24.5.06
Lisboa - Día 1
Bajé del avión Eça de Queirós a la mitad de la tarde. Para mí era más tarde. Me sentí como el cronopio con el reloj que atrasa. Desde que subí al vuelo de TAP me acordé qué es no entender nada de lo que hablan los que están a tu alrededor. Pero absolutamente nada porque los portugueses – ya lo sabía pero se me había olvidado – no sólo hablan portugués: no vocalizan. Casi imposible enterarse de nada.
Al salir, no había nadie esperándome. Qué triste. Yo quería que sí hubiera alguien a mi espera. Quise comprar un boleto de taxi pero la señorita me dijo que era más barato si yo directamente tomaba uno en la calle. Interesante que ella misma le restara importancia a la promoción oficial.
El taxista – estoy casi segura – me cobró de más. No conforme con eso, se tomó de propina dos euros… y los puso en el ticket. Algo me estaba recordando a mi tierra.
En el hotel, todo el mundo fue sumamente amable. A diferencia de mi última estancia corporativa, ahora tenía una habitación muy grande… tan grande que era mayor que mi piso en Barcelona. Descansé un poco, descargué las fotos de la cámara y salí con ganas de comerme a Lisboa.
Llovía. Afuera del Metro Campo Grande, sufrí un grandísimo dejavú. Era como la estación Pantitlán del Metro de la Ciudad de México pero en chiquito. Los andenes de los autobuses por abajo, la conjunción de varias líneas de metro… vamos, hasta había vendedores de flores y panecitos en la entrada. Me dio saudade… de verdad.
Bajé hasta el lluvioso centro. Caminé por las calles buscando ese magnífico algo que tenía Lisboa. Me decepcionó no verlo. Cuando me harté de mojarme, de que los hombres me dijeran cosas que yo no entendía, entré a una Iglesia - era tan poco turista que ni siquiera busqué su nombre. Se está cayendo, literalmente. Está absolutamente degradada por dentro. No entendí qué pasaba. Pero estaba a punto de iniciar la misa, el ambiente era demasiado opresivo y preferí irme.
En el metro, fui a conocer Lisboa con sus habitantes: todos de domingo por la tarde en el centro comercial. Comí sola, en un restaurante sin demasiado chiste. En realidad, lo que quería era dormir y regresar a casa. Ya en el hotel, descubrí estupefacta que la televisión portuguesa es inglés: los programas se subtitulan, no se doblan. La ví hasta que me quedé dormida. Creo que soñé con lusos que son angloparlantes o gringos que hablan con subtítulos en portugués. Algo así.
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