4.8.06

Barcelona, otra vez

Después del caos de las últimas semanas, entre la operación y la mudanza, ayer regresé a Barcelona. Salí a mediodía porque tenía que comprar pescado fresco y quería ir a comer algo. Y descubrí que se me había olvidado que Barcelona es una ciudad llena de postales de álbumes de otros sitios, de otros panoramas.

Al primero me lo encontré en una de las calles del gótico, cerca de Avinyó. Como me puede dar el sol, estuve metiéndome entre los callejones y de pronto, me encontré de frente primero con su olor corporal. Su piel absolutamente chocolate. Sus enormes ojos, detrás de una puerta de cristal. No me acuerdo ni siquiera el nombre de la pensión en donde estaba, pero ví su cuerpo intensamente moreno, sus enormes ojos, sus labios gruesos y de pronto pensé que así deben ser todos los habitantes del África imaginada. Así, como atletas imposibles.

Después de comprar unos libros en La Central, del otro lado de la Rambla, entré por una calle paralela a la Rambla de los Floristas. La calle, sombreada, estaba también desierta. A lo lejos se oía el caos de los turista y alguien que trabajaba en una instalación. Al frente, la calle terminaba en una esquina con Carmen, de donde salió de pronto una bicicleta. Al frente, un hombre de perfectos rasgos árabes, vestido de blanco inmaculado, mangas hasta las muñecas y pantalones hasta los tobillos, para huir del sol. En la parte de atrás de la bicicleta, donde usualmente iría la caja de la carga, iba una chica. Su vestido y su pañuelo eran lilas, bordados con hilos plateados. Sus piernas juntas, colgaban la lado derecho de la bicicleta. Casi me sentí en una escena del más buen Bollywood.

Comí tallarines con pollo y salsa teriyaki acompañada por Alex, Paula y Luna. Las últimas dos, madre e hija originarias de Bogotá, tienen una característica muy especial: son la misma, pero en pantones diferentes. Terminé comprando pescado y cilantro para hacer ceviche en la Boquería. Se me antojó una sandía. Hoy me llevaré el carrito para ver si la puedo cargar.

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