25.5.06
Lisboa - Día 2
A trabajar. Me levanté muy temprano – sigo con el horario español – y con un pie en la regadera sonó mi móvil. El sacrosanto jefe financiero, gritándome (qué novedad), preguntándome que qué hacían ahí unos hombres que iban a pintar el rótulo de la entrada. Evidentemente, dije, iban a pintar el rótulo de la entrada. Desató el Apocalipsis, me dijo que los había mandado de regreso porque no había autorización del dueño de la nave, y mil y una cosas… que pudo haberme dicho la semana pasada en la reunión cuando anuncié que se pintaría el nuevo logotipo. Los siguientes treinta minutos fueron de llamadas telefónicas y angustias. No había pasado nada. El logotipo comenzó a pintarse un poco más tarde. Qué ganas de hacerme la vida difícil.
Desayuné en el hotel, rápido, porque mi cita con mi compañero portugués era a las 9:30. A esa hora estaba yo en el lobby, perfectamente lista, trajeada, para irme a hacer de muda a la feria (con mi falta de portugués, no veía qué más). Pero no llegó a las 9:30. Ni a las 9:45. A las 10, cuando estaba a punto de marcarle, me llamó. Se había retrasado y no llegaría por mí hasta más tarde. ¿Cuánto más tarde?, pregunte. “No… seguramente ocupe toda la mañana… ¿por qué no te vas a caminar un poco y a conocer Lisboa?”. Francamente, casi me muero al colgar. Está bien que yo no había visto mucho de Lisboa pero… era una locura estar lejos de mi oficina en un lunes y no estar haciendo nada… vamos, nada planeado. Me acordé del primer viaje de negocios que hice en la agencia de Relaciones Públicas… era también a una feria. El representante del cliente en México, inexplicablemente, me mandó el material con el peor transportista del mundo. Todo llegó dos días tarde. Monté cuando la feria ya había empezado… y me pasé dos días en la playa de Cancún sin nada que hacer. Esa vez, mi jefa iba conmigo y fue la primera que se puso el bikini. Me dijo que me quitara la culpa de encima… y lo disfrutara.
Así que en honor de mi querida Jefa me salí y tomé de nuevo el metro ahora con destino a Rato, cerca de la casa de Pessoa. Y la visite, junto con su barrio, que es guapísimo. Y encontré una tienda chiquitita en una esquina, donde venden sólo cosas de gatos. Y descubrí, poquito a poco, porqué Lisboa es tan bonita. Es silenciosa. Sirve para escribir y mirar. Tiene muchos rinconcitos. Tiene plantas y árboles por todos lados. Es limpia. Tiene el río y corre un airecito que la refresca. En general, es guapa. Volví a caminar todo el centro y aplaudí a los publicistas del banco Espirito Santo que han puesto tremendos espectaculares que dicen “Esta es la bandera más bonita del mundo”, invitando a los portugueses al orgullo nacional y al apoyo de su selección de futbol.
A medio día, cuando el sol y los zapatos ya casi me habían matado, me habló Fernando. “¿Ya comiste? Es que yo ya”. Quise matarlo yo a él. Me pidió que tomara un taxi y le dijera que me llevara a la zona de restaurantes de las Docas – los embarcaderos, que yo entendí “Bocas”, pero el taxista supo interpretar. El taxi era un Mercedes de los 60s al que me subí por pura nostalgia malentendida de la Habana. En 5€ (o 10 minutos) estuvimos en las Docas. Son los antiguos almacenes del puerto ahora convertidos en zona de restaurantes. Comí como una reina bajo el solecito y con la brisa del río a un lado. Además, las Docas tienen una visión muy interesante de Lisboa como pastiche de tópicos internacionales: desde ahí se ve el Cristo O Rey (réplica del Cristo de Corcovado en Brasil) y el puente 25 de Abril (idéntico al Golden Gate).
En cuanto vi a Fernando, me explicó la confusión: la feria empezaba hasta el martes, no había prisa por estar el lunes en el Centro de Exposiciones más que en la tarde, para terminar con el montaje. Me sentí un poco menos culpable. Después de la comilona fuimos por fin a ver el stand. Salimos de ahí y tardamos dos horas en ir y regresar por un material a uno de los almacenes en los alrededores de Lisboa. Recogimos a una amiga de Fernando y fuimos a comer.
Disfruté mucho de la cena. La comida era excelente y estaba sentada en frente de dos niños bien: con modales exquisitos, Fernando y su amiga se comportaron de una manera impecable. Tal vez sólo podría cuestionarles que no hablaran más despacio o un poco en español, porque me resultaba casi imposible seguirles. A la mitad de la cena, un hombre estadounidense entró y preguntó por “El Senyor who parks the cars”. No sé qué habrá sido de él porque salió seguido por el Maître y no regresó más. Creo que me bebí casi media botella de vino. Desde el auto, Lisboa parecía mucho más pequeña que lo que me costó caminarla. Pero sus árboles seguían siendo hermosos, y sus estatuas, y sus anuncios que abogaban por “la bandera más bella del mundo”. No pude resistir la tentación de encender la televisión al llegar al hotel. Adormilada, comprendí que pasaban – extraña bendición – un capítulo de Sex & the City. Habíamos cambiado mi boleto de avión y, en lugar de regresar a Barcelona a las diez de la mañana, lo haría a las siete de la noche. De improviso, un día más para hacerme de Lisboa.
24.5.06
Lisboa - Día 1
Bajé del avión Eça de Queirós a la mitad de la tarde. Para mí era más tarde. Me sentí como el cronopio con el reloj que atrasa. Desde que subí al vuelo de TAP me acordé qué es no entender nada de lo que hablan los que están a tu alrededor. Pero absolutamente nada porque los portugueses – ya lo sabía pero se me había olvidado – no sólo hablan portugués: no vocalizan. Casi imposible enterarse de nada.
Al salir, no había nadie esperándome. Qué triste. Yo quería que sí hubiera alguien a mi espera. Quise comprar un boleto de taxi pero la señorita me dijo que era más barato si yo directamente tomaba uno en la calle. Interesante que ella misma le restara importancia a la promoción oficial.
El taxista – estoy casi segura – me cobró de más. No conforme con eso, se tomó de propina dos euros… y los puso en el ticket. Algo me estaba recordando a mi tierra.
En el hotel, todo el mundo fue sumamente amable. A diferencia de mi última estancia corporativa, ahora tenía una habitación muy grande… tan grande que era mayor que mi piso en Barcelona. Descansé un poco, descargué las fotos de la cámara y salí con ganas de comerme a Lisboa.
Llovía. Afuera del Metro Campo Grande, sufrí un grandísimo dejavú. Era como la estación Pantitlán del Metro de la Ciudad de México pero en chiquito. Los andenes de los autobuses por abajo, la conjunción de varias líneas de metro… vamos, hasta había vendedores de flores y panecitos en la entrada. Me dio saudade… de verdad.
Bajé hasta el lluvioso centro. Caminé por las calles buscando ese magnífico algo que tenía Lisboa. Me decepcionó no verlo. Cuando me harté de mojarme, de que los hombres me dijeran cosas que yo no entendía, entré a una Iglesia - era tan poco turista que ni siquiera busqué su nombre. Se está cayendo, literalmente. Está absolutamente degradada por dentro. No entendí qué pasaba. Pero estaba a punto de iniciar la misa, el ambiente era demasiado opresivo y preferí irme.
En el metro, fui a conocer Lisboa con sus habitantes: todos de domingo por la tarde en el centro comercial. Comí sola, en un restaurante sin demasiado chiste. En realidad, lo que quería era dormir y regresar a casa. Ya en el hotel, descubrí estupefacta que la televisión portuguesa es inglés: los programas se subtitulan, no se doblan. La ví hasta que me quedé dormida. Creo que soñé con lusos que son angloparlantes o gringos que hablan con subtítulos en portugués. Algo así.
17.5.06
Novedades en las ventanas
Se agregan tres nuevas entradas a mis links del blog:
¿Alguna vez te has cajeado al darle en la madre a algo muy chipocludo? ¿Andabas chiroteando con tus primos y tenías a tu familia hasta el gorro? Tranquilo... todas tus dudas sobre los mexicanismos pueden resolverse aquí. Sumamente útil para quien quiera comprender la mexicanidad, je.
Además, las nuevas páginas de mis queridos Benjamín y Bef - en plan ilustración. Si yo fuera rica y tuviera una agencia en donde se hiciera feliz a las personas (sí, de comunicación y diseño gráfico), ellos formarían parte de mi dream team.
¿Alguna vez te has cajeado al darle en la madre a algo muy chipocludo? ¿Andabas chiroteando con tus primos y tenías a tu familia hasta el gorro? Tranquilo... todas tus dudas sobre los mexicanismos pueden resolverse aquí. Sumamente útil para quien quiera comprender la mexicanidad, je.
Además, las nuevas páginas de mis queridos Benjamín y Bef - en plan ilustración. Si yo fuera rica y tuviera una agencia en donde se hiciera feliz a las personas (sí, de comunicación y diseño gráfico), ellos formarían parte de mi dream team.
16.5.06
Necesidad de eco
Recibí un mensaje de un antiguo innombrable. Con lista de contactos escondida - por lo menos - pero la línea de entrada se dirigía sólo a un público femenino. Al final, además de hacer una crónica mínima de su nuevo paradero, hacía del conocimiento público que ahora vive con otra chica. Raro. Muy. Pero supongo que uno tiene la necesidad de gritar y que algo - alguien, alguna - le responda.
15.5.06
Usted mismo, caballero
Leo en el Reforma en línea del día de hoy la siguiente cita, expresada por el señor Evo Morales, presidente de Bolivia: "Todavía estoy intentando saber cómo se gobierna. No me acostumbro a ser Presidente. A veces creo que sigo siendo dirigente sindical".
Cada quien sus clásicos.
Cada quien sus clásicos.
12.5.06
"Con mi voto, México está completo"
Esa es la leyenda que se lee en la pulserita que el IFE me mandó junto con mis papeletas para votar. Me miran desde la mesa de casa. Y yo, veo las fotos del folletito... ¿que Campa no tiene asesor de imagen? ¿o el que tiene no quiere que gane por tener cara de feo y maloso?
Hoy mi jefe me preguntó que si podré votar en las próximas elecciones para el gobierno catalán. Lo más fuerte de todo es que creo que sí, bajo la premisa de que aquí vivo y a ellos les pago mis impuestos.
Supongo que mi pulserita y mi posible voto en tierras catalanes son algunas de las innumerables ventajas del surrealismo.
Hoy mi jefe me preguntó que si podré votar en las próximas elecciones para el gobierno catalán. Lo más fuerte de todo es que creo que sí, bajo la premisa de que aquí vivo y a ellos les pago mis impuestos.
Supongo que mi pulserita y mi posible voto en tierras catalanes son algunas de las innumerables ventajas del surrealismo.
10.5.06
Porqué no soy "cool"
1. Porque soy una fan from hell.
2. Porque compro en barata… pero no porque sea excepcionalmente buena para combinar nada o tenga los típicos "hallazgos", sino porque me parece una barbaridad pagar más de 15€ por unos jeans.
3. Porque me gusta la música de los ochenta. Mucho. Y terminé dicha década cumpliendo diez años.
4. Porque mi único vicio es masticar chicle… y cuando estoy muy distraída y/o estresada lo hago con la boca abierta.
5. Porque le tengo miedo al alcohol y a las drogas. Siempre me escaqueo.
6. Porque hablo sólo dos idiomas y medio.
7. Porque creo que escribo poesía, pero me gano la vida haciendo marketing de productos para la construcción.
8. Porque cuando me enojo, me enojo. Mucho.
9. Porque estoy casada… por la iglesia y todo – aceptémoslo… fuera de los círculos relacionados con el Opus Dei, no resulta cool.
10. Porque soy una metiche de mierda.
11. Porque me tomo muy en serio todo. [Sí, hasta esto.]
12. Porque soy un poco sabelotodo… y gano en el Trivial (o el Maratón, en su versión mexicana).
13. Porque me encantan las comedias románticas y los chick flicks.
14. Porque diariamente sueño con 2,485,983 proyectos irrealizables… y luego se me olvidan.
15. Porque me obsesionan mis calificaciones cuando estoy en la escuela… y años después.
16. Porque lo más cool es ser uncool.
(Y, como diría Raúl Velasco, aún hay más...)
2. Porque compro en barata… pero no porque sea excepcionalmente buena para combinar nada o tenga los típicos "hallazgos", sino porque me parece una barbaridad pagar más de 15€ por unos jeans.
3. Porque me gusta la música de los ochenta. Mucho. Y terminé dicha década cumpliendo diez años.
4. Porque mi único vicio es masticar chicle… y cuando estoy muy distraída y/o estresada lo hago con la boca abierta.
5. Porque le tengo miedo al alcohol y a las drogas. Siempre me escaqueo.
6. Porque hablo sólo dos idiomas y medio.
7. Porque creo que escribo poesía, pero me gano la vida haciendo marketing de productos para la construcción.
8. Porque cuando me enojo, me enojo. Mucho.
9. Porque estoy casada… por la iglesia y todo – aceptémoslo… fuera de los círculos relacionados con el Opus Dei, no resulta cool.
10. Porque soy una metiche de mierda.
11. Porque me tomo muy en serio todo. [Sí, hasta esto.]
12. Porque soy un poco sabelotodo… y gano en el Trivial (o el Maratón, en su versión mexicana).
13. Porque me encantan las comedias románticas y los chick flicks.
14. Porque diariamente sueño con 2,485,983 proyectos irrealizables… y luego se me olvidan.
15. Porque me obsesionan mis calificaciones cuando estoy en la escuela… y años después.
16. Porque lo más cool es ser uncool.
(Y, como diría Raúl Velasco, aún hay más...)
9.5.06
Libre tránsito de ángeles
La primavera está absolutamente instalada en Barcelona. Y para el caso, en el resto de Europa. Aunque todas las cadenas meteorológicas presagiaban lluvia y frío tanto en Barcelona como en Lyon el pasado fin de semana, algo en el cielo decidió llevarles la corriente. E hizo sol. Un sol esplendoroso. Un sol de treinta grados, de agobio de corbatas, de ganas de corretear entre las fuentes públicas.
En plena primavera, a mi lado transitan ángeles. Llegan y se van, con esa tranquilidad. No puedo evitar pensar en lo irónico del asunto: cuatro queridos amigos míos, papás recién estrenados, viviendo situaciones completamente diferentes. Los papás de Lucía despidiéndose de ella el jueves pasado: algo en sus pulmones, en su corazón, dejó de funcionar al escaso mes de nacida. Y al mismo tiempo, del otro lado del mundo, los papás de Emilia la reciben, felices, agradecidos. Uno no sabe qué pensar. Si consolarse con el "Dios sabe porqué hace las cosas" o imaginar imposibles reencarnaciones casi instantáneas.
Lo único que quisiera saber es cómo estar con ellos: con los que despiden con dolor y los que reciben con alborozo. A los cuatro les queda mucho camino por recorrer. Ojalá alguien sepa decirme - como le dice al sol que debe brillar en primavera - cómo estar, acompañar y servir de algo en el camino que empiezan a recorrer.
En plena primavera, a mi lado transitan ángeles. Llegan y se van, con esa tranquilidad. No puedo evitar pensar en lo irónico del asunto: cuatro queridos amigos míos, papás recién estrenados, viviendo situaciones completamente diferentes. Los papás de Lucía despidiéndose de ella el jueves pasado: algo en sus pulmones, en su corazón, dejó de funcionar al escaso mes de nacida. Y al mismo tiempo, del otro lado del mundo, los papás de Emilia la reciben, felices, agradecidos. Uno no sabe qué pensar. Si consolarse con el "Dios sabe porqué hace las cosas" o imaginar imposibles reencarnaciones casi instantáneas.
Lo único que quisiera saber es cómo estar con ellos: con los que despiden con dolor y los que reciben con alborozo. A los cuatro les queda mucho camino por recorrer. Ojalá alguien sepa decirme - como le dice al sol que debe brillar en primavera - cómo estar, acompañar y servir de algo en el camino que empiezan a recorrer.
El resto del viaje a México
Dado que este blog me sirve como bitácora personal y NUNCA termino de contar mis viajes, va el resumen corto del viaje a México que hice hace ya (qué increíble) dos meses:
- Sábado 11 de marzo: familiar.
Como si no hubiera pasado el tiempo, de pronto ahí estaba yo con mis papás y mis dos hermanos, paseándonos de un lado a otro de la ciudad. Era extraño estar los cinco, solos, sin prisas... sin ganas de pelearnos. Tenemos a tanto tiempo sin vernos que necesitamos la presencia. Además, mis padres decidieron consentirme como pequeñita: tuve ropa y zapatos nuevos y fuimos a comer a uno de mis restaurantes favoritos. Fue un día bueno.
- Domingo 12: también familiar.
No sabíamos cómo se venía la semana. Entonces decidimos ir con mi abuelita paterna a comer. Mi papá y mis hermanos regresaban a Vallarta ese mismo día, por aquello de las escuelas, el perro (mi otro hermano) y la huerta de tomates. En un ataque de nostalgia, insistí en ir a misa a la Iglesia donde fui toda mi infancia. Me sorprendió su tamaño: a pesar de que me fuí de ahí siendo adulta, la recordaba más grande. Estaba el mismo señor cura y el mismo sacerdote que me confesaban muchos años atrás. Y en la nostalgia, me confesé. El padre me reconoció y en lugar de confesarme me preguntó que en dónde estaba, con quién, si ya hablaba catalán, en fin... Casi como si fuera mi tío. Al final, me preguntó si ya había pensado en tener hijos. Le conté que lo consideraba, pero poco a poco: "Me parece bien", repuso. "Acuérdate que primero siempre está el amor a tu marido. Que los hijos no se interpongan en eso". Me sorprendió. La tarde transcurrió rápido entre casa de las dos abuelas. Y decidí ir a la ciudad de México.
- Lunes 13: primer contacto con el mundo exterior.
Era increíble eso de despertar y tener el desayuno listo, en la habitación. Literalmente, era como si mis deseos fueran órdenes. Quise comer mole verde - especialidad de mi abuela. Y comí mole verde. Según esto iba yo a aprender cómo a hacerlo... pero me conecté a internet para buscar unas direcciones y el boleto de avión al DF y bueno... me distraje. Comí y en la tarde me ví con miss H. Hablamos de muchas cosas: la vida, el futuro, el compromiso, los trabajos. Me llevó a La Estación de Lulio, un cafeto que solía frecuentar. Mientras esperaba a Verde, descubrí una cosa: el tiempo no había pasado. La gente que se reunía ahí era la misma, pero con otras caras. Todos tan progres, tan cool, tan únicos. Me dió un poco de miedo. Me acordé que la última vez que estuve esperando a alguien ahí me dejó plantadísima. Pero Verde no es así. Llegó, nos tomamos una cerveza, me presentó a los habitantes de la mesa de al lado (Guadalajara is a little town)y nos pusimos medio al día. Después me llevó a comer Tacos Fonseca a Avenida México. Me moría de la emoción. También fue un buen día.
- Martes 14 y miércoles 15: México lindo y querido.
Salí temprano para Toluca. Las nuevas opciones de vuelos económicos me obligaban a hacer una escala en la ciudad en la que viven los papás del Duque, así que pude desayunar con ellos antes de lanzarme a la jungla. Tomé el autobús hacia el DF al medio día. Cuando llegué a la estación de Observatorio, comencé a ponerme muy nerviosa. Agarré fuertemente mi bolsa y casi corrí hasta el metro. Compré mis boletos de 2 pesos (por ahí como 17 céntimos de euro) y me subí al transporte urbano más utilizado del mundo. Qué agobio. Se me había olvidado que la gente no tiene espacio y va cerca, muy cerca de tí. Respira, Cinthya, respira.
Salí del metro más tranquila. Pero nadie me había preparado para el famoso Metrobus. En tres palabras: lata de sardinas. Recibí el planchado diario y para cuando bajé en cerca de mi antigua oficina me MORÍA de calor.
Fuí a un Sanborns a peinarme (jijiji) y después entré a la oficina. Descubrí que difícilmente conocía a alguien. Vamos, por lo menos me dejaron pasar. Pero los que me conocían me saludaron con suficiente efusividad como para solventar algunas (sólo algunas) de las faltas. Conocí al monstruo que tuvo la falta de decencia de criticarme sin conocerme. Me odió. Yo ni siquiera le dí el gusto. Es un bicho.
Salí a comer con un grupo del cual conocía a muy pocos... demasiado pocos. Pero fue bien. Después, a la compañía telefónica a hacer trámites con Moni y luego al médico. Uf. Horroroso. Pero estoy sana, que es lo importante.
Otra vez, unas horas para mí sola. Y subí y bajé por las calles de Polanco tratando de encontrarle algún sentido a la distancia. Es tan rápido todo que sentía que podía subirme al metro y bajar en plaza Catalunya. Sentía, pero sabía que no. Cené con los cuatro fantásticos: Arlette y el Doc tenían una panza inmensa, a puntísimo de ser papás. Karla y Arturo no tenían una panza inmensa, pero también estaban en la fila. Dios. Los bebés nos invaden.
Dormí en el Sur de la ciudad. Por la mañana hice literalmente decenas de llamadas telefónicas. Almorcé con Bef, con Arlette y una compañera de trabajo de Arlette. Hablamos horas. El desayuno se extendió hasta el medio día. Corrí a la Condesa para ver a Mufasa y a Mar, que los extraño. Mufasa no estuvo. Mar estaba: sonriente como siempre. Qué bien me hizo verla, también. Correr de nuevo al otro lado de la Condesa para visitar las nuevas instalaciones de la Bola de Papel. Hablé por teléfono y visité a los que estaban. Taxi hacia Polanco. Cecilia me esperaba para llevarme a su casa en Satélite. Comí con ella y después salimos hacia Toluca en su auto, porque tenía un avión que tomar. En el aeropuerto, me encontré con el Woody, que había ido desde Querétaro a darme un abrazo. Feliz, feliz, contento, contento. El avión se retrasó y pudimos hablar un poco. Regresé a Guadalajara casi muerta. Pero muy, muy contenta.
(Quienes conozcan el DF sabrán que hice maravillas en solo dos días).
- Jueves 16: fin del trámite.
Desayunamos en casa. Casi al mediodía, nos fuimos por la famosa visa. Cinco minutos y yo salía de la embajada con mi pasaporte. La verdad es que por un momento hubiera querido que se retrasara... pero no. Acompañé a mi mamá con el médico: estuvimos ahí un rato mientras se aseguraron que nada malo le sucedía a sus piernas. Y nada malo les pasaba. Finalmente, fuimos a comer a aquel campestre que la vigilia nos negaba el viernes anterior. Delicioso. Fuimos a conocer el terreno de la nueva casa de Martha, en plena naturaleza. Tan bonito. Luego, compré algunos encargos en unas librerías y me apersoné en la presentación de un libro en la librería del Fondo de Cultura Económica. Por supuesto, me topé con algunos personajes de mi pasado, incluidos algunos compañeros de trabajo. Me hizo gracia no estar tomando notas, no ser la reportera encargada. Me hizo gracia estar ahí por gusto. Víctor me llevó de regreso a casa y también a Ángel. El pasado parecía estar en todos lados.
- Viernes 17: todo.
Se me acababa el tiempo. A primera hora de la mañana desayuné con Adriana. Quería traérmela a Barcelona pero no se dejó. Ella me llevó casi hasta la oficina de mi primer jefe, David Izazaga. De editor, ahora es gran funcionario universitario. Qué ilusión. Qué bonita oficina. Qué bonito trabajo. "Pues ya vente, Pitufa", me dijo. "Ya sabes que encontraremos algo para tí". No sé si sólo eran palabras amables pero me sentaron bien. Después, la no-cita con un antiguo innombrable. En un absurdo que siempre sucede, vagamos por un interminables puntos de la ciudad mientras hablabamos de cosas serias enmascaradas en trivialidades. Era como ir recorriendo lugares sin querer. Acabamos muy cerca del sitio donde habíamos empezado, tomando té helado en un restaurante para que las abuelitas tomen el té. Era, lo menos, surrealista. Ambos teníamos lugares a los cuales llegar y nos despedimos en un taxi, durante la espera de un alto.
Yo tenía que encontrarme con Víctor pero cuando llegué ya había salido de su oficina para ir a comer. Intenté llamarle al celular sin éxito. Entonces, de pronto, me acordé que tenía que hablar con Oseas antes de irme. En quince minutos yo estaba de vuelta en un taxi, citada para comer con él. Me recibió en su "comuna": me gustó que, a diferencia de las comunas de Barcelona, esta tuviera jardín. Queríamos tacos pero otra vez la mochez tapatía nos golpeó: la taquería estaba cerrada. Acabamos comiendo el extraño sushi mexicano y contándonos entre maki y maki nuestras desordenadas vidas. Caótico, pero lindo.
De camino hacia un espectáculo ecuestre - ¡qué mexicano, por dios! - él y sus amigos me llevaron a casa. Cuando llegué, un intenso olor a tamales ya impregnaba todos los sitios. Qué emoción. Me llevaron hasta flores. Mi papá y los niños llegaron rozando la media noche y otra vez los cinco volvimos a dormir bajo el mismo techo.
- Sábado 18: casi última.
Labor de relaciones públicas conyugales: fuí a desayunar y conocer a la prometida de un amigo del Duque. Fue divertido. Después, fuí a buscar tequila y acompañé a mis papás a un laboratorio de análisis (no están enfermos: check-up anual). Regresamos a casa y Oseas fue por mí para ir a una boda, del hermano de un compañero de la escuela. Ví a Picho y a Bárbara con sus dos hijos - ¡la invasión!. Me dió mucho gusto encontrarlos tan felices. El bueno de Oseas me llevó después a un restaurante llamado La Vaca Argentina, donde se celebraba el cumple de mi querida Fabiolita. Ah, la universidad. Muy divertido, sobre todo porque tomé un poco de más y me puse risueña. La guera insistió en que fuéramos a conocer su casa y su perro - ¡la invasión!. Fabis me dejó en casa después: yo hubiera querido seguir la fiesta, pero había que hacer maleta.
Javier me ayudó a empacar. La verdad es que nos moríamos de tristeza, pero tratábamos de que no se nos notara. No me acuerdo qué hicimos esa noche. Seguro que fue algo que no mostrara que estábamos muy, muy tristes.
- Domingo 19: el regreso.
Mi avión salía a las 8 de la mañana. Por ser vuelo internacional, había que estar ahí a las seis. Todos se despertaron. Llevaba una comitiva digna de cualquier mandatario. Iban siete personas a despedirme. Y contra todos los pronósticos, documentar mi equipaje me llevó cinco minutos. "Su vuelo viene un poco retrasado", me dijo la dependienta al darme mis papeles. "Entonces la cambié al de las siete de la mañana para que no vaya a retrarse en la conexión a Madrid. Tiene que abordar en diez minutos". Tristemente, lo agradecí. No me creía capaz de soportar una despedida de una hora y media en el aeropuerto de Guadalajara. Los abracé a todos rápido. Mis brazos no querían desprenderse de ellos ni viceversa. Lloré. Siempre lloro. Pero intenté que fuera en el avión, para no preocuparlos demás.
Eran demasiadas horas en el aeropuerto de México. Compré revistas. Desayuné. Cuando casi me ahoga la desesperación, llegó Bef. No le gusta despedirse. A mí tampoco. Me sacó del aeropuerto y lo acompañé a desayunar en un restaurante de chinos cerca de la Unidad Kennedy, donde viví mis primeros años. Después me dejó de regreso en el aeropuerto, justo a tiempo para cruzar el control y subirme al avión. "Vamos a hacer como si nos fuéramos a ver mañana o la próxima semana", me dijo. Estuve de acuerdo. Y hasta que me subí al avión, no lloré.
- Sábado 11 de marzo: familiar.
Como si no hubiera pasado el tiempo, de pronto ahí estaba yo con mis papás y mis dos hermanos, paseándonos de un lado a otro de la ciudad. Era extraño estar los cinco, solos, sin prisas... sin ganas de pelearnos. Tenemos a tanto tiempo sin vernos que necesitamos la presencia. Además, mis padres decidieron consentirme como pequeñita: tuve ropa y zapatos nuevos y fuimos a comer a uno de mis restaurantes favoritos. Fue un día bueno.
- Domingo 12: también familiar.
No sabíamos cómo se venía la semana. Entonces decidimos ir con mi abuelita paterna a comer. Mi papá y mis hermanos regresaban a Vallarta ese mismo día, por aquello de las escuelas, el perro (mi otro hermano) y la huerta de tomates. En un ataque de nostalgia, insistí en ir a misa a la Iglesia donde fui toda mi infancia. Me sorprendió su tamaño: a pesar de que me fuí de ahí siendo adulta, la recordaba más grande. Estaba el mismo señor cura y el mismo sacerdote que me confesaban muchos años atrás. Y en la nostalgia, me confesé. El padre me reconoció y en lugar de confesarme me preguntó que en dónde estaba, con quién, si ya hablaba catalán, en fin... Casi como si fuera mi tío. Al final, me preguntó si ya había pensado en tener hijos. Le conté que lo consideraba, pero poco a poco: "Me parece bien", repuso. "Acuérdate que primero siempre está el amor a tu marido. Que los hijos no se interpongan en eso". Me sorprendió. La tarde transcurrió rápido entre casa de las dos abuelas. Y decidí ir a la ciudad de México.
- Lunes 13: primer contacto con el mundo exterior.
Era increíble eso de despertar y tener el desayuno listo, en la habitación. Literalmente, era como si mis deseos fueran órdenes. Quise comer mole verde - especialidad de mi abuela. Y comí mole verde. Según esto iba yo a aprender cómo a hacerlo... pero me conecté a internet para buscar unas direcciones y el boleto de avión al DF y bueno... me distraje. Comí y en la tarde me ví con miss H. Hablamos de muchas cosas: la vida, el futuro, el compromiso, los trabajos. Me llevó a La Estación de Lulio, un cafeto que solía frecuentar. Mientras esperaba a Verde, descubrí una cosa: el tiempo no había pasado. La gente que se reunía ahí era la misma, pero con otras caras. Todos tan progres, tan cool, tan únicos. Me dió un poco de miedo. Me acordé que la última vez que estuve esperando a alguien ahí me dejó plantadísima. Pero Verde no es así. Llegó, nos tomamos una cerveza, me presentó a los habitantes de la mesa de al lado (Guadalajara is a little town)y nos pusimos medio al día. Después me llevó a comer Tacos Fonseca a Avenida México. Me moría de la emoción. También fue un buen día.
- Martes 14 y miércoles 15: México lindo y querido.
Salí temprano para Toluca. Las nuevas opciones de vuelos económicos me obligaban a hacer una escala en la ciudad en la que viven los papás del Duque, así que pude desayunar con ellos antes de lanzarme a la jungla. Tomé el autobús hacia el DF al medio día. Cuando llegué a la estación de Observatorio, comencé a ponerme muy nerviosa. Agarré fuertemente mi bolsa y casi corrí hasta el metro. Compré mis boletos de 2 pesos (por ahí como 17 céntimos de euro) y me subí al transporte urbano más utilizado del mundo. Qué agobio. Se me había olvidado que la gente no tiene espacio y va cerca, muy cerca de tí. Respira, Cinthya, respira.
Salí del metro más tranquila. Pero nadie me había preparado para el famoso Metrobus. En tres palabras: lata de sardinas. Recibí el planchado diario y para cuando bajé en cerca de mi antigua oficina me MORÍA de calor.
Fuí a un Sanborns a peinarme (jijiji) y después entré a la oficina. Descubrí que difícilmente conocía a alguien. Vamos, por lo menos me dejaron pasar. Pero los que me conocían me saludaron con suficiente efusividad como para solventar algunas (sólo algunas) de las faltas. Conocí al monstruo que tuvo la falta de decencia de criticarme sin conocerme. Me odió. Yo ni siquiera le dí el gusto. Es un bicho.
Salí a comer con un grupo del cual conocía a muy pocos... demasiado pocos. Pero fue bien. Después, a la compañía telefónica a hacer trámites con Moni y luego al médico. Uf. Horroroso. Pero estoy sana, que es lo importante.
Otra vez, unas horas para mí sola. Y subí y bajé por las calles de Polanco tratando de encontrarle algún sentido a la distancia. Es tan rápido todo que sentía que podía subirme al metro y bajar en plaza Catalunya. Sentía, pero sabía que no. Cené con los cuatro fantásticos: Arlette y el Doc tenían una panza inmensa, a puntísimo de ser papás. Karla y Arturo no tenían una panza inmensa, pero también estaban en la fila. Dios. Los bebés nos invaden.
Dormí en el Sur de la ciudad. Por la mañana hice literalmente decenas de llamadas telefónicas. Almorcé con Bef, con Arlette y una compañera de trabajo de Arlette. Hablamos horas. El desayuno se extendió hasta el medio día. Corrí a la Condesa para ver a Mufasa y a Mar, que los extraño. Mufasa no estuvo. Mar estaba: sonriente como siempre. Qué bien me hizo verla, también. Correr de nuevo al otro lado de la Condesa para visitar las nuevas instalaciones de la Bola de Papel. Hablé por teléfono y visité a los que estaban. Taxi hacia Polanco. Cecilia me esperaba para llevarme a su casa en Satélite. Comí con ella y después salimos hacia Toluca en su auto, porque tenía un avión que tomar. En el aeropuerto, me encontré con el Woody, que había ido desde Querétaro a darme un abrazo. Feliz, feliz, contento, contento. El avión se retrasó y pudimos hablar un poco. Regresé a Guadalajara casi muerta. Pero muy, muy contenta.
(Quienes conozcan el DF sabrán que hice maravillas en solo dos días).
- Jueves 16: fin del trámite.
Desayunamos en casa. Casi al mediodía, nos fuimos por la famosa visa. Cinco minutos y yo salía de la embajada con mi pasaporte. La verdad es que por un momento hubiera querido que se retrasara... pero no. Acompañé a mi mamá con el médico: estuvimos ahí un rato mientras se aseguraron que nada malo le sucedía a sus piernas. Y nada malo les pasaba. Finalmente, fuimos a comer a aquel campestre que la vigilia nos negaba el viernes anterior. Delicioso. Fuimos a conocer el terreno de la nueva casa de Martha, en plena naturaleza. Tan bonito. Luego, compré algunos encargos en unas librerías y me apersoné en la presentación de un libro en la librería del Fondo de Cultura Económica. Por supuesto, me topé con algunos personajes de mi pasado, incluidos algunos compañeros de trabajo. Me hizo gracia no estar tomando notas, no ser la reportera encargada. Me hizo gracia estar ahí por gusto. Víctor me llevó de regreso a casa y también a Ángel. El pasado parecía estar en todos lados.
- Viernes 17: todo.
Se me acababa el tiempo. A primera hora de la mañana desayuné con Adriana. Quería traérmela a Barcelona pero no se dejó. Ella me llevó casi hasta la oficina de mi primer jefe, David Izazaga. De editor, ahora es gran funcionario universitario. Qué ilusión. Qué bonita oficina. Qué bonito trabajo. "Pues ya vente, Pitufa", me dijo. "Ya sabes que encontraremos algo para tí". No sé si sólo eran palabras amables pero me sentaron bien. Después, la no-cita con un antiguo innombrable. En un absurdo que siempre sucede, vagamos por un interminables puntos de la ciudad mientras hablabamos de cosas serias enmascaradas en trivialidades. Era como ir recorriendo lugares sin querer. Acabamos muy cerca del sitio donde habíamos empezado, tomando té helado en un restaurante para que las abuelitas tomen el té. Era, lo menos, surrealista. Ambos teníamos lugares a los cuales llegar y nos despedimos en un taxi, durante la espera de un alto.
Yo tenía que encontrarme con Víctor pero cuando llegué ya había salido de su oficina para ir a comer. Intenté llamarle al celular sin éxito. Entonces, de pronto, me acordé que tenía que hablar con Oseas antes de irme. En quince minutos yo estaba de vuelta en un taxi, citada para comer con él. Me recibió en su "comuna": me gustó que, a diferencia de las comunas de Barcelona, esta tuviera jardín. Queríamos tacos pero otra vez la mochez tapatía nos golpeó: la taquería estaba cerrada. Acabamos comiendo el extraño sushi mexicano y contándonos entre maki y maki nuestras desordenadas vidas. Caótico, pero lindo.
De camino hacia un espectáculo ecuestre - ¡qué mexicano, por dios! - él y sus amigos me llevaron a casa. Cuando llegué, un intenso olor a tamales ya impregnaba todos los sitios. Qué emoción. Me llevaron hasta flores. Mi papá y los niños llegaron rozando la media noche y otra vez los cinco volvimos a dormir bajo el mismo techo.
- Sábado 18: casi última.
Labor de relaciones públicas conyugales: fuí a desayunar y conocer a la prometida de un amigo del Duque. Fue divertido. Después, fuí a buscar tequila y acompañé a mis papás a un laboratorio de análisis (no están enfermos: check-up anual). Regresamos a casa y Oseas fue por mí para ir a una boda, del hermano de un compañero de la escuela. Ví a Picho y a Bárbara con sus dos hijos - ¡la invasión!. Me dió mucho gusto encontrarlos tan felices. El bueno de Oseas me llevó después a un restaurante llamado La Vaca Argentina, donde se celebraba el cumple de mi querida Fabiolita. Ah, la universidad. Muy divertido, sobre todo porque tomé un poco de más y me puse risueña. La guera insistió en que fuéramos a conocer su casa y su perro - ¡la invasión!. Fabis me dejó en casa después: yo hubiera querido seguir la fiesta, pero había que hacer maleta.
Javier me ayudó a empacar. La verdad es que nos moríamos de tristeza, pero tratábamos de que no se nos notara. No me acuerdo qué hicimos esa noche. Seguro que fue algo que no mostrara que estábamos muy, muy tristes.
- Domingo 19: el regreso.
Mi avión salía a las 8 de la mañana. Por ser vuelo internacional, había que estar ahí a las seis. Todos se despertaron. Llevaba una comitiva digna de cualquier mandatario. Iban siete personas a despedirme. Y contra todos los pronósticos, documentar mi equipaje me llevó cinco minutos. "Su vuelo viene un poco retrasado", me dijo la dependienta al darme mis papeles. "Entonces la cambié al de las siete de la mañana para que no vaya a retrarse en la conexión a Madrid. Tiene que abordar en diez minutos". Tristemente, lo agradecí. No me creía capaz de soportar una despedida de una hora y media en el aeropuerto de Guadalajara. Los abracé a todos rápido. Mis brazos no querían desprenderse de ellos ni viceversa. Lloré. Siempre lloro. Pero intenté que fuera en el avión, para no preocuparlos demás.
Eran demasiadas horas en el aeropuerto de México. Compré revistas. Desayuné. Cuando casi me ahoga la desesperación, llegó Bef. No le gusta despedirse. A mí tampoco. Me sacó del aeropuerto y lo acompañé a desayunar en un restaurante de chinos cerca de la Unidad Kennedy, donde viví mis primeros años. Después me dejó de regreso en el aeropuerto, justo a tiempo para cruzar el control y subirme al avión. "Vamos a hacer como si nos fuéramos a ver mañana o la próxima semana", me dijo. Estuve de acuerdo. Y hasta que me subí al avión, no lloré.
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