29.1.07

El autobús

Para llegar a la oficina, algunas mañanas hago un último tramo en autobús. Me enfrento a un montón de chicos entre 12 y 16 años que van al instituto. Yo, como soy invisible, puedo escuchar todas las pláticas. Así, un día me enteré que la tarde anterior habían bajado al centro de Barcelona a comprar 15 latas de pintura con las que iban a salir a hacer grafitti el fin de semana. Incluso tenían listos algunos sketches de calaveras. Varios.

Hoy me enteré que uno de sus amigos decidió dejar las drogas. "Es que dice que se está quedando tonto. Y es cierto", afirmaba un chico con el pelo cortísimo, los tenis Nike impecables, los audífonos del iPod sobre la camisa nueva. "Cada vez habla más mal. Pero eso es por pasarse. A mí nunca me ha pasado nada". Los otros cabeceaban con aprobación. Mañana tienen control en clase de Castellano. Ya sabré cómo les va.

Llegando a la oficina me leí con retraso esta columna de Javier Castañeda, que escribe en La Vanguardia sobre la sociedad de la información. Explica que lo que antes era divertido - dejar a un niño que elucubrara sobre su futuro - ahora es hasta tensionante. Los niños hacen DEMASIADAS cosas. No tienen tiempo para aburrirse, están estresados, cansados. Y lo que necesitan es jugar. Como la gente de Google, que juega y por eso es productiva. Por eso yo escribo mi blog y juego. Ja. Las justificaciones morales.

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