10.1.07

Sobre la serie de eventos desafortunados

El año pasado se estrenó en las salas españolas una película para niños protagonizada por Jim Carrey titulada "Una Serie de Catastróficas Desdichas". La cinta es una adaptación de las novelas de Daniel Handler (también conocido como Lemony Snicket) sobre todas las cosas que le pasan a unos hermanos que se quedan huérfanos. En inglés, la serie se llama "A Series of Unfortunate Events" - o sea que en vez de "catastróficas desdichas" hay "eventos desafortunados".

La introducción va porque el primer regalo de navidad que recibí este año fue precisamente el último libro de la serie. La intención, me dijeron, era que me enganchara al revés - lo cual me parecía el non-plus-ultra de la promoción a la lectura. El problema es que mi propia serie de eventos desafortunados ya había comenzado. Y no parecía terminar.

La segunda semana de diciembre la pasé entre hospitales, incendios y jefes y doctores hijosdeputa. Perdimos al Bitxo. Me pusieron la epidural. Saqué mis cosas en una caja de mi oscura y húmeda oficina. Ví pasar un bono navideño delante de mis ojos sin recibirlo. Fuí el blanco de los odios imposibles de brujas imposibles. Me porté mal en la última cena de navidad con el descolorido, odioso e imperdonable Maniquí. Me corté el cabello. Compré sin comprar regalos de navidad. Hice maletas. Tomé un avión. Llegué al DF.

Descubrí en el DF que caminar ahí debería ser catalogado como deporte extremo. Que no hace tanto frío. Que las mujeres se maquillan mucho. Y se ponen tacones altos para ir al súper. Que es normal llegar tarde. Que mi brújula de ubicación en el DF todavía sirve. Que hay burócratas simpáticos y burócratas horribles. Que ir al médico siempre es desagradable. Algunas veces más desagradable que otras. Que quiero mucho a mis amigos y los extraño. Que me gusta desayunar en el VIPs. Que me sorprenden las raciones tan grandes de la comida - una vez no me terminé mis chilaquiles y el gerente quería cambiármelos por otra cosa. "Pero es que si no le gustaron señorita, le traemos otra cosa" - y la manera tan amable de la gente de tratarte. Que allá soy una "güerita". Que la gente compra, pero no tanto.

Luego viajamos a Toluca, cortesía del señor Huicochea que nos ayudó a cargar nuestras enodmes maletas. Hacía frío. Conocimos a Paula, que es preciosa en su pequeñez. Y vimos a la familia del Duque. Y a los amigos del Duque. Y hubo que explicarles que habíamos perdido al Bitxo. Uno por uno. Me cansé. Mucho. Quería irme rápido. El Pillo y María (con Iker) nos llevaron al aeropuerto. Y huímos del frío.

En Guadalajara, había comité de recepción. Empezamos comiendo en una cenaduría y todo. Envolvimos regalos de navidad. Fuimos a ver a la familia que es, no a la que era. Sigo sin confiar en la gente que me dice que todo en su vida está perfecto. Me parece que tanta felicidad extraconfirmada es sospechosa. Ví a los Maextros en el Botanas. Muy fuerte el retorno. (Ví a unos señores que dicen que son mis amigos de la prepa. Sabe). Recibí regalos de Navidad. Comí mucho pozole. Ví mucha gente. No hablé del Bitxo. Sólo lo necesario. Pero sí lo soñé. Y lloraba a veces un poquito - cuando nadie me veía. Javier nos esperaba en Vallarta. Y nos lanzamos todos por la nueva carretera de las Montañas. (Debería poner una fotografía, pero no tomé fotografías. No con mi cámara. De un tiempo para acá, a veces no tengo ganas de guardar imágenes).

En Vallarta, tuve más tiempo para estar con ellos, a los que adoro y de los que soy parte. Descubrí que quiero mucho a familia, más en dosis controladas. Descubrí que quisiera tener otra vez nueve años y subirme a mi cuarto y llorar y llorar y llorar y espantar así a todas mis pesadillas. Descubrí que ya no quiero ser adulta, ni responsable de nada, ni trabajar, ni pagar las cuentas, ni tener tarjetas de crédito. De ser posible, niñodios o santosreyesmagos yo quisiera tener de regreso mi infancia.

Intenté simular que no pasaba nada. Que no se estaban acabando las vacaciones ni vendríamos de regreso. Un día antes se cayó todo. Vimos una película mala. No pudimos cenar fuera. Me cansaron del todo los gritos de las urracas. Y comencé a llorar: como una magdalena, como agosto en Guadalajara, como el río Papaloapan. Comencé a llorar y sentí que no podía pararme, que nada me detendría. Y me detuvo la cena y el resto de la noche.

El viaje de regreso a Barcelona duró poco más de 27 horas. Primero esperamos en el aeropuerto de Vallarta. Ya que habíamos logrado pasar los controles de seguridad y dejar atrás a todo nuestro lloroso comité de despedida - yo no lloré - nos dimos cuenta que nuestro avión estaba retrasado. Durante horas convivimos con gringos y sus familias y con los vendedores del dutyfree, tristes y desganados porque la venta de licores está parada por las nuevas regulaciones de no líquidos a bordo.

El vuelo fue lento, pero bien. En el aeropuerto de México sacamos las maletas y esperamos la llegada de Bef con unos libros. Descubrimos que nuestras maletas eran muy pesadas y tuvimos que hacer otro paquete. Más el paquete de los libros. Fila para documentar. En el mostrador, nos avisaron que dado que el Duque no tenía visa ni boleto de regreso, no podía salir del país hacia Europa. Tuvimos que comprar, en ese momento, un boleto de regreso. Sudor frío, boca seca. Comimos a prisa, en la ruidosa aérea internacional. Tanta gente y uno se puede sentir tan solo. Mandamos por paquetería el celular de regreso a Vallarta. Pasamos el control. Después de preguntar, compramos tequilas en el DutyFree. Hicimos más filas y subimos al avión. Dos niños sentados enfrente de nosotros. Dos niños que empezaron a llorar cuando su mamá intentó abrocharles el cinturón de seguridad. Dos niños que, la verdad, se durmieron el resto del viaje. No servía el sistema de sonido en nuestros asientos, así que no vimos las películas. Intenté dormir. Tenía una sensación de demasiado desasosiego. Tenía frío. Estaba incómoda.

Llegamos a Amsterdam y hacía frío. Antes de los controles, nos dijeron que teníamos que tirar las botellas de tequila a la basura. Salimos y las documentamos en otra mochila que teníamos libre. Yo las protegí con la bufanda morada que me había hecho Martha por navidad, el libro de los eventos desafortunados, mi agenda y una agenda nueva. Pedimos una etiqueta de frágil y nos dijeron que no había. Volvimos a las salas. El agente de Migración que nos vió salir hacia la zona de recepción de equipaje no le pidió al Duque su boleto recién comprado.

Dormimos en unos sillones del aeropuerto. Comimos fastfood. Tomamos el avión a Barcelona. Aterrizamos justo 26 horas después de que habíamos llegado al aeropuerto de Puerto Vallarta. En la banda de equipaje, nos esperaba una sorpresa: abrieron la última maleta que documentamos. Se rompió una botella de tequila. Se mojaron libros y documentos. Se robaron la agenda nueva. Se robaron la bufanda que me había tejido Martha.

No pude más. Salí rápido a buscar un taxi y en el camino lloré, lloré y lloré. Por regresar, por dejarlos, porque lo que había en México tampoco era real, porque Barcelona es otra vez la soledad y las responsabilidades, porque me habían robado mi bufanda. El señor taxista iba asustado y hablaba de cualquier cosa, como intentando calmarme. Aunque vivimos en una calle peatonal, se metió para dejarnos justo enfrente de la puerta. Cuando llegué a la casa, tenía mensajes de relaciones terminadas, humedades en las paredes, exjefes histéricos, calentadores de agua descompuestos. Así, la realidad. Qué ganas entonces de regresar. De desaparecer.

Poco a poco he comenzado a volver a la normalidad. El jueves lo pasé haciendo trámites y el viernes terminando con las compras de Reyes. El fin de semana fuimos a Valencia, de invitados, de observadores. Y regresamos. El Duque ha estado de viaje esta semana. Yo firmé un contrato de trabajo el lunes y estoy aquí, bañada por el sol de las cinco de la tarde de Sitges, escribiendo. Tratando de invocar el cierre de la racha. Creo que ya toca. El libro de los eventos desafortunados ya está casi del todo seco. Ya comenzaré a leerlo. Ya comenzaré.

1 comentario:

Carax dijo...

Lamento tu serie de "catastróficas desdichas", leí tu post y he sentido tristeza ajena...pero ¿sabes algo? me simpatizas, de verdad.
Muchos saludos