8.3.10

Amortiguado

Me asomo por mi ventana y temo por la salud del tejadito de palma que hace un par de veranos mis vecinos de atrás hicieron para proteger la intimidad de su terraza. Había sobrevivido a los temporales de lluvia y viento de los últimos meses pero quizá para esto no estaba del todo preparado: para un manto blanco y consistente que ha caído durante todo el día sobre Barcelona.

En la mañana era normal, en el Tibidabo, en la zona alta. Yo todavía salí a media mañana al médico, que me mandó de regreso a casa, a la cama, a tomar leche caliente con miel e ibuprofenos para las molestias y la inflamación de la garganta y los oídos. Me senté a trabajar. Comencé a ver llover. Luego, a leer los avisos de gente cada vez más cercana al centro que veían nieve - y los copos llegaron al centro de la ciudad. Me quedé mirando a través de la ventana. Tampoco era cosa de salir: la médica que me vio en la mañana me hubiera asesinado y la perspectiva de pasarme otra noche tosiendo no me emociona.

Me acordé de la primera vez que caminé bajo la nieve, hace apenas cosa un mes. Salimos a Rotterdam, al parque, y descubrí que los sonidos eran otros: que no sólo la nieve crujía bajo mis botas sino que también algo crujía en mis oídos. Me lo hicieron notar: los sonidos cambian, se amortiguan con un fondo, una base de nieve. Yo cubría el cuerpo de mi cámara para que no se mojara mucho y entonces aventuré una frase que hubiera hecho las delicias de mi maestra de primero de primaria: "es como si la lluvia se hubiera congelado".

Se sonrieron a mi lado y me explicaron, pacientemente, que justamente la nieve era lluvia que se había congelado. Yo lo sabía: lo aprendí en un patio de la escuela donde vimos los cambios del agua, hicimos desbaratar unos cubitos de hielo bajo el sol.

Todo eso volví a pensar hoy mientras miraba por la ventana. Mi benjamín, mi nopal, los restos de flores en la terraza, la mesa, el recogedor, las bolsas de basura: todo estaba cubierto por esa especie de elegantísimo y sedoso abrigo que es la nieve, después de los dos centímetros.

Hace cosa de veinte minutos dejó de nevar. Todavía hay un mantón blanco afuera, pero dudo que me espere a mañana. Gracias a la inflamación de mis oidos, sin embargo, continuo con la sensación esa de amortiguado, de protección, de cambio. Y Barcelona sigue en calma.

1 comentario:

Anónimo dijo...

yo nunca he estado en nieve o_O ah! tenía que vivir en la Ciudad de México u_u