11.10.13

Menú de día nublado

Hoy llueve. El otoño está haciendo un ensayo general y cayó de golpe sobre las calles de Barcelona. Salí de casa a firmar papeles, a preparar clase... Con frío. Después de un rato, me di cuenta que lo que necesitaba era una sopa. De pollo. Vietnamita.
Ahí los encontré. Me senté a su lado sin reparar - por lo menos inicialmente - en su lenguaje no-verbal que decía: "qué nervios".
Se conocen imagino por amigos comunes. Pero perfectamente podría ser su primera cita después de haber hablado mucho por Internet. Ella está a punto de quedarse sin trabajo. Él sí tiene, pero en precario, mientras escribe la tesis doctoral. Comen de menú. Hablan de su infancia. De las cosas que les gustan. Él cuenta que en Portugal tiene una casa de campo que era de su abuelo, que quiere remozar. "Pensé que a estas alturas de la vida ya podría hacerlo... pero ya ves". Hay un punto, pequeño, de amargura, pero más bien suena a complicidad. Ella le cuenta, con su acento argentino, que sus padres se regresaron a un pueblecito de Madrid donde había crecido su abuelo. "Imagínate - hay tan poca gente que sólo hay un policía y sólo trabaja las mañanas. A veces lo ves ayudando al cartero porque está aburrido de no tener nada que hacer".
Comí exageradamente lento. No quería irme. Fingía atender al teléfono o a la novela que tenía sobre la mesa - tendré que volver a leer esas páginas. Quería verlos, encerrar un poquito esas risas tímidas, esa voz un poco más baja de lo habitual, ese ambiente de intimidad en público al que me estaba inmiscuyendo.
Sé que a los dos les gusta el karaoke, aunque les da un poco de pena. Que él casi nunca come postre porque prefiere la comida salada y por lo general come mucho: "no tengo más hambre al llegar al postre". Pero, a pesar de todo, ella pidió helado de chocolate y él pastel de coco. Y, en un arranque de confianza, él le dijo: "¿quieres probar?".
Enterraron la cuchara en el postre del otro y era como haber roto uno de esos muros que construimos para protegernos, para separarnos. Entonces sentí verguenza de husmear en su intimidad y salí de ahí, los dejé terminar.
"¿Estuvo todo bien?", me dijo la chica de la barra mientras pagaba. "Todo perfecto. Mil gracias".

Pho-ga y esperanza son un buen menú de mediodía para un día nublado.

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