4.9.06

Inesperado bautizo

Hay una cosa que sé con seguridad: no pagaría por volverlo a hacer. Me duelen las piernas, los brazos y la espalda. Y sólo de acordarme la sensación en la primera curva... hum... interesante... creo que ahora me volvería a subir a las montañas rusas. Algo bueno tenía que tener un inesperado bautismo en una fé que no profeso.
La culpa en el fondo es de mi jefe quien - estoy segura - hubiera aceptado gustosísimo y sin chistar subirse al aparato en cuestión. Nunca entendí que fué lo que pasó, si alguien canceló o simple y sencillamente no había nadie apuntado. Y acabé subida en un Fórmula 1 dándole tres vueltas al Circuito de Montmelò.
Ojo, yo no iba al volante. Existen unos coches especiales, unos triplazas de Fórmula 1 que se utilizan para entrenamientos y, en otros casos, para poner al frente de la sensación de la velocidad a alguien que no podría hacerlo por mi mismo. Mi compañero de viaje, un hombre llamado Antonio, estaba parapléjico. Sus hermanos lo llevaron y le hicieron gran fiesta al subirlo al Fórmula 1. A mí, que estaba ahí atendiendo a unos clientes de la sacrosanta promoción (fiú, el alivio del final), Fabrice - uno de los chicos de la organización - me habló casi a hurtadillas. En francés me dijo que me tocaba subirme. Se río mucho cuando miró mi cara de interrogación y me preguntó que si no me gustaría subirme, que era mi oportunidad.
Una cosa me quedo clara incluso en el momento de más miedo: yo nunca iba a pagar por eso y era poco probable que se me presentara otra vez la oportunidad. Entonces dije que sí. Después me enteré que el puesto ya se lo habían ofrecido a una chica de dentro de la organización, quien lo había rechazado con horror. "Es que me da mucho miedo la velocidad", me dijo mientras me miraba abrocharme el mono. Claro, pensé, como si a mí me gustara mucho.
Lo peor es estar esperando el arranque y llegar a la primera curva, porque es una aceleración continua desde cero. Sí, cerré los ojos. Y cuando sentí que me salía del carro casi quise gritar... pero no quería poner nervioso al piloto que llevaba mi vida y la de Antonio atadas a sus frenazos y aceleraciones. Como regalo especial para él, en lugar de dos vueltas al circuito, dimos tres. Sentí alivio cuando comenzó a frenar pero también una nostalgia un poco idiota: en el fondo, creo que me hubiese gustado una vuelta más.
Y ese es el cuento de cómo esta niña miedosita se subió a un Fórmula 1. Qué bien. Ahora vendrán más montañas rusas.

1 comentario:

AC Uribe dijo...

Darling... pues yo supongo que como unos quinientos, porque mi cerebro iba dando vueltas igual. Pero los más son en la primera vuelta, te lo aseguro.