20.6.13

Cocina Internacional

Afortunada, me toca viajar cada par de meses a una ciudad europea diferente para discutir un proyecto común que - con suerte - verá la luz en 2014. Soy algo así como la adoptada del equipo, así que me invitan de una ciudad a otra, a donde llego sin muchas expectativas de turismo (viaje relámpago), pero sí de conocer algo de la cultura local... por lo menos la cerveza o la gastronomía. Pero eso, sin embargo, es lo que de alguna manera improbable siempre evitamos. O por lo menos la noción clásica de gastronomía local.

Todo comenzó con la primera reunión, en Berlín. No sé por qué pensé que terminaríamos comiendo chucrut, salchichas o algo así, pero la organizadora nos llevo a un muy cool restaurante vietnamita. Siendo absolutamente sinceros, en esa ciudad tan hip la comida oriental era de rabiosa actualidad y muy, muy de ahí. El resultado de aquella primera noche fue que acabamos tomando cervezas en el bar de hotel, porque nos quedamos con la curiosidad de la cerveza local (en el restaurante, sólo tailandesas o chinas).

Meses después, en Londres, la elección fue aún más curiosa. La cena de trabajo fue en un restaurante italiano justo enfrente a una estación de tren. A medio camino entre el restaurante, la estación y el sitio donde nos reuníamos, hace años yo había comido en un restaurante etíope. O sea que, en realidad, también todo era muy londoner. Pero en el italiano sólo había cerveza italiana. Por lo tanto, ese día las últimas cervezas cayeron en un pub al lado del hotel, de donde nos sacaron con la habitual campanita.

Hoy, en Varsovia, al parecer la comida sí se sirvió en un restaurante típicamente polaco. La cuestión es que mi conexión de vuelos se retrasó y yo no llegué para comer. Pero la cena oficial fue en un restaurante turco. Los alemanes hicieron la broma obligada y alguien preguntó que si había mucha inmigración turca en Polonia. La respuesta de nuestro anfitrión polaco fue que no, pero que el sitio cumplía con las 3b's de bueno, bonito y barato que también habían cumplido en Berlín y en Londres los otros restaurantes. Así que gracias a una carta en inglés, comimos berenjena y cordero en un restaurante turco en Polonia. Era, de alguna manera, una buena forma de hacer honor a lo que pasaba en Taksim.

Dos cosas diferentes esta vez, sin embargo: una, que la cerveza polaca cayó directamente en el restaurant, así que nada de afterhours en un bar local. Y la segunda, que no tiene nada que ver, pero tiene todo que ver: el dueño del restaurante turco era, probablemente, uno de los hombres más guapos que he visto en mi vida a distancia razonable.

No, no tomé fotos. Me conformo con pensar que su imagen no se irá de mi memoria.

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