7.6.07

Pertenecer o no

En los últimos días, he pasado por el calvario lento de la renovación de mi tarjeta de residencia. Implica muchos trámites, indoloros la mayoría de ellos, pero muchos - y que quitan mucho tiempo. El martes por la tarde, en mi hora de comida, fuí a la Oficina de mi distrito a pedir una hoja de empadronamiento - el registro de que efectivamente vivo en mi casa.

Mi catalán está manco, mudo y cojo. Entiendo todo, pero me apanico cuando quiero hablar. Peor aún: empiezo a confundirlo con el francés y termino haciendo una mezcla desastrosas. Sin embargo, si quiero decir algo puntual con frases cortas y conocidas, lo tengo más o menos bien. Me paré en la zona de espera y estuve repitiéndome en la cabeza lo que iba a pedir y su entonación, por supuesto. Llegó mi turno y comencé a sudar como si fuera a salir a escena. Me senté frente al hombre de la mesa 11 y le pedí "una fulla de empadronament".

El tío me miró y me pidió mi DNI (documento nacional de identidad, para los nacidos en territorio español). Cuando le dí mi NIE (número de identificación de extranjeros), me miró conflictuado. Comenzó a darle vueltas. Al final, lo dejó sobre la mesa y me preguntó: "¿pero que tú no eres catalana?".

Le dije que no, que era mexicana, pero que vivía aquí. Me dijo que estaba muy asombrado, que le parecía que mi pronunciación era muy buena y que qué bueno que lo entendía todo. Me extendió mi hoja de empadronamiento, me sonrío mucho y me deseó una buena tarde. Salí contenta. Y creo que él se quedó contento. Y bueno, está comprobado que aprender idiomas o hacer sudokus son las cosas que evitan el alzheimer.

Ayer estuve cuatro horas afuera de la estación de policía haciendo fila para pedir mi nueva tarjeta. Junto a mí, una mujer peruana embarazada de cinco meses y una colombiana con su niño de tres. Hablaban del costo de la vida, de lo difícil que es llegar, de la gente que se va a Estados Unidos, de lo que cambia aquí y en sus países. "Yo lo veo nada más en la comida", decía la peruana, madre de otros dos que ya están aquí en España. "Allá nunca podía comprar todo lo que quería para los niños. Aquí pueden comer todo lo que quieren. Y nada más por eso, prefiero quedarme aquí".

Al final, para mucha gente, quedarse es una cuestión de sobrevivencia. Yo, en cambio, tengo el regalo de estar aquí porque me gusta caminar por las calles, mirar el cielo azulísimo desde la terraza de mi carísimo piso, comer con mis amigas en un momento poco esperado, tener una familia internacional. Sí, extraño a la gente de allá. Pero siempre puedo ir. Y, lo que es aún mejor, siempre puedo regresar - sin miedo a que no alcanzaré a pagar la comida. Y eso es lo que realmente yo entiendo como una bendición.

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