12.8.06

Carta Abierta

Ya sé que hay cosas muy importantes en la realidad nacional y que he tenido mucho tiempo para escribirlas. Pero hoy me ocupa un issue personal. Dado que esta página es personalísima y la visitan amigos, he aquí mi carta.

Para mi papá… y todos los otros ingenieros en telecomunicaciones graduados de la UdeG en agosto de 1976

Ayer dejó de hacer calor en Barcelona. Hoy amanecimos con un cielo plomizo y una amenaza de lluvia que, sin embargo, sabemos que sólo será eso: una amenaza. Son días de descanso. Y, como parte del verano, a mí me hace falta que llueva como sólo en Guadalajara sabe hacerlo: a cántaros.

Cuando uno crece con veranos lluviosos, eventualmente los acepta. Cambia los juegos en el patio por los mismos u otros menos acelerados en el interior de la casa. Pero hay días en los que la lluvia molesta. Enormemente.

Yo me acuerdo que a mí siempre me molestaba la lluvia un día a la mitad de agosto. Cuando yo era niña – ah, la memoria – las clases no comenzaban en agosto sino hasta los primeros días de septiembre. Y había un evento que marcaba casi el final de las vacaciones y al mismo tiempo, siempre tenía un encanto especial: “la reunión de la generación”. Así se llamaba.

Lo que sabía era que iríamos a algún sitio con jardines y canchas y pasaría todo el día jugando con “amigos” con los que me reencontraba año tras año. Que vería a mi papá muy contento platicando con uno y otro y de pronto tendría una sensación de familia… aunque ninguno de ellos estuviera en las reuniones familiares. Me gustaba. Me gustaba mucho que mi papá tuviera tantos amigos y se encontraran cada año, sin falta, en una cita que era fiesta para todos.

El punto es que crecimos. Ayer, mientras hablaba con mi mamá por teléfono, me recordó que este fin de semana es el de la “fiesta”. “Te van a poner falta otra vez”. Y lamenté terriblemente no poder estar ahí. Porque me gustaba. Me divierte mucho verlos, me gusta sentirme entre amigos.

Hace cinco años fue la última vez que me presenté a la reunión. Estaba a punto de terminar a mi vez una carrera universitaria. Hace cinco años que no veo a mis compañeros. Conformé fui creciendo entendí la importancia del esfuerzo que año tras año hacían todos por encontrarse. Ahora lo sé más. Sobre cuando yo estoy del otro lado del océano y el resto de los compañeros de mi generación también se han extendido por el mundo. Nos queda el Internet – suerte parcial – pero a mí me da envidia absoluta la posibilidad de encontrarlos, de contarnos lo que hemos visto, lo que hemos caminado. Yo quisiera también estar con mis compañeros, como ustedes.

En esas reuniones de los agostos aprendí la importancia de reencontrarse con la otra familia, la que la vida nos va creando al reunirnos en aulas y grupos de estudiantes. Lo más curioso – alguna vez lo hablé con mi papá – es que quizá las amistades que no se dieron del todo por diversas circunstancias durante la escuela se dieron a lo largo de los años. Y siempre es valioso tener a alguien con quien hablar, aunque sea de vez en cuando, de cómo van avanzando nuestras vidas.

Fuera de las reuniones, en los comentarios, aprendí de mi padre y de todos los demás ingenieros la importancia del trabajo, de la búsqueda, del esfuerzo por seguir adelante a pesar de los pesares. Aprendí la importancia de la educación universitaria y de su actualización. Aprendí la necesidad de esforzarme, de seguir: de hacer que alguien se sintiera orgulloso de mí cuando sostuviera mi título.

Tengo muchas cosas que decirles y, por más que lo intento, no me salen. Al final de cuentas, lo que celebran hoy es como un parto conjunto que sucedió hace 30 años: el final de unos estudios universitarios que, de alguna manera, moldearon parte de sus realidades el día de hoy.

Papá: no creo que haya en el mundo en mejor profesional que tú. Eres mi modelo y mi guía para seguir adelante. Eres mi orgullo. Y mi único lamento es no poder estar ahí para darte un abrazo. Siempre, siempre, serás para mí el del cuadro de honor, el ganador de todas las menciones honoríficas, porque decidiste junto con mi mamá traerme al mundo y enseñarme cómo caminarlo. Y eso nunca podré terminar de agradecértelo.

A los demás ingenieros, gracias. Por darnos un ejemplo, por enseñarnos a convivir, por darme amigos entrañables, “primos de cariño” como Paulina, Liliana o Víctor, por convertirse en una referencia en mi vida. Gracias por acompañar a mi papá en el camino y ser sus amigos, sus confidentes, su apoyo. Gracias, por seguir estando ahí.

Les mando enormísimos abrazos.

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