de placer vas en tren de segunda clase y una habitación que tiene ventana, sí, pero no vistas. Pero disfrutas, igual o más. Disfrutas y agradeces quién eres y dónde estás.

Extiendes el tiempo. Atesoras los momentos especiales, y guardas energía para lo que viene. Sabes que estás de vacaciones cuando, por una vez, lo que te despierta es el hambre. Ahí, en el escritorio, te espera el ordenador y los textos por escribir. Pero en lugar de comenzar otra vez con una discusión teórica, eliges contar que estas aquí, entera. Que desayunaste una rebanada de queso con comino, un huevo frito, un poco de roastbeef, tomate, pepino, dos trozos de pan, un jugo de toronja y un café. Que anoche estuviste en una terraza escuchando jazz hasta que la ordenanza municipal hizo calmar el jazz y la terraza, a las 11 de la noche. Que te quedaste en la calle hasta que te tocó el frío. Que llegaste a tu cama, prestada, de sólo un día, y abriste la ventana para dormir cubierta con la manta pero abrazada por el viento. Que anoche pensaste en escribir. Sólo pensaste.

Ayer pensabas que lo mejor de irse es volver. Quizá necesitabas volver bajo tus pasos. Siempre te va bien volver a los abrazos de la gente que te ha querido, que aún te quiere. A la que no necesitas adivinar. Llegar a este sitio donde mi alma, diría mi querida Doris, se siente en calma. Porque algunos somos así: tenemos varias casas, varios sitios donde descansamos.

Cambias el soundtrack en tu cabeza. Cambias la jerarquía de los colores. Cambias las ganas de ser por la consciencia de estar. Cambias. Vuelves, pero no vuelves a un sitio: vuelves a un estado de gracia donde crees que puedes todo. Quizá eso es lo que hacen las vacaciones: son un tránsito, un momento para parar y volver a esa persona que eras. Cambiarás de habitación de cualquier momento, antes del mediodía. Antes de eso, miras lo verde del parque, escuchas los pájaros que lo sobrevuelan. Aquí empieza el otro camino - el que tú eliges para ti. Y sabes que también será bueno.

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