Soy de lo peor
De lo peorcito. Malo, malo, malérrimo. Hoy de pronto me acuerdo - tarde, como siempre - que dos personas muy importantes para mi vida cumplieron años. Cumplieron. En el tiempo pasado.
Primero el amigo Alberto, quien la semana pasada se hizo un poquitito más sabio por tener más años. Pero bueno, eso no cuenta, porque él siempre es sabio y siempre es amigo. Y se le quiere tanto. Y lo sabe.
Luego mi querido Shorsh, que ayer llegó a la dorada edad de los 24 años. Creo que difícilmente se conoce a gente con tanta pasión como él. Lo quiero y estoy tan orgullosa como si fuera mi hermano... porque pensándolo bien, sí lo es. Este blog se une a los abrazos blogísticos de los cuales ya había dado cuenta el Jameslog.
El tercer cumpleaños - del que sí me acordé a tiempo gracias a Carlitos Loret de Mola - hum - es el de la XEW, que se celebra hoy 18 de septiembre (73 añotes). Yo estoy convencida de que la radio es la mejor caja de magia que puede existir en el mundo moderno.
Una de mis anécdotas preferidas sobre la radiodifusión me la contó mi papá. Dice que cuando tenía como 17 años, fue con sus hermanos y sus primos al rancho de mi bisabuelo, a las faldas del volcán de Colima. En la casa estaba una señora, que se encargaba de hacer el aseo y la comida. Desde temprano se levantaron todos los chamacos (diría el Mago Septién) y prendieron un radio de transistores en lo que se desayunaban. Al terminar, agarraron los caballos y se fueron hacia el monte. Serían aproximadamente las 7:30 de la mañana cuando salieron.
Después del recorrido, regresaron para comer, a eso de las tres de la tarde. Mientras se acercaban, veían a la distancia a la mujer barriendo la terraza y acercándose una y otra vez a la radio. Parecía como que le hablaba. Una vez que los vió venir, dejó de acercarse al radio y se metió a la cocina para preparar la mesa. Llegaron, se lavaron y mi papá se acercó al radio para apagarlo. Cuando la mujer salió con los platos de sopa y observó a mi padre apagar el aparato, suspiró ruidosamente y con mucho alivio. Dejó los platos en la mesa, se quitó el cabello de la cara con su mano rugosa y le dijo a mi padre:
- Ay, joven. Qué bueno ya los calló. Esos pobres... tienen desde tempranito cante y cante y, por más que les insistí, no quisieron irse ni siquiera a almorzar. Seguro ya estaban rete cansados.
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