5.10.06

Personajes

Hace apenas unas horas, en el metro, ví un hombre de esos de los que te gustaría guardar una fotografía, porque parecen tanto un personaje irreal que hay que escribirlos para que existan. Algo en él olía a vejez, a mente cerrada, a lucha contra lo distinto. No sé si eran sus mocasines negros, brillantes de los lados pero llenos de tierra de la punta. Quizá el pantalaón, también negro, perfectamente planchado y ya un poco brilloso del uso (casi pude imaginarme a su mujer, en bata floreada y con tubos, planchando incansablemente en una habitación pequeñita). Tal vez era la camisa: amarilla, como de un poliéster imitación de lino, de manga corta, abierta a la mitad del pecho. O la cadena de oro que coronaba el vello que sobresalía de la abertura.

No era rico. Era un currante como dicen aquí (ah, la clase trabajadora). Llevaba colgado al brazo una cartera de piel y abrazada, junto a su pecho, una carpeta también de piel negra (¿o era imitación?) y la edición de hoy del periódico El Mundo. Las prominentes entradas de su frente le daban la bienvenida a una incipiente calvicie. Era el prototipo del hombre de derechas, enojón, inamovible. No me atrevo a darle más calificativos: simplemente que su pinta me pareció perfecta para un personaje, que si creado por un escritor para un cuento, sería quizá poco creíble de tan impoluto.

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