Hay una línea muy delgada entre estar solo y sentirse solo - sobre todo cuando hace relativamente poco que cambiaste de ciudad. Todavía están muy cercanos los rituales de la otra urbe, en la que ya no estás, y si un domingo te encuentras inesperadamente distraída y acompañada sólo por el gato (al que además le caes un poco mal porque la comida que compraste no es la buena) y hace sol... es una buena idea salir. Sacudirte el domingo y salir, caminar, ver, ponerte las gafas, entrar a un mercadillo, no comprar nada, pero curiosear y pensar...
Y seguir caminando y decidirte a entrar al museo como quien entra en la casa de un viejo amigo: mirar por las ventanas, visitar las exposiciones temporales y dar una vuelta a una sala y encontrarte con esa cara familiar y sentir que ella te conoce como la conoces tú. Y mirarla de reojo. Sentarte un poco. Regresar. Volverla a ver. Respirar frente a ella. Descubrir que no te da miedo como te dio la primera vez que la viste: más bien, al encontrarla, recuerdas un poco quien fuiste, quién eres, quién te gustaría ser.
Y así, salir del museo a las calles de la ciudad y hacerla otra vez un poquito más tuya. Con la fortaleza que da tener una cara familiar por ahí.
(El museo es el maravilloso Boijmans Van Beuningen de la ilustre Rotterdam. Mi amiga, la mujer que vive en De schiettent [La Galería de Tiro], pintada en 1931 por Pyke Koch y retratada por mi en su casa.).
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario