Por primera vez, suenan a pocos. Treinta y de pronto, no me sorprende. Porque él tiene más - es un padre responsable, un hombre amable, una persona comprometida. Y también tiene menos - el que se ríe y se burla, que se esconde, que pellizca por debajo de las costillas. Treinta. Me parecen un mundo. Y tan poquitos. Y me emociona. Y me entristece. Porque yo - él ya lo sabe - soy de las que cantaría todo el día el felizcumpleaños y le presentaría miles de pasteles para hacerlo feliz. La cosa es que los mejores pasteles del mundo los hace él. Y las mejores cuñadas del mundo. Y las mejores sobrinas del mundo. Y los mejores abrazos del mundo.
Treinta. Y hace treinta años del día que descubrí que ya no era sola, sino acompañada. Que era bueno compartir el helado de chocolate. Que era deseable ser un par. Que podía hablar en plural. Y que la primera persona del plural es hermosa: Nosotros. Los herman@s. Los hij@s de esa casa.
Treinta. Qué bonito suena. Cuánto los agradezco. Cuánto querría estar ahí para abrazarte, Javi. Espero que sepas hoy (y siempre) lo que te quiero, hermano.
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