La primavera está absolutamente instalada en Barcelona. Y para el caso, en el resto de Europa. Aunque todas las cadenas meteorológicas presagiaban lluvia y frío tanto en Barcelona como en Lyon el pasado fin de semana, algo en el cielo decidió llevarles la corriente. E hizo sol. Un sol esplendoroso. Un sol de treinta grados, de agobio de corbatas, de ganas de corretear entre las fuentes públicas.
En plena primavera, a mi lado transitan ángeles. Llegan y se van, con esa tranquilidad. No puedo evitar pensar en lo irónico del asunto: cuatro queridos amigos míos, papás recién estrenados, viviendo situaciones completamente diferentes. Los papás de Lucía despidiéndose de ella el jueves pasado: algo en sus pulmones, en su corazón, dejó de funcionar al escaso mes de nacida. Y al mismo tiempo, del otro lado del mundo, los papás de Emilia la reciben, felices, agradecidos. Uno no sabe qué pensar. Si consolarse con el "Dios sabe porqué hace las cosas" o imaginar imposibles reencarnaciones casi instantáneas.
Lo único que quisiera saber es cómo estar con ellos: con los que despiden con dolor y los que reciben con alborozo. A los cuatro les queda mucho camino por recorrer. Ojalá alguien sepa decirme - como le dice al sol que debe brillar en primavera - cómo estar, acompañar y servir de algo en el camino que empiezan a recorrer.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario