18.6.07

Fin de semana en Italia - en píldoras

Viernes - aeroportuario

Barcelona
- Toda la comida se ve igual de mala y de cara en el aeropuerto. Mi recién estrenada - y seguramente fugaz- dieta no me permite alimentarme de chocolates. Una pena. Ya comeré algo al llegar a Padova.
- Cinco horas de retraso de un vuelo son muchas... ¿qué me esperará a la vuelta?
- Hace dos años que me fuí a visitar a Bere llegué 10 horas más tarde de lo esperado. Qué susto una reedición de aquello.
- El clon de Jorge Acosta es un italiano con polo azul marino que volará conmigo a Venecia. Si es que llega el avión.
- Hay un oficial de inmigración que es la encarnación verdadera y única del croissant (aquel que hace mucho ejercicio y le quedan los bracitos hinchados y doblados hacia adentro, como de croissant). Tiene una mala leche que asusta. A él le gusta (o le toca) revisar a los ciudadanos españoles. Si a ellos los trata mal, ni qué decir a los otros...
- Estuve caminando durante más de dos horas sin parar de un lado a otro del aeropuerto. Estoy cansada. En una de esas, me encontré con el Croissant en un pasillo lejos de su puesto. Creo que me reconoció como merodeadora y me miró feo. Uy. Creo que estoy paranoide.
- Si a mí me tuviera que pasar aquello de La Terminal, espero por favor que no sea en este aeropuerto. Encima de todo es pequeño y no tiene sillas cómodas.
- Es viernes y todo se mueve aquí adentro: sobre todo ahora, después de las seis de la tarde. Parece como si todos quisieran volver a casa o irse rápido, lejos.
- Toda esa gente con las laptops prendidas y conectadas al wifi... ¿estarán trabajando? ¿cuántos estarán teniendo cibersexo? ¿y haciendo transacciones ilegales aprovechando el IP del aeropuerto?
- Uno se puede comprar una revista de moda con una muestra de perfume y una cartera metálica de regalo por 2€. Eso es menos que el bocadillo más barato que venden en las cafeterías de este lugar.
- Nos llevan en un carrito hasta un avión absolutamente blanco por fura. Nunca había volado en un avión desnudo, por lo menos no que recuerdo. Me pareció raro. Fue como no tener "nametag" en una reunión de exalumnos. O fingir ser un vuelo secreto de la CIA. Pero nosotros no íbamos a Guantánamo.
- Después de más de cinco horas de retraso, me ofrecen a bordo algo que beber y unas galletas saladas. ¿Por qué será que siempre olvido que existe el Chinotto hasta que lo veo?



MCE - Aeropuerto Marco Polo de Tessera, Venecia
- Llegamos a Venecia con casi siete horas de retraso. Al estacionar el avión, un grupo grande hombres que iban a Nápoles a ver un partido de futbol se revelaron y no querían bajar. Argumentaban que querían algo en compensación, ya que el partido habría acabado para su hora de llegada.
- Entre los del futbol y los errores para acoplar la escalera a la puerta, salí justo cinco minutos después de que se fuera mi autobús. El siguiente sale una hora y media después.
- En el aeropuerto hay dos máquinas - una de café y otra de refrescos y galletas - que sólo funcionan entre las 22.30 y las 8.00 horas, que es cuando todo lo demás está cerrado. Me compré un capuccino con chocolate. Para las doce de la noche - fin del día ortodoxo - mi dieta había consistido en:
1 Café con leche
1 huevo revuelto con ketchup
1 trozo de pan
1 cocacola zero muy frìa
Varios chicles de menta
1 botella pequeña de agua
1 paleta magnum de almendras
1 bolsa de palitos de pan con ajonjolí
1 sobre de galletas saladas
1 vaso de chinotto
1 dulce de café
1 capuccino con chocolate valorado en 0.50€.
Cero salud. Y seguro el conjunto sumaba más de las calorías recomendadas en cualquier dieta.
- Llegué a Padova después de la una. Corinne me esperaba con Paride, que nos recibió en su casa. Me dieron un plato de pasta con vegetales y un vaso de vino. Dormí como una bendita.


Sábado - artístico
- Nos levantamos a las siete. Desayunamos café con tostadas. Paride nos llevó medio dormido a la estación donde salimos hacia Venecia. Qué emoción.
- La mamá de Paride le había explicado a Corinne cómo podíamos entrar a la Biennale sin pagar al pasar por una parte de los jardines. Buscamos la entrada "de los venecianos", pero no la encontramos. Dispuestas a pagar el precio del boleto, el chico de la taquilla nos cobró el precio reducido. Encantadas, pagamos sin chistar.
- Entramos a las diez y diez de la mañana. Recorrimos pabellones y casi todos los Giardini. Me sorprendió el gasto terrible de algunas representaciones - la francesa, por ejemplo - en poner cosas sin mayor trascendencia que un gasto estratosférico. Me gustó el pabellón Rumano, el Húngaro, el de los Países Bajos y la selección del italiano. Hacia medio día nos fuimos al Arsenale, la segunda sede. Por más que no íbamos haciendo la visita consultiva, nos corrieron sin haber podido terminar. Una tristeza. Tomé menos fotos de las queridas. Pero lo tengo todo en mi cabeza. Y algunos de los grafittis de Dan Perjovschi felizmente en mi Flickr.
- Al salir, exhaustas, entramos en un baccara, un bar local, a beber vino. Había un grupo de italianos muy bebidos, muy gritones. Eventualmente nos convertimos en el blanco del más borracho de ellos. Estuvo diciendo tonterías - afortunadamente yo entendía la mitad - hasta que los compañeros se apiadaron de él y de nosotros y se fueron, llevándoselo y pidiendo perdón. El bar, fuera del circuito turístico principal, era de lo más mono. Los dueños también se disculparon regalándonos un par de copas de vino. Querían seguir sirviéndonos pero habíamos comprado un boleto doble del vapporetto y no podíamos arriesgarnos a no utilizarlo. Salimos corriendo.
- Regresamos a Peruggia sobre las 11. No tuvimos ánimos ni para cenar, de tan cansadas. Dormí mejor que en años. Y estaba tan contenta.

Domingo: local
- Nos levantamos temprano para despedir a Paride, que se iba a Peruggia. Se tardó en irse. Nos llevó a la estación y dejamos ahí las cosas. El tipo de bagagglio era el ser más grosero de la historia. Pero nos recuperamos.
- Teníamos hambre pero toda Padova parecía estar tomando unos aperitivos bastante poco apetitosos. Acabamos comiéndonos la pizza más dura de la historia y una cerveza. Ah, pero el hambre es el hambre.
- Luego nos comimos los helados más buenos. Puro karma cósmico.
- Caminamos hasta la piazza de Padova, que según el papá de Paride es más grande que el Zócalo. No, no es más grande. Es bonita, eso sí. Y se puede uno acostar bajo los árboles. Y ver las chácharas del mercadillo dominguero. Pero no es más grande que el Zócalo.
- Las dos basilicas de Padova, la de Santa Justina y la de San Antonio son muy bonitas, con un tinte sincrético y ortodoxo. Me gustaron. Son sitios pacíficos.
- ¡Tienen en exposición la lengua de San Antonio como reliquia! What the heck!
- Hay muchas personas como indias o pakistaníes adorando al Santo. ¿Serán conversos?
- Tomamos fotos. Estamos cansadas. Hay una súper tienda de souvenires. Descubro que también aquí - como La Villa, como Montserrat - es un parque temático de la fé.
- Nos bebemos un spritz en una enoteca recién abierta. El dueño lleva una camiseta de Cancún y tuvo alguna vez un socio de Guadalajara. Qué cosas tiene la vida.
- Caminamos y caminamos y nos morimos de sed. Padova está muerta. Hablamos del consumo responsable, de los hombres, de los libros. La extrañaba tanto. La extrañaré tanto cuando la deje en unas horas.
- Buscamos boletos de tren para ella. Se fue el último y tendrá que esperar hasta las doce. Me sabe muy mal. Me acompaña hasta la estación de autobuses. Seguimos cargando unos omnipresentes posters que nos regalaron en la Biennale y que ya están más maltratados que nada. "ilimited edition", decían.
- Dejé Padova con la garganta rasposa: una mezcla justa entre el calor apoltronado en el autobús, las ganas dellorar y la sed que venía cargando desde hacía rato. En realidad, en Padova hicimos un puente. Hubiera sido más difícil despedirnos de Venecia y en Venecia. Le dije a Corinne lo mucho que la quiero cuando arrancó el autobús, gesticulando y llevándome las manos al corazon. Siempre he leido que los hombres se burlan de que las mujeres no sabemos estar calladas entre nosotras. Con ella puedo estar callada, tirada en el pasto, caminando por algún sitio, durante horas. Ahora Venecia tendrá también su cara y su risa.
- El autobús me lleva a Venecia. Veo los turistas. Sigo sola con el conductor hasta Tessera. Es uno de los aeropuertos más bonitos que conozco.
- Desde que llegué, el vuelo estaba retrasado. Lo tomé con filosofía. Saqué mi pase de abordar, me pasée por las tiendas, fui al baño, compré cosas para llevar a casa, vi las tiendas cerrar, curiosee a ver si me comía algo. La salida se retrasó dos horas y media. En contraste con lo del viernes, era ganancia.
- Lo último que me comí antes de subirme al avión fue una bolsa de fritos. Descubrí que en la parte posterior estaban anunciados todos los tipos de aperitivos de la marca con una rima cada uno. Guardé la bolsa. Ya la escanearé para ponerla aquí.
- El avión tenía mal el sistema de sonido: sonaban demasiado fuerte los bajos. Pero insistían en poner una versión mezclada en plan easylistening de Maroon 5 (She will be loved) con una pieza de jazz latino. Increíblemente, casaban. No tan increíblemente, sonaba horrible. Todos suspiramos con alivio cuando lo quitaron.
- Llegué a Barcelona a tiempo para tomar el último autobús. Me costó casi lo mismo que el autobús del MCE a Padova, que es una hora de camino. Me dio rabia. Llegué a casa casi a las dos de la mañana. Me pregunto cómo le habrá ido a Corinne con su tren nocturno.

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