Cuando recién me enteré que estaba embarazada - tristemente ya no lo estoy más, para los que no lo saben - me hizo mucha ilusión... en parte, la verdad, por una cuestión de edad. En algún momento un médico en México me había dicho que era importante tener el primer hijo antes de los 30 años para que tu cuerpo esté en las condiciones más aptas para recibirlo. A mí lo que me preocupaba (y aún me preocupa) era tener la energía suficiente para correr detrás del ente y para poder ofrecerle una educación integral en casa adecuada a sus necesidades
En diciembre, una mujer de Cádiz dio a luz a unos gemelos. Hasta ahí, todo normal. Pero empiezan a salir las aristas: es una mujer soltera que se sometió a un tratamiento de fertilidad. En Estados Unidos. Porque en España no se hubiera hecho nadie. Por que tenía 66 años. En fin, que parió a unos niños a los 67 años después de haberle mentido a los médicos de EEUU quienes dicen que nunca lo hubieran hecho porque su límite es 55 años para mujeres solas o 110 entre los dos cuando son parejas.
Se ha dicho mucho al respecto. Recuerdo haber leído una columna en un diario gratuito que decía que cualquier discusión era nula y sexista porque nunca nadie se ha preguntado si es pertinente o no que un hombre tenga hijos después de los 60 y cada vez más los tienen. Sí, supongo que sí. Lo cierto es que el bebé que tuvo el padre de Julio Iglesias casi a los 80 años se queda con su mamá aunque se haya muerto el progenitor. Y lo mismo pasó con la hija pequeña de Anthony Quinn.
No dejo de darle vueltas a aquella recomendación del médico. La mujer en cuestión afirmó en las entrevistas posteriores "creo que todas las mujeres deberían ser madres en el momento adecuado". La pregunta entonces es cuál es el momento adecuado. ¿Cuando estás lista para dedicarles absolutamente todo tiempo aunque sean pocos años? ¿Cuando eres joven y puedes correr tras de ellos aunque tu carrera profesional se vea - no nos engañemos - truncada? ¿Cuando tienes una pareja? ¿Cuando tienes muchas ganas? ¿Cuando vas a ser el nuevo premio Guiness?
Total que el reloj biológico ya es un cuento más grande que los de sol: todo es cuestión de echarles encima una luz lo suficientemente fuerte para que prenda. Yo, que asquerosamente siempre trato de ser políticamente correcta, no me gustaría ser malentendida. Al igual que un médico consultado creo que no se puede "legislar" al respecto de la edad "adecuada" para tener hijos porque se trata de inmiscuirse en los derechos fundamentales de libre decisión. Y sin embargo, yo quisiera una llamada de atención al concepto de que los hijos son "una meta más". Cada vez me queda más clara aquella idea del hijo como el objeto de consumo último. Una vez que has hecho tu vida, te embarazas. Vamos, para que no quede nada por hacer.
No lo sé. Igual estoy sensible en el tema porque durante las pocas semanas que estuve embarazada no dejaba de pensar sobre el futuro, sobre cómo tener tiempo, cómo volverme (o volvernos) unos "padres responsables". Y no me parece que haya mucha responsabilidad en parir a los 67 años. Ni sola ni acompañada. Cuando los chicos tengan 15 años la señora en cuestión tendrá 82. Por más bien que esté... ¿será que podrá lidiar con su adolescencia al tiempo que ellos lidian con su senectud?
En el fondo puede ser que yo sea una romántica sin remedio o una reaccionaria sin remedio. Pero me parece que algo está raro cuando se puede manipular absolutamente todo para cumplir nuestros deseos.
Otros relojes biológicos: Ayer se publicó una noticia de que las catalanas dan a luz a su primer hijo, en promedio, a los 31 años. Alto, me parece. Pero hoy hay una que le quita parte de la presión reproductiva a la mujer. Según el Laboratorio del Instituto de la Reproducción CEFER, los espermatozoides de los hombres españoles se mueven cada vez menos. Si esta "devolución" en términos de movimiento continuara como hasta ahora, dicen, los espermatozoides serían absolutamente inmóviles en 2067, o sea en 60 años.
Me suena un poco a "caso para la araña" o, mejor aún, para LongBets.org (ayer publiqué un comentario sobre eso). Lo que es cierto es que, según la misma nota de La Vanguardia, la OMS considera que cada mililitro de semen eyaculado debe tener por lo menos 20 millones de espermatozoides. Según los estudios, en España en los últimos 30 años los candidatos que no alcanzan esta cifra se han duplicado.
31.1.07
30.1.07
¿Y si se nos acaba el mundo? - resumen informativo
El día de mi fiesta de cumpleaños, camino al sitio en donde bailamos hasta que nos prendieron las luces, Karina comenzó a elaborar sus propias teorías al respecto del fin del mundo. Todo porque no hacía tanto frío. "Yo lo que no quiero saber", decía mientras hacía sonar sus zapatos por los adoquines del Eixample, "es exactamente cuándo se va a acabar el mundo. Lo que me da miedo es que hagan sentir el final tan cerca. ¿Qué voy a hacer si me dicen que todo se va a acabar mañana?".
Con esto del cambio climático que últimamente ha resultado tan de moda para las tertulias, a mí los que realmente me daban pena eran los osos polares que no podían irse a dormir. Porque, francamente, a mí el frío no me encanta. Hoy, que sigo aterida casi a la 11 de la mañana, me encuentro este artículo divertidísimo en el New York Times. John Tierney, uno de sus especialistas en ciencia que se la pasa investigando sobre nuevas tendencias, cuestiona los tiempos de los científicos "catastrofistas" que dicen que el mundo tronará en cualquier momento. Incluso, pone una apuesta contra un especialista que dice que para 2020 algún bioterrorista - o "bioerrorista" (qué bonito neologismo) - habrá logrado matar a decenas de miles de personas de un golpe.
La verdad, no sé qué es más interesante del artículo: si la revisión de las teorías catastrofistas, lo efectivo que resulta el marketing de la catástrofe, la opinión de los expertos que afirman que si hay bioterrorismo es porque los terroristas lo descubrieron en los medios o la narración de cómo funciona LongBets.org, un sitio de apuestas en donde los científicos se dedican a apostar por sus teorías. Es interesante, porque alienta el debate (ya lo dice Tierney) y además reta a los científicos a no aventurar teorías sin comprometerse . ¿Será que hay que hacer eso con mi tesis?
Por otro lado, los expertos del cambio climático se reunieron ayer lunes en París en donde el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático presentó los resultados de su último reporte. ¿El resumen? O nos ponemos a hacer algo o nos vamos a freír parejos. Me gusta la frase con la que cierran, de John Holdren, presidente de la Asociación Americana para el Avence de la Ciencia y la Energía y experto en clima de Harvard. "Básicamente, tenemos tres opciones: mitigación, adaptación y sufrimiento. Utilizaremos algo de cada uno. La pregunta es cuál será la mezcla. Mientras más mitiguemos, necesitaremos menos adaptación y sufrimiento".
Bueno... yo no he prendido el aire acondicionado. ¿Pero sirve de algo si cada vez que entro en una tienda parece que me fuí de vacaciones al Caribe? Creo que la ventaja de todo esto es que nadie le podrá decir a Karina E-XAC-TA-MEN-TE cuándo se va a acabar el mundo. Y podremos seguir bailando.
Con esto del cambio climático que últimamente ha resultado tan de moda para las tertulias, a mí los que realmente me daban pena eran los osos polares que no podían irse a dormir. Porque, francamente, a mí el frío no me encanta. Hoy, que sigo aterida casi a la 11 de la mañana, me encuentro este artículo divertidísimo en el New York Times. John Tierney, uno de sus especialistas en ciencia que se la pasa investigando sobre nuevas tendencias, cuestiona los tiempos de los científicos "catastrofistas" que dicen que el mundo tronará en cualquier momento. Incluso, pone una apuesta contra un especialista que dice que para 2020 algún bioterrorista - o "bioerrorista" (qué bonito neologismo) - habrá logrado matar a decenas de miles de personas de un golpe.
La verdad, no sé qué es más interesante del artículo: si la revisión de las teorías catastrofistas, lo efectivo que resulta el marketing de la catástrofe, la opinión de los expertos que afirman que si hay bioterrorismo es porque los terroristas lo descubrieron en los medios o la narración de cómo funciona LongBets.org, un sitio de apuestas en donde los científicos se dedican a apostar por sus teorías. Es interesante, porque alienta el debate (ya lo dice Tierney) y además reta a los científicos a no aventurar teorías sin comprometerse . ¿Será que hay que hacer eso con mi tesis?
Por otro lado, los expertos del cambio climático se reunieron ayer lunes en París en donde el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático presentó los resultados de su último reporte. ¿El resumen? O nos ponemos a hacer algo o nos vamos a freír parejos. Me gusta la frase con la que cierran, de John Holdren, presidente de la Asociación Americana para el Avence de la Ciencia y la Energía y experto en clima de Harvard. "Básicamente, tenemos tres opciones: mitigación, adaptación y sufrimiento. Utilizaremos algo de cada uno. La pregunta es cuál será la mezcla. Mientras más mitiguemos, necesitaremos menos adaptación y sufrimiento".
Bueno... yo no he prendido el aire acondicionado. ¿Pero sirve de algo si cada vez que entro en una tienda parece que me fuí de vacaciones al Caribe? Creo que la ventaja de todo esto es que nadie le podrá decir a Karina E-XAC-TA-MEN-TE cuándo se va a acabar el mundo. Y podremos seguir bailando.
El premio que llegó
Alberto Chimal organiza cada mes en su página web un concurso de minificciones. Ayer se me informó que soy la afortunada ganadora de la justa del mes de enero, en empate con Hernán. Los textos - el mío se llama "Transformaciones" y el de Hernán es un sintítulo - pueden leerse aquí. Y, por supuesto, presumo mi trofeo virtual.
29.1.07
El autobús
Para llegar a la oficina, algunas mañanas hago un último tramo en autobús. Me enfrento a un montón de chicos entre 12 y 16 años que van al instituto. Yo, como soy invisible, puedo escuchar todas las pláticas. Así, un día me enteré que la tarde anterior habían bajado al centro de Barcelona a comprar 15 latas de pintura con las que iban a salir a hacer grafitti el fin de semana. Incluso tenían listos algunos sketches de calaveras. Varios.
Hoy me enteré que uno de sus amigos decidió dejar las drogas. "Es que dice que se está quedando tonto. Y es cierto", afirmaba un chico con el pelo cortísimo, los tenis Nike impecables, los audífonos del iPod sobre la camisa nueva. "Cada vez habla más mal. Pero eso es por pasarse. A mí nunca me ha pasado nada". Los otros cabeceaban con aprobación. Mañana tienen control en clase de Castellano. Ya sabré cómo les va.
Llegando a la oficina me leí con retraso esta columna de Javier Castañeda, que escribe en La Vanguardia sobre la sociedad de la información. Explica que lo que antes era divertido - dejar a un niño que elucubrara sobre su futuro - ahora es hasta tensionante. Los niños hacen DEMASIADAS cosas. No tienen tiempo para aburrirse, están estresados, cansados. Y lo que necesitan es jugar. Como la gente de Google, que juega y por eso es productiva. Por eso yo escribo mi blog y juego. Ja. Las justificaciones morales.
Hoy me enteré que uno de sus amigos decidió dejar las drogas. "Es que dice que se está quedando tonto. Y es cierto", afirmaba un chico con el pelo cortísimo, los tenis Nike impecables, los audífonos del iPod sobre la camisa nueva. "Cada vez habla más mal. Pero eso es por pasarse. A mí nunca me ha pasado nada". Los otros cabeceaban con aprobación. Mañana tienen control en clase de Castellano. Ya sabré cómo les va.
Llegando a la oficina me leí con retraso esta columna de Javier Castañeda, que escribe en La Vanguardia sobre la sociedad de la información. Explica que lo que antes era divertido - dejar a un niño que elucubrara sobre su futuro - ahora es hasta tensionante. Los niños hacen DEMASIADAS cosas. No tienen tiempo para aburrirse, están estresados, cansados. Y lo que necesitan es jugar. Como la gente de Google, que juega y por eso es productiva. Por eso yo escribo mi blog y juego. Ja. Las justificaciones morales.
17.1.07
Propósitos
Este post - que se está repitiendo en todos mis blogs - es sólo para decir que no tengo propósitos de año nuevo. No-me-da-la-ga-na. Tengo uno que otro sueño guajiro y hartas esperanzas. Pero no propósitos. Y ya. Gracias. (Aplausos)
A falta de tortillas...
Desde que llegué a Barcelona, descubrí que como dice el Popol-Vuh, yo también soy hija del maíz. ¡Cómo extraño a veces una tortilla en lugar de los trozos de pan! Además, siempre me acuerdo de unos espectaculares que Maseca puso enfrente de la Diana en los que decía que cada tortilla sólo tenía 50 calorías... muchas menos que cualquier tipo de pan. O sea, que es una cuestión de dieta sana.
Ahora leo las noticias que el país está convulsionado por un alza indiscriminada de tortillas. Y yo también estoy preocupada, sobre todo por aquello de que en las áreas más pobres del país una persona puede comerse hasta medio kilo diario como principal aporte calórico. Sí, hay que hacer algo... dice el señor Ebrard que otra vez tortibonos... pero para el DF, por supuesto. Luego nos preguntamos porqué la ciudad "de la esperanza" está desbordada...
Por otro lado, el señor Eduardo Sojo, secretario de Economía, dice que todos tranquilos, que ya están comprando maíz fuera y que en tres semanas se estabiliza todo. Yo lo que no entiendo es que se supone que el precio de la tortilla está subiendo justamente porque se está especulando con el maíz - que ahora también sirve para hacer etanol. ¿Pero y el maíz que produce México?
El Universal publicó ayer una nota en la que dice que expertos de la UNAM aseguran que la importación de maíz no va a solucionar el problema. Incluso, hablan de empeorarlo por una razón que me pareció muy metafísica: dicen que el maíz importado es transgénico "que implica riesgos ambientales y de salud incontestables, ya que México es un país megadiverso". ¿Perdón? Lo más interesante de esta nota es que los expertos que dicen que la importación de maíz no va a bajar el precio de la tortilla proceden, a saber, de los siguientes centros: el Instituto de Ecología, el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades y el Instituto de Investigaciones Antropológicas. Yo me pregunto, hablando de precios: ¿no hubiera sido bien bonito que le preguntaran también a un economista? Sé que es una cuestión de monopolios pero de ahí a alertar sobre maíz con riesgos ambientales y de salud... no lo sé.
Y bueno, al final, también los productores (ojo, señores gobernantes, el inicio de la cadena) tienen algo qué decir: según esta nota de La Jornada, lo que ellos han pedido en todo el país han sido apoyos para que se siembre más maíz en México y poder así satisfacer la demanda. Dentro de todo, la verdad, es lo que me parece más lógico. ¿Será que nos tendremos que poner todos a cultivar nuestra milpita? Es importante dejar espacio para el cultivo de nuestro alimento básico. Cuando yo era niña, Zapopan se llamaba la "cuna maicera". Ahora ya ni maíz hay. Pues ni modo... más maizales, menos centros comerciales. Seguro que se vivirá mejor.
Nota cultural: según el Popol-Vuh (en esta versión) el hombre no fue creado de barro ni la mujer de costilla de varón como dice la Biblia sino, justamente, de maíz. Claro que no es lo mismo ser "hijo del maíz" que "jijo del máis" pero ya eso es harina (Maseca) de otro costal.
De maíz amarillo y de maíz blanco se hizo su carne; de masa de maíz se hicieron los brazos y las piernas del hombre. Únicamente masa de maíz entró en la carne de nuestros padres, los cuatro hombres que fueron creados.
Juegos de video y cameos: ah, Douglas Coupland
Después de varios días de vivir en el limbo, he comenzado a leer y a escribir de regreso. Es un éxito. Me hace sentir mucho, muy feliz. No es que haya tomado el mejor libro del mundo para empezar el año, pero por lo menos me sacó de la somnolencia en la que estaba metida desde que terminé Middlesex a mediados de diciembre pasado.
Nunca he sido demasiado fan de Douglas Coupland. Me parecía interesante su planteamiento en Generación X, pero tampoco muy único. Tenía algo de escritura automática un poco desangelada que conserva, impulsa y supera. Sin parar. En Jpod, su novela del año pasado (caray, qué prolífico es este señor...) cuenta la historia de un montón de canadienses locos que viven en Vancouver y trabajan en una empresa dedicada a diseñar juegos de vídeo. Tienen un trabajo que les parece tan por debajo de sus posibilidades, que se dedican a leer cosas en Internet, ver gore, buscar en Google y hacer juegos matemáticos... de los cuales hay muestras en el libro. Así por supuesto que se pueden escribir más de 400 páginas aderezadas con orientales malévolos, madres lesbianas o cultivadoras de marihuana y jefes heroinómanos. La vida es súper bonita.
Entonces: el libro es divertido y muy fácil de leer. Yo lo terminé en dos días. Los personajes son terriblemente de caricatura, pero quizá eso sea lo que los hace más divertidos o fáciles. Ah, y sale Douglas Coupland como un petardo insoportable. ¿Autocrítica, guiño o falta de creatividad? Ya sé... no estoy diciendo nada. ¿Que qué me parece en realidad? A ver, creo que es como rentar una comedia un domingo por la tarde: no es que te vaya a dejar nada nuevo entre los muebles de tu cabeza, pero te va a despejar lo suficiente como para comenzar las labores de limpieza y reordenación de las próximas horas. Y ya. A leer, que el año empieza y hay que subir la media, je.
15.1.07
28
Despertador de cumpleaños: mi teléfono móvil y la angustia de llegar - otra vez - tarde a trabajar.
Atuendo de cumpleaños: pantalones gris nuevos quenosésimeencantacómomequedan, camisa negra auto-regalo de cumpleaños de hace dos años, botas negras (con pico), gabardina color ¡berenjena!, bufanda moradosa. Collar colores tierra. Aretes plata+morado. Reloj. Anillos. Cola de caballo. El maquillaje sigue en mi bolso... de leopardo ;).
Desayuno de cumpleaños: una barra de cereales, mientras esperaba en el andén el tren que subsanaría mis errores. Me había despistado y me bajé del tren correcto. Llegué a la oficina justo dos horas y diez minutos después de mi salida de casa.
Clima de cumpleaños: cielo plomizo y descenso en las mínimas. Sitges: mínima 6, máxima 15. Barcelona: mínima 9, máxima 17. Dice el papá de Laura, una de mis compañeras, que va a nevar antes del día 20. A ver.
Reuniones de cumpleaños: la gente no acaba de saber quién soy en esta oficina. Me llaman "la becaria". Tengo cosas que hacer, pero pocas. Ah, la felicidad.
Felicitaciones de cumpleaños: hasta el momento mis papás, mis abuelas, mis cariños más cercanos. El Duque, of course. Incontables llamadas. Mails. Qué bonito es todo.
Comida de cumpleaños: Espárragos a la brasa, butifarra amb mongetes, agua, flan de café, café con leche. Hum. Un chicle me vendría bien.
Planes de cumpleaños: Establecer, a partir de hoy, la semana dedicada a mí misma. Iremos a cenar, al cine, a tomar cafés, a comprar cosas, etc. He dicho. Que 28 es un número muy, pero que muy, bonito. Ja.
Atuendo de cumpleaños: pantalones gris nuevos quenosésimeencantacómomequedan, camisa negra auto-regalo de cumpleaños de hace dos años, botas negras (con pico), gabardina color ¡berenjena!, bufanda moradosa. Collar colores tierra. Aretes plata+morado. Reloj. Anillos. Cola de caballo. El maquillaje sigue en mi bolso... de leopardo ;).
Desayuno de cumpleaños: una barra de cereales, mientras esperaba en el andén el tren que subsanaría mis errores. Me había despistado y me bajé del tren correcto. Llegué a la oficina justo dos horas y diez minutos después de mi salida de casa.
Clima de cumpleaños: cielo plomizo y descenso en las mínimas. Sitges: mínima 6, máxima 15. Barcelona: mínima 9, máxima 17. Dice el papá de Laura, una de mis compañeras, que va a nevar antes del día 20. A ver.
Reuniones de cumpleaños: la gente no acaba de saber quién soy en esta oficina. Me llaman "la becaria". Tengo cosas que hacer, pero pocas. Ah, la felicidad.
Felicitaciones de cumpleaños: hasta el momento mis papás, mis abuelas, mis cariños más cercanos. El Duque, of course. Incontables llamadas. Mails. Qué bonito es todo.
Comida de cumpleaños: Espárragos a la brasa, butifarra amb mongetes, agua, flan de café, café con leche. Hum. Un chicle me vendría bien.
Planes de cumpleaños: Establecer, a partir de hoy, la semana dedicada a mí misma. Iremos a cenar, al cine, a tomar cafés, a comprar cosas, etc. He dicho. Que 28 es un número muy, pero que muy, bonito. Ja.
11.1.07
10.1.07
Sobre la serie de eventos desafortunados
El año pasado se estrenó en las salas españolas una película para niños protagonizada por Jim Carrey titulada "Una Serie de Catastróficas Desdichas". La cinta es una adaptación de las novelas de Daniel Handler (también conocido como Lemony Snicket) sobre todas las cosas que le pasan a unos hermanos que se quedan huérfanos. En inglés, la serie se llama "A Series of Unfortunate Events" - o sea que en vez de "catastróficas desdichas" hay "eventos desafortunados".
La introducción va porque el primer regalo de navidad que recibí este año fue precisamente el último libro de la serie. La intención, me dijeron, era que me enganchara al revés - lo cual me parecía el non-plus-ultra de la promoción a la lectura. El problema es que mi propia serie de eventos desafortunados ya había comenzado. Y no parecía terminar.
La segunda semana de diciembre la pasé entre hospitales, incendios y jefes y doctores hijosdeputa. Perdimos al Bitxo. Me pusieron la epidural. Saqué mis cosas en una caja de mi oscura y húmeda oficina. Ví pasar un bono navideño delante de mis ojos sin recibirlo. Fuí el blanco de los odios imposibles de brujas imposibles. Me porté mal en la última cena de navidad con el descolorido, odioso e imperdonable Maniquí. Me corté el cabello. Compré sin comprar regalos de navidad. Hice maletas. Tomé un avión. Llegué al DF.
Descubrí en el DF que caminar ahí debería ser catalogado como deporte extremo. Que no hace tanto frío. Que las mujeres se maquillan mucho. Y se ponen tacones altos para ir al súper. Que es normal llegar tarde. Que mi brújula de ubicación en el DF todavía sirve. Que hay burócratas simpáticos y burócratas horribles. Que ir al médico siempre es desagradable. Algunas veces más desagradable que otras. Que quiero mucho a mis amigos y los extraño. Que me gusta desayunar en el VIPs. Que me sorprenden las raciones tan grandes de la comida - una vez no me terminé mis chilaquiles y el gerente quería cambiármelos por otra cosa. "Pero es que si no le gustaron señorita, le traemos otra cosa" - y la manera tan amable de la gente de tratarte. Que allá soy una "güerita". Que la gente compra, pero no tanto.
Luego viajamos a Toluca, cortesía del señor Huicochea que nos ayudó a cargar nuestras enodmes maletas. Hacía frío. Conocimos a Paula, que es preciosa en su pequeñez. Y vimos a la familia del Duque. Y a los amigos del Duque. Y hubo que explicarles que habíamos perdido al Bitxo. Uno por uno. Me cansé. Mucho. Quería irme rápido. El Pillo y María (con Iker) nos llevaron al aeropuerto. Y huímos del frío.
En Guadalajara, había comité de recepción. Empezamos comiendo en una cenaduría y todo. Envolvimos regalos de navidad. Fuimos a ver a la familia que es, no a la que era. Sigo sin confiar en la gente que me dice que todo en su vida está perfecto. Me parece que tanta felicidad extraconfirmada es sospechosa. Ví a los Maextros en el Botanas. Muy fuerte el retorno. (Ví a unos señores que dicen que son mis amigos de la prepa. Sabe). Recibí regalos de Navidad. Comí mucho pozole. Ví mucha gente. No hablé del Bitxo. Sólo lo necesario. Pero sí lo soñé. Y lloraba a veces un poquito - cuando nadie me veía. Javier nos esperaba en Vallarta. Y nos lanzamos todos por la nueva carretera de las Montañas. (Debería poner una fotografía, pero no tomé fotografías. No con mi cámara. De un tiempo para acá, a veces no tengo ganas de guardar imágenes).
En Vallarta, tuve más tiempo para estar con ellos, a los que adoro y de los que soy parte. Descubrí que quiero mucho a familia, más en dosis controladas. Descubrí que quisiera tener otra vez nueve años y subirme a mi cuarto y llorar y llorar y llorar y espantar así a todas mis pesadillas. Descubrí que ya no quiero ser adulta, ni responsable de nada, ni trabajar, ni pagar las cuentas, ni tener tarjetas de crédito. De ser posible, niñodios o santosreyesmagos yo quisiera tener de regreso mi infancia.
Intenté simular que no pasaba nada. Que no se estaban acabando las vacaciones ni vendríamos de regreso. Un día antes se cayó todo. Vimos una película mala. No pudimos cenar fuera. Me cansaron del todo los gritos de las urracas. Y comencé a llorar: como una magdalena, como agosto en Guadalajara, como el río Papaloapan. Comencé a llorar y sentí que no podía pararme, que nada me detendría. Y me detuvo la cena y el resto de la noche.
El viaje de regreso a Barcelona duró poco más de 27 horas. Primero esperamos en el aeropuerto de Vallarta. Ya que habíamos logrado pasar los controles de seguridad y dejar atrás a todo nuestro lloroso comité de despedida - yo no lloré - nos dimos cuenta que nuestro avión estaba retrasado. Durante horas convivimos con gringos y sus familias y con los vendedores del dutyfree, tristes y desganados porque la venta de licores está parada por las nuevas regulaciones de no líquidos a bordo.
El vuelo fue lento, pero bien. En el aeropuerto de México sacamos las maletas y esperamos la llegada de Bef con unos libros. Descubrimos que nuestras maletas eran muy pesadas y tuvimos que hacer otro paquete. Más el paquete de los libros. Fila para documentar. En el mostrador, nos avisaron que dado que el Duque no tenía visa ni boleto de regreso, no podía salir del país hacia Europa. Tuvimos que comprar, en ese momento, un boleto de regreso. Sudor frío, boca seca. Comimos a prisa, en la ruidosa aérea internacional. Tanta gente y uno se puede sentir tan solo. Mandamos por paquetería el celular de regreso a Vallarta. Pasamos el control. Después de preguntar, compramos tequilas en el DutyFree. Hicimos más filas y subimos al avión. Dos niños sentados enfrente de nosotros. Dos niños que empezaron a llorar cuando su mamá intentó abrocharles el cinturón de seguridad. Dos niños que, la verdad, se durmieron el resto del viaje. No servía el sistema de sonido en nuestros asientos, así que no vimos las películas. Intenté dormir. Tenía una sensación de demasiado desasosiego. Tenía frío. Estaba incómoda.
Llegamos a Amsterdam y hacía frío. Antes de los controles, nos dijeron que teníamos que tirar las botellas de tequila a la basura. Salimos y las documentamos en otra mochila que teníamos libre. Yo las protegí con la bufanda morada que me había hecho Martha por navidad, el libro de los eventos desafortunados, mi agenda y una agenda nueva. Pedimos una etiqueta de frágil y nos dijeron que no había. Volvimos a las salas. El agente de Migración que nos vió salir hacia la zona de recepción de equipaje no le pidió al Duque su boleto recién comprado.
Dormimos en unos sillones del aeropuerto. Comimos fastfood. Tomamos el avión a Barcelona. Aterrizamos justo 26 horas después de que habíamos llegado al aeropuerto de Puerto Vallarta. En la banda de equipaje, nos esperaba una sorpresa: abrieron la última maleta que documentamos. Se rompió una botella de tequila. Se mojaron libros y documentos. Se robaron la agenda nueva. Se robaron la bufanda que me había tejido Martha.
No pude más. Salí rápido a buscar un taxi y en el camino lloré, lloré y lloré. Por regresar, por dejarlos, porque lo que había en México tampoco era real, porque Barcelona es otra vez la soledad y las responsabilidades, porque me habían robado mi bufanda. El señor taxista iba asustado y hablaba de cualquier cosa, como intentando calmarme. Aunque vivimos en una calle peatonal, se metió para dejarnos justo enfrente de la puerta. Cuando llegué a la casa, tenía mensajes de relaciones terminadas, humedades en las paredes, exjefes histéricos, calentadores de agua descompuestos. Así, la realidad. Qué ganas entonces de regresar. De desaparecer.
Poco a poco he comenzado a volver a la normalidad. El jueves lo pasé haciendo trámites y el viernes terminando con las compras de Reyes. El fin de semana fuimos a Valencia, de invitados, de observadores. Y regresamos. El Duque ha estado de viaje esta semana. Yo firmé un contrato de trabajo el lunes y estoy aquí, bañada por el sol de las cinco de la tarde de Sitges, escribiendo. Tratando de invocar el cierre de la racha. Creo que ya toca. El libro de los eventos desafortunados ya está casi del todo seco. Ya comenzaré a leerlo. Ya comenzaré.
La introducción va porque el primer regalo de navidad que recibí este año fue precisamente el último libro de la serie. La intención, me dijeron, era que me enganchara al revés - lo cual me parecía el non-plus-ultra de la promoción a la lectura. El problema es que mi propia serie de eventos desafortunados ya había comenzado. Y no parecía terminar.
La segunda semana de diciembre la pasé entre hospitales, incendios y jefes y doctores hijosdeputa. Perdimos al Bitxo. Me pusieron la epidural. Saqué mis cosas en una caja de mi oscura y húmeda oficina. Ví pasar un bono navideño delante de mis ojos sin recibirlo. Fuí el blanco de los odios imposibles de brujas imposibles. Me porté mal en la última cena de navidad con el descolorido, odioso e imperdonable Maniquí. Me corté el cabello. Compré sin comprar regalos de navidad. Hice maletas. Tomé un avión. Llegué al DF.
Descubrí en el DF que caminar ahí debería ser catalogado como deporte extremo. Que no hace tanto frío. Que las mujeres se maquillan mucho. Y se ponen tacones altos para ir al súper. Que es normal llegar tarde. Que mi brújula de ubicación en el DF todavía sirve. Que hay burócratas simpáticos y burócratas horribles. Que ir al médico siempre es desagradable. Algunas veces más desagradable que otras. Que quiero mucho a mis amigos y los extraño. Que me gusta desayunar en el VIPs. Que me sorprenden las raciones tan grandes de la comida - una vez no me terminé mis chilaquiles y el gerente quería cambiármelos por otra cosa. "Pero es que si no le gustaron señorita, le traemos otra cosa" - y la manera tan amable de la gente de tratarte. Que allá soy una "güerita". Que la gente compra, pero no tanto.
Luego viajamos a Toluca, cortesía del señor Huicochea que nos ayudó a cargar nuestras enodmes maletas. Hacía frío. Conocimos a Paula, que es preciosa en su pequeñez. Y vimos a la familia del Duque. Y a los amigos del Duque. Y hubo que explicarles que habíamos perdido al Bitxo. Uno por uno. Me cansé. Mucho. Quería irme rápido. El Pillo y María (con Iker) nos llevaron al aeropuerto. Y huímos del frío.
En Guadalajara, había comité de recepción. Empezamos comiendo en una cenaduría y todo. Envolvimos regalos de navidad. Fuimos a ver a la familia que es, no a la que era. Sigo sin confiar en la gente que me dice que todo en su vida está perfecto. Me parece que tanta felicidad extraconfirmada es sospechosa. Ví a los Maextros en el Botanas. Muy fuerte el retorno. (Ví a unos señores que dicen que son mis amigos de la prepa. Sabe). Recibí regalos de Navidad. Comí mucho pozole. Ví mucha gente. No hablé del Bitxo. Sólo lo necesario. Pero sí lo soñé. Y lloraba a veces un poquito - cuando nadie me veía. Javier nos esperaba en Vallarta. Y nos lanzamos todos por la nueva carretera de las Montañas. (Debería poner una fotografía, pero no tomé fotografías. No con mi cámara. De un tiempo para acá, a veces no tengo ganas de guardar imágenes).
En Vallarta, tuve más tiempo para estar con ellos, a los que adoro y de los que soy parte. Descubrí que quiero mucho a familia, más en dosis controladas. Descubrí que quisiera tener otra vez nueve años y subirme a mi cuarto y llorar y llorar y llorar y espantar así a todas mis pesadillas. Descubrí que ya no quiero ser adulta, ni responsable de nada, ni trabajar, ni pagar las cuentas, ni tener tarjetas de crédito. De ser posible, niñodios o santosreyesmagos yo quisiera tener de regreso mi infancia.
Intenté simular que no pasaba nada. Que no se estaban acabando las vacaciones ni vendríamos de regreso. Un día antes se cayó todo. Vimos una película mala. No pudimos cenar fuera. Me cansaron del todo los gritos de las urracas. Y comencé a llorar: como una magdalena, como agosto en Guadalajara, como el río Papaloapan. Comencé a llorar y sentí que no podía pararme, que nada me detendría. Y me detuvo la cena y el resto de la noche.
El viaje de regreso a Barcelona duró poco más de 27 horas. Primero esperamos en el aeropuerto de Vallarta. Ya que habíamos logrado pasar los controles de seguridad y dejar atrás a todo nuestro lloroso comité de despedida - yo no lloré - nos dimos cuenta que nuestro avión estaba retrasado. Durante horas convivimos con gringos y sus familias y con los vendedores del dutyfree, tristes y desganados porque la venta de licores está parada por las nuevas regulaciones de no líquidos a bordo.
El vuelo fue lento, pero bien. En el aeropuerto de México sacamos las maletas y esperamos la llegada de Bef con unos libros. Descubrimos que nuestras maletas eran muy pesadas y tuvimos que hacer otro paquete. Más el paquete de los libros. Fila para documentar. En el mostrador, nos avisaron que dado que el Duque no tenía visa ni boleto de regreso, no podía salir del país hacia Europa. Tuvimos que comprar, en ese momento, un boleto de regreso. Sudor frío, boca seca. Comimos a prisa, en la ruidosa aérea internacional. Tanta gente y uno se puede sentir tan solo. Mandamos por paquetería el celular de regreso a Vallarta. Pasamos el control. Después de preguntar, compramos tequilas en el DutyFree. Hicimos más filas y subimos al avión. Dos niños sentados enfrente de nosotros. Dos niños que empezaron a llorar cuando su mamá intentó abrocharles el cinturón de seguridad. Dos niños que, la verdad, se durmieron el resto del viaje. No servía el sistema de sonido en nuestros asientos, así que no vimos las películas. Intenté dormir. Tenía una sensación de demasiado desasosiego. Tenía frío. Estaba incómoda.
Llegamos a Amsterdam y hacía frío. Antes de los controles, nos dijeron que teníamos que tirar las botellas de tequila a la basura. Salimos y las documentamos en otra mochila que teníamos libre. Yo las protegí con la bufanda morada que me había hecho Martha por navidad, el libro de los eventos desafortunados, mi agenda y una agenda nueva. Pedimos una etiqueta de frágil y nos dijeron que no había. Volvimos a las salas. El agente de Migración que nos vió salir hacia la zona de recepción de equipaje no le pidió al Duque su boleto recién comprado.
Dormimos en unos sillones del aeropuerto. Comimos fastfood. Tomamos el avión a Barcelona. Aterrizamos justo 26 horas después de que habíamos llegado al aeropuerto de Puerto Vallarta. En la banda de equipaje, nos esperaba una sorpresa: abrieron la última maleta que documentamos. Se rompió una botella de tequila. Se mojaron libros y documentos. Se robaron la agenda nueva. Se robaron la bufanda que me había tejido Martha.
No pude más. Salí rápido a buscar un taxi y en el camino lloré, lloré y lloré. Por regresar, por dejarlos, porque lo que había en México tampoco era real, porque Barcelona es otra vez la soledad y las responsabilidades, porque me habían robado mi bufanda. El señor taxista iba asustado y hablaba de cualquier cosa, como intentando calmarme. Aunque vivimos en una calle peatonal, se metió para dejarnos justo enfrente de la puerta. Cuando llegué a la casa, tenía mensajes de relaciones terminadas, humedades en las paredes, exjefes histéricos, calentadores de agua descompuestos. Así, la realidad. Qué ganas entonces de regresar. De desaparecer.
Poco a poco he comenzado a volver a la normalidad. El jueves lo pasé haciendo trámites y el viernes terminando con las compras de Reyes. El fin de semana fuimos a Valencia, de invitados, de observadores. Y regresamos. El Duque ha estado de viaje esta semana. Yo firmé un contrato de trabajo el lunes y estoy aquí, bañada por el sol de las cinco de la tarde de Sitges, escribiendo. Tratando de invocar el cierre de la racha. Creo que ya toca. El libro de los eventos desafortunados ya está casi del todo seco. Ya comenzaré a leerlo. Ya comenzaré.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)