El tema político en mi adorado país se ha vuelto tan escabroso que ya no queremos ni tocarlo. Las posiciones tan encontradas (y enconadas) nos ha convertido en un país enojado, dividido y desconcertado. ¿Qué hacer? ¿A dónde ir?
Cuando todo falla, uno quiere creer en algo. Sentir que todavía hay algo en lo que creer. A mí me sucedía con el IFE. La primera elección en la que pude emitir mi voto fue la elección del cambio de gobierno después de 70 años. Y confío en un sistema absolutamente ciudadano para contar los votos. También sé que puede haber errores humanos. E incontables fraudes con nombre propio (el embarazo de urnas, etc). Sin embargo, hay un detalle de lógica que se les olvida a los que aseguran que hubo fraude en la actual elección.
Para que un fraude sea fraude, cuando yo quiero que alguien gane a toda costa, no le chiquiteo los votos. Se los pongo todos. ¿Qué necesidad hay de ponerlo en duda, de dejarlo con tan poquito margen? ¿O qué, intentaron hacer fraude y luego se arrepintieron, por eso hay pocos votos de diferencia? La verdad es otra: la verdad es que había un voto dividido. Sí. Pero en México se gana por un voto. Uno solito. El chiste es que las cámaras - en donde el PRD está bien representado, por cierto, y cuyas elecciones sospechosamente no se impugnaron - no sean de mayoría absoluta y permitan así el diálogo y la defensa de todos los intereses de los mexicanos, por distintos que sean.
Pero a don Andrés Manuel no le basta. El quiere ser presidente - quiere su lancha, quiere su lancha, quiere su lancha. Eso de perder por un voto vale si el que pierde es Calderón. Si el que pierde es él se llama "usurpación". Y ahora, dice, ya decidió que se va a autonombrar presidente porque no es justo que le quiten la silla. Chale. Me recuerda a las niñas ricas que lloraban hasta que sus papás compraran todos los votos a fin de convertirlas en reinas de la primavera.
Hoy hasta el New York Times, que defiende al PRD por ser considerado "izquierda moderada" (¿eso existe en México? ¿de verdad?) ya hace un llamado en su editorial a la cordura. Y es un llamado fuerte. Aunque continua diciendo que está muy mal que Calderón no haya pedido el recuento - eso, señores, era quitarle todo su valor y confianza al sistema electoral mexicano - y que diga que puede gobernar sin el PRD - ¿de verdad dijiste esto, don Felipe? ¿qué pasó con la idea del gobierno incluyente? -, ya le dice directamente a López Obrador que se deje de jaladas. Que está, literalmente, de quejica (¿quejoso?) berrinchudo.
Me permito dar mi propia traducción del artículo porque creo que es interesante. Es muy interesante que el diario gringo que le prestó sus páginas editoriales para que lanzara consignas le dija: "ástese quieto". Digo, nada más es cuestión de escuchar, don Andrés Manuel. Chance y ya se le pasaron a usted de tueste sus arguendes.
Yo apoyo la decisión del Tribunal y abogo por un gobierno plural e incluyente. No quiero a mi país convulso un día más. Basta. Por favor.
El Recuento de México
(artículo editorial publicado en el NYT del 29 de agosto. Traducción de Ana Cinthya Uribe)
Durante ocho semanas, Andrés Manuel López Obrador ha hecho de su reclamo de fraude electoral la base para lo que amenaza en convertirse en una protesta permanente de la elección presidencial en México. Ayer, el tribunal electoral de México desechó las bases de sus reclamos. En un recuento del nueve porciento de las casillas, los jueces no encontraron evidencia de fraude generalizado, pues los errores existentes cambiaban muy poco los resultados.
El tribunal electoral aún no ha declarado que Felipe Calderón, del partido gobernante Acción Nacional, sea el próximo presidente de México. Tiene hasta el 6 de septiembre para pronunciarse sobre si el presidente Vicente Fox y algunos grupos empresariales interfirieron ilegalmente en la elección. Nadie debe pedirle al señor López Obrador que ceje en su empeño antes de que se dé a conocer el dictamen. Pero es tiempo de que él termine con sus protestas y se comprometa a respetar la decisión final del Tribunal.
El señor López Obrador, quien está detrás del señor Calderón por menos del 0.6 por ciento de los votos, asegura que él ganó en realidad y ha prometido hacer ingobernable el país hasta que su reclamo sea reconocido. Sus seguidores han establecido campamentos que han paralizado partes de la Ciudad de México. El señor López Obrador argumenta que sólo un recuento total podría haber sanjado la cuestión. En un país donde el fraude electoral solía ser una rutina, un recuento total hubiera sido de hecho lo mejor.
Pero en este caso parece ser que el voto fue realizado de manera correcta, y se está llevando a cabo un proceso claro y completo para analizar las quejas. El tribunal electoral es respetado e independiente. La continua insistencia del señor López Obrador al respecto de que le robaron ahora suena como a un berrinche. Si no desiste, su partido, ahora el segundo más grande del país, deberá decidir si es que la organización es más grande que la persona y si su rol es como oposición dentro - no fuera - de los procesos democráticos.
Sin embargo, el señor Calderón también tiene que dar la cara. Erró en oponerse al recuento. Y aunque sus asesores insisten en que no necesitan al Partido de la Revolución Democrática para gobernar de manera efectiva, eso es un error. El señor Calderón tiene menos del 36 por ciento de los votos y su partido no alcanzó la mayoría ni en la Cámara de Diputados ni en el Senado. El país está divido por clases y geográficamente, donde los ricos estados del norte apoyan al señor Calderón y el sur empobrecido mira hacia el señor López Obrador.
Incluso en el caso de que pudiera gobernar por él mismo, el señor Calderón estaría haciendo política en una caja de ecos para la élite mexicana. El señor López Obrador tiene fallos que aparentemente le impidieron llegar a la presidencia. Pero esto no quiere decir que los millones de mexicanos que se sentían representados por él deban permanecer en el silencio.
29.8.06
25.8.06
Ojos en Barcelona I
Lo que encuentra uno en las bibliotecas
Acabo de leer Le Monde Diplomatique. Dice el artículo de portada de la versión en español que el fraude electoral cometido en México sólo tiene parangón si se le compara con el cometido en Ucrania hace unos años. Que no se pueden explicar como nadie en la comunidad internacional reacciona como lo hicieron entonces… pero claro… es que México es un territorio de intereses para los grandes capitalistas de nuestra era entonces nadie dirá nada del vergonzoso suplicio al que ha sido condenado López Obrador. Nadie, porque les conviene que las cosas vayan así.
Cuenta el articulista de portada como herramientas del control gubernamental como Televisa y Tv Azteca han hecho – sin éxito – una campaña de abatimiento al señor López Obrador, quien ha aguantado como un campeón estas y otras injurias - ¡qué digo injurias! ¡incontables levantamientos de falsos! – como cuando quisieron juzgarlo y quitarle su protección por haber desatendido un juicio que concernía a la construcción del ingreso a un hospital.
Lo triste de que lo diga Le Monde Diplomatique es que es LMD. Y que nadie tiene porque cuestionarle lo que dice. Y que está en portada. Ilustrado con una calavera de Posadas. Claro que LMD no habla nunca de la corrupción al interior del gobierno de la Ciudad de México, que dirigía el injustamente-tratado, sólo-comparable-a-mártir-de-la-democracia López Obrador. Ni de los 80 mil pesos que ganaba su coger cuando el sueldo mínimo era de tres mil. Ni que la orden que desobedeció y que dio el permiso por sus pistolas de construir el acceso a un hospital está relacionado con uno de los nosocomios más caros de la Ciudad de México, conocidos por su vocación de atender a la oligarquía de la que él tanto reniega. Pero claro. Es LMD. Y quién puede decirle nada.
Mi querido V., gran ocupante de mi corazón, está en el hospital. Se cayó y rompió el fémur y la mano. Voy a visitarle de vez en cuando y hablamos de Líbano, de Israel, de las guerrillas, de la cristiana, de la pornografía en los medios… y ya no hablamos de México. “La verdad es que yo ya no entiendo nada”, me dice, una y otra vez. Yo tampoco, V. Y dudo que mucha gente entienda algo.
Nota: me he venido a trabajar a la biblioteca que está a unas cuantas cuadras de mi casa porque allá siguen tirando paredes. La reclusión con tanto ruido no sirve. Quizá como dice M, una de mis amigas, lo que yo necesito son vacaciones pero no sólo de no trabajar... de no hacer nada de verdad.
Cuenta el articulista de portada como herramientas del control gubernamental como Televisa y Tv Azteca han hecho – sin éxito – una campaña de abatimiento al señor López Obrador, quien ha aguantado como un campeón estas y otras injurias - ¡qué digo injurias! ¡incontables levantamientos de falsos! – como cuando quisieron juzgarlo y quitarle su protección por haber desatendido un juicio que concernía a la construcción del ingreso a un hospital.
Lo triste de que lo diga Le Monde Diplomatique es que es LMD. Y que nadie tiene porque cuestionarle lo que dice. Y que está en portada. Ilustrado con una calavera de Posadas. Claro que LMD no habla nunca de la corrupción al interior del gobierno de la Ciudad de México, que dirigía el injustamente-tratado, sólo-comparable-a-mártir-de-la-democracia López Obrador. Ni de los 80 mil pesos que ganaba su coger cuando el sueldo mínimo era de tres mil. Ni que la orden que desobedeció y que dio el permiso por sus pistolas de construir el acceso a un hospital está relacionado con uno de los nosocomios más caros de la Ciudad de México, conocidos por su vocación de atender a la oligarquía de la que él tanto reniega. Pero claro. Es LMD. Y quién puede decirle nada.
Mi querido V., gran ocupante de mi corazón, está en el hospital. Se cayó y rompió el fémur y la mano. Voy a visitarle de vez en cuando y hablamos de Líbano, de Israel, de las guerrillas, de la cristiana, de la pornografía en los medios… y ya no hablamos de México. “La verdad es que yo ya no entiendo nada”, me dice, una y otra vez. Yo tampoco, V. Y dudo que mucha gente entienda algo.
Nota: me he venido a trabajar a la biblioteca que está a unas cuantas cuadras de mi casa porque allá siguen tirando paredes. La reclusión con tanto ruido no sirve. Quizá como dice M, una de mis amigas, lo que yo necesito son vacaciones pero no sólo de no trabajar... de no hacer nada de verdad.
24.8.06
Reclusión
Tengo una semana más para recuperarme, por el momento. Comienza a ponerme nerviosa la longitud del verano y el silencio al respecto de mi trabajo. Estoy en casa. Me gusta estar en casa. Pero no cuando hay tanto ruido. Están tirando un muro del piso de abajo. Me estoy poniendo nerviosa. No veo más opciones de trabajo. Pero quizá es porque estoy miope de verano. Ya se verá.
12.8.06
Carta Abierta
Ya sé que hay cosas muy importantes en la realidad nacional y que he tenido mucho tiempo para escribirlas. Pero hoy me ocupa un issue personal. Dado que esta página es personalísima y la visitan amigos, he aquí mi carta.
Para mi papá… y todos los otros ingenieros en telecomunicaciones graduados de la UdeG en agosto de 1976
Ayer dejó de hacer calor en Barcelona. Hoy amanecimos con un cielo plomizo y una amenaza de lluvia que, sin embargo, sabemos que sólo será eso: una amenaza. Son días de descanso. Y, como parte del verano, a mí me hace falta que llueva como sólo en Guadalajara sabe hacerlo: a cántaros.
Cuando uno crece con veranos lluviosos, eventualmente los acepta. Cambia los juegos en el patio por los mismos u otros menos acelerados en el interior de la casa. Pero hay días en los que la lluvia molesta. Enormemente.
Yo me acuerdo que a mí siempre me molestaba la lluvia un día a la mitad de agosto. Cuando yo era niña – ah, la memoria – las clases no comenzaban en agosto sino hasta los primeros días de septiembre. Y había un evento que marcaba casi el final de las vacaciones y al mismo tiempo, siempre tenía un encanto especial: “la reunión de la generación”. Así se llamaba.
Lo que sabía era que iríamos a algún sitio con jardines y canchas y pasaría todo el día jugando con “amigos” con los que me reencontraba año tras año. Que vería a mi papá muy contento platicando con uno y otro y de pronto tendría una sensación de familia… aunque ninguno de ellos estuviera en las reuniones familiares. Me gustaba. Me gustaba mucho que mi papá tuviera tantos amigos y se encontraran cada año, sin falta, en una cita que era fiesta para todos.
El punto es que crecimos. Ayer, mientras hablaba con mi mamá por teléfono, me recordó que este fin de semana es el de la “fiesta”. “Te van a poner falta otra vez”. Y lamenté terriblemente no poder estar ahí. Porque me gustaba. Me divierte mucho verlos, me gusta sentirme entre amigos.
Hace cinco años fue la última vez que me presenté a la reunión. Estaba a punto de terminar a mi vez una carrera universitaria. Hace cinco años que no veo a mis compañeros. Conformé fui creciendo entendí la importancia del esfuerzo que año tras año hacían todos por encontrarse. Ahora lo sé más. Sobre cuando yo estoy del otro lado del océano y el resto de los compañeros de mi generación también se han extendido por el mundo. Nos queda el Internet – suerte parcial – pero a mí me da envidia absoluta la posibilidad de encontrarlos, de contarnos lo que hemos visto, lo que hemos caminado. Yo quisiera también estar con mis compañeros, como ustedes.
En esas reuniones de los agostos aprendí la importancia de reencontrarse con la otra familia, la que la vida nos va creando al reunirnos en aulas y grupos de estudiantes. Lo más curioso – alguna vez lo hablé con mi papá – es que quizá las amistades que no se dieron del todo por diversas circunstancias durante la escuela se dieron a lo largo de los años. Y siempre es valioso tener a alguien con quien hablar, aunque sea de vez en cuando, de cómo van avanzando nuestras vidas.
Fuera de las reuniones, en los comentarios, aprendí de mi padre y de todos los demás ingenieros la importancia del trabajo, de la búsqueda, del esfuerzo por seguir adelante a pesar de los pesares. Aprendí la importancia de la educación universitaria y de su actualización. Aprendí la necesidad de esforzarme, de seguir: de hacer que alguien se sintiera orgulloso de mí cuando sostuviera mi título.
Tengo muchas cosas que decirles y, por más que lo intento, no me salen. Al final de cuentas, lo que celebran hoy es como un parto conjunto que sucedió hace 30 años: el final de unos estudios universitarios que, de alguna manera, moldearon parte de sus realidades el día de hoy.
Papá: no creo que haya en el mundo en mejor profesional que tú. Eres mi modelo y mi guía para seguir adelante. Eres mi orgullo. Y mi único lamento es no poder estar ahí para darte un abrazo. Siempre, siempre, serás para mí el del cuadro de honor, el ganador de todas las menciones honoríficas, porque decidiste junto con mi mamá traerme al mundo y enseñarme cómo caminarlo. Y eso nunca podré terminar de agradecértelo.
A los demás ingenieros, gracias. Por darnos un ejemplo, por enseñarnos a convivir, por darme amigos entrañables, “primos de cariño” como Paulina, Liliana o Víctor, por convertirse en una referencia en mi vida. Gracias por acompañar a mi papá en el camino y ser sus amigos, sus confidentes, su apoyo. Gracias, por seguir estando ahí.
Les mando enormísimos abrazos.
Para mi papá… y todos los otros ingenieros en telecomunicaciones graduados de la UdeG en agosto de 1976
Ayer dejó de hacer calor en Barcelona. Hoy amanecimos con un cielo plomizo y una amenaza de lluvia que, sin embargo, sabemos que sólo será eso: una amenaza. Son días de descanso. Y, como parte del verano, a mí me hace falta que llueva como sólo en Guadalajara sabe hacerlo: a cántaros.
Cuando uno crece con veranos lluviosos, eventualmente los acepta. Cambia los juegos en el patio por los mismos u otros menos acelerados en el interior de la casa. Pero hay días en los que la lluvia molesta. Enormemente.
Yo me acuerdo que a mí siempre me molestaba la lluvia un día a la mitad de agosto. Cuando yo era niña – ah, la memoria – las clases no comenzaban en agosto sino hasta los primeros días de septiembre. Y había un evento que marcaba casi el final de las vacaciones y al mismo tiempo, siempre tenía un encanto especial: “la reunión de la generación”. Así se llamaba.
Lo que sabía era que iríamos a algún sitio con jardines y canchas y pasaría todo el día jugando con “amigos” con los que me reencontraba año tras año. Que vería a mi papá muy contento platicando con uno y otro y de pronto tendría una sensación de familia… aunque ninguno de ellos estuviera en las reuniones familiares. Me gustaba. Me gustaba mucho que mi papá tuviera tantos amigos y se encontraran cada año, sin falta, en una cita que era fiesta para todos.
El punto es que crecimos. Ayer, mientras hablaba con mi mamá por teléfono, me recordó que este fin de semana es el de la “fiesta”. “Te van a poner falta otra vez”. Y lamenté terriblemente no poder estar ahí. Porque me gustaba. Me divierte mucho verlos, me gusta sentirme entre amigos.
Hace cinco años fue la última vez que me presenté a la reunión. Estaba a punto de terminar a mi vez una carrera universitaria. Hace cinco años que no veo a mis compañeros. Conformé fui creciendo entendí la importancia del esfuerzo que año tras año hacían todos por encontrarse. Ahora lo sé más. Sobre cuando yo estoy del otro lado del océano y el resto de los compañeros de mi generación también se han extendido por el mundo. Nos queda el Internet – suerte parcial – pero a mí me da envidia absoluta la posibilidad de encontrarlos, de contarnos lo que hemos visto, lo que hemos caminado. Yo quisiera también estar con mis compañeros, como ustedes.
En esas reuniones de los agostos aprendí la importancia de reencontrarse con la otra familia, la que la vida nos va creando al reunirnos en aulas y grupos de estudiantes. Lo más curioso – alguna vez lo hablé con mi papá – es que quizá las amistades que no se dieron del todo por diversas circunstancias durante la escuela se dieron a lo largo de los años. Y siempre es valioso tener a alguien con quien hablar, aunque sea de vez en cuando, de cómo van avanzando nuestras vidas.
Fuera de las reuniones, en los comentarios, aprendí de mi padre y de todos los demás ingenieros la importancia del trabajo, de la búsqueda, del esfuerzo por seguir adelante a pesar de los pesares. Aprendí la importancia de la educación universitaria y de su actualización. Aprendí la necesidad de esforzarme, de seguir: de hacer que alguien se sintiera orgulloso de mí cuando sostuviera mi título.
Tengo muchas cosas que decirles y, por más que lo intento, no me salen. Al final de cuentas, lo que celebran hoy es como un parto conjunto que sucedió hace 30 años: el final de unos estudios universitarios que, de alguna manera, moldearon parte de sus realidades el día de hoy.
Papá: no creo que haya en el mundo en mejor profesional que tú. Eres mi modelo y mi guía para seguir adelante. Eres mi orgullo. Y mi único lamento es no poder estar ahí para darte un abrazo. Siempre, siempre, serás para mí el del cuadro de honor, el ganador de todas las menciones honoríficas, porque decidiste junto con mi mamá traerme al mundo y enseñarme cómo caminarlo. Y eso nunca podré terminar de agradecértelo.
A los demás ingenieros, gracias. Por darnos un ejemplo, por enseñarnos a convivir, por darme amigos entrañables, “primos de cariño” como Paulina, Liliana o Víctor, por convertirse en una referencia en mi vida. Gracias por acompañar a mi papá en el camino y ser sus amigos, sus confidentes, su apoyo. Gracias, por seguir estando ahí.
Les mando enormísimos abrazos.
4.8.06
Barcelona, otra vez
Después del caos de las últimas semanas, entre la operación y la mudanza, ayer regresé a Barcelona. Salí a mediodía porque tenía que comprar pescado fresco y quería ir a comer algo. Y descubrí que se me había olvidado que Barcelona es una ciudad llena de postales de álbumes de otros sitios, de otros panoramas.
Al primero me lo encontré en una de las calles del gótico, cerca de Avinyó. Como me puede dar el sol, estuve metiéndome entre los callejones y de pronto, me encontré de frente primero con su olor corporal. Su piel absolutamente chocolate. Sus enormes ojos, detrás de una puerta de cristal. No me acuerdo ni siquiera el nombre de la pensión en donde estaba, pero ví su cuerpo intensamente moreno, sus enormes ojos, sus labios gruesos y de pronto pensé que así deben ser todos los habitantes del África imaginada. Así, como atletas imposibles.
Después de comprar unos libros en La Central, del otro lado de la Rambla, entré por una calle paralela a la Rambla de los Floristas. La calle, sombreada, estaba también desierta. A lo lejos se oía el caos de los turista y alguien que trabajaba en una instalación. Al frente, la calle terminaba en una esquina con Carmen, de donde salió de pronto una bicicleta. Al frente, un hombre de perfectos rasgos árabes, vestido de blanco inmaculado, mangas hasta las muñecas y pantalones hasta los tobillos, para huir del sol. En la parte de atrás de la bicicleta, donde usualmente iría la caja de la carga, iba una chica. Su vestido y su pañuelo eran lilas, bordados con hilos plateados. Sus piernas juntas, colgaban la lado derecho de la bicicleta. Casi me sentí en una escena del más buen Bollywood.
Comí tallarines con pollo y salsa teriyaki acompañada por Alex, Paula y Luna. Las últimas dos, madre e hija originarias de Bogotá, tienen una característica muy especial: son la misma, pero en pantones diferentes. Terminé comprando pescado y cilantro para hacer ceviche en la Boquería. Se me antojó una sandía. Hoy me llevaré el carrito para ver si la puedo cargar.
Al primero me lo encontré en una de las calles del gótico, cerca de Avinyó. Como me puede dar el sol, estuve metiéndome entre los callejones y de pronto, me encontré de frente primero con su olor corporal. Su piel absolutamente chocolate. Sus enormes ojos, detrás de una puerta de cristal. No me acuerdo ni siquiera el nombre de la pensión en donde estaba, pero ví su cuerpo intensamente moreno, sus enormes ojos, sus labios gruesos y de pronto pensé que así deben ser todos los habitantes del África imaginada. Así, como atletas imposibles.
Después de comprar unos libros en La Central, del otro lado de la Rambla, entré por una calle paralela a la Rambla de los Floristas. La calle, sombreada, estaba también desierta. A lo lejos se oía el caos de los turista y alguien que trabajaba en una instalación. Al frente, la calle terminaba en una esquina con Carmen, de donde salió de pronto una bicicleta. Al frente, un hombre de perfectos rasgos árabes, vestido de blanco inmaculado, mangas hasta las muñecas y pantalones hasta los tobillos, para huir del sol. En la parte de atrás de la bicicleta, donde usualmente iría la caja de la carga, iba una chica. Su vestido y su pañuelo eran lilas, bordados con hilos plateados. Sus piernas juntas, colgaban la lado derecho de la bicicleta. Casi me sentí en una escena del más buen Bollywood.
Comí tallarines con pollo y salsa teriyaki acompañada por Alex, Paula y Luna. Las últimas dos, madre e hija originarias de Bogotá, tienen una característica muy especial: son la misma, pero en pantones diferentes. Terminé comprando pescado y cilantro para hacer ceviche en la Boquería. Se me antojó una sandía. Hoy me llevaré el carrito para ver si la puedo cargar.
3.8.06
Me pronuncio
En primer lugar, porque fuí a votar. Porque confío en el IFE. Porque confío más en el trabajo de los miles de mexicanos que contaron voto por voto, casilla por casilla, el día de la elección. Yo no llamo a nadie jodido. Ni tampoco chaparro. No me gustan las descalificaciones. Pero quiero que devuelvan la ciudad a quienes le pertenece: a los capitalinos que trabajan, todos los días, para que nuestra ciudad capital - y nuestro país - vaya mejor. A partir de su propio trabajo. De su esfuerzo para estar mejor.
No me parece justo que varios miles de mexicanos estén tomando por asalto la ciudad en donde viven 20 millones: interrumpiendo su trabajo, su vida diaria, su normalidad. Me parece menos justo todavía que lo hagan ante la mirada impávida de los señores Ebrard, Encinas y Fox. Ya estuvo bueno. Ya estuvo bueno que en pro de "la democracia" se aguanten tonterías como la presente. No se vale. Hay mucha gente que quiere vivir, en paz, y que el país siga adelante.
Que me perdonen los ilusionados sociales, pero llevando a México a la revolución, justo en este momento, no se van a resolver las cosas. Ninguna. Los pobres - ya lo dijo Dehesa - se van a quedar más pobres. Y los ricos se van a volver más ricos, no nos engañemos. Y además, se van a salir de país y ni siquiera tendrán que ver a la gente peleándose por la comida y el trabajo.
Me pronuncio, desde esta ventana tan lejos de México y de Dios y de todo, para que el señor Andres Manuel López Obrador deje de tomar en asalto mi país. También es mio. Y no quiero que se lo cargue en un arranque mesiánico.
No me parece justo que varios miles de mexicanos estén tomando por asalto la ciudad en donde viven 20 millones: interrumpiendo su trabajo, su vida diaria, su normalidad. Me parece menos justo todavía que lo hagan ante la mirada impávida de los señores Ebrard, Encinas y Fox. Ya estuvo bueno. Ya estuvo bueno que en pro de "la democracia" se aguanten tonterías como la presente. No se vale. Hay mucha gente que quiere vivir, en paz, y que el país siga adelante.
Que me perdonen los ilusionados sociales, pero llevando a México a la revolución, justo en este momento, no se van a resolver las cosas. Ninguna. Los pobres - ya lo dijo Dehesa - se van a quedar más pobres. Y los ricos se van a volver más ricos, no nos engañemos. Y además, se van a salir de país y ni siquiera tendrán que ver a la gente peleándose por la comida y el trabajo.
Me pronuncio, desde esta ventana tan lejos de México y de Dios y de todo, para que el señor Andres Manuel López Obrador deje de tomar en asalto mi país. También es mio. Y no quiero que se lo cargue en un arranque mesiánico.
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