9.2.07

Ficción, pura ficción

La mayor diferencia de ayer por la noche a hoy es que cuando voy por las calles me siento más ligera. No traigo el abrigo. Quizá sea eso. No tengo más prisa. La gente pasa a mi lado y no se da cuenta, no me mira. Ningún fotógrafo a mi alrededor. Todos estaban esperando afuera de la casa y no me vieron cuando salí.

Me veo bien en la fotografía de portada que me han dado todos los diarios de la mañana. Ese vestido me sentaba de maravilla. Claro, nunca pude habérmelo comprado yo, pero esa vez los gastos corrían por cuenta del novio. Todos los gastos. Hasta los imposibles. Ya corrías tú con otro tipo de inversiones.

En el fondo supongo que fue muy desagradable no encontrar ninguna otra foto con la cual ilustrar las noticias. Sólo uno encontró otra fotografía en la que soy más yo, en la que me veo más normal. Menos de ceremonia, vamos. Y no puedo negar que las portadas repetidas me supieron a venganza. Tantas tardes, mañanas y noches perseguida por gente que hacía hasta lo imposible por encontrarme con alguien distinto, cometiendo un error. Lo lograron. Me pregunto cuánto le pagaron a los que en su día tomaron fotos mías con gente “inconveniente”. ¿El equivalente de mi sueldo de un mes? ¿De seis meses?

Estaba sola en casa. Hice todo lo posible para quedarme sola en casa. Necesitaba pensar, descansar. Tenía la sensación de cargar un fardo demasiado grande sobre mí. Y sé que no soy ni la primera ni la última que es joven, con un hijo, con una vida sentimental de mierda, un trabajo de mierda… que de pronto se cansa de aguantarlo todo.

Las paredes de casa no dejaban de susurrarme cosas. Los muebles. La ropa. Todo parecía demasiado dispuesto a dejarme ir. Y la verdad es que tampoco era contra nadie. Podemos agregar que las circunstancias en las que estaba no eran fáciles. Que este peso de la hermana mayor perfecta me agobiaba. Pero siempre me había agobiado. Era una cuestión de cambiar de dimensiones: mientras yo parecía un pequeño desastre, ella iba caminando con paso firme a convertirse en una reina. Atrás el pequeño desastre. Adelante la reina. Siempre había sido así. Cuestión de mirar las fotos que nos tomaban cuando estábamos juntas.

No sé si te culpo, a veces. Ahora miro la televisión a través de las pantallas de las tiendas – Madrid está triste, incluso llueve. Tú lloras. Nadie dice nada. Tratan mi muerte con la discreción que no trataron mi vida. Protegida por el manto invencible de quienes te rodean, lloras. Yo no tenía quién me protegiera. Simplemente estaba ahí. Y había que soportar lo que llegara.

Quería descansar. Quería dormirme y sentir que las cosas pasaban. ¿Te acuerdas cuando hacíamos travesuras de niñas, éramos reprendidas y luego nos mandaban a dormir? ¿Te acuerdas como al despertar parecía que eso nunca hubiera sucedido? Eso quería: despertar como si nada hubiera sucedido. Lástima que no fue posible. Lástima.

No quería hacerte llorar. De verdad. A nadie. Ahora te veo a través de la ventana y tú también estás sola, quieres estar sola. Y lloras. Me gustaría consolarte. Pero qué te puedo decir… a mí nadie me consoló.

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