22.5.03

Tristeza del Cronopio

Hay un hermoso cuento de Cortázar que añoro hoy. Quisiera tener tan buenas terapias como la de los ramos de rosas. Cierto, uno nunca sabe si éstas acabarán revirtiéndose contra uno mismo. Pero qué más hacer.

Entendí que una de las personas que más quiero está enferma. Todo el día estuve leyendo sobre la enfermedad y la verdad es que duele. Me duele saber que no hay mucho que yo pueda hacer. No mucho más que recomendarle un médico y un medicamento. Con la esperanza de que funcionen. De que las terapias - cortazarianas o no - le den el descanso que necesita. A cruzar los dedos, entonces. Sea.

Ayer, por la tarde, fuí a realizar un experimento sociológico y gastronómico. Elsa, una compañera de trabajo, vino a sacarme de mi ensimismamiento y me preguntó si salíamos a comer juntas. Yo, que harta del calor, estaba casi dispuesta a hacerla de faquir, decidí cambiar mi encierro por su compañía, siempre interesante. Me llevó a comer tacos de carnitas. Muy buenos. Para vacunarme, ella misma dijo. La verdad es que los disfruté a mares. Hasta se me antojaron ahorita de volverlo a contar. Después, en una tiendita, compramos mazapanes caseros. Sí, más caros que los de La Rosa, pero definitivamente más naturales. Toda una comida completa, je.

En la comida, comentaba con ella lo absurdo que me parecía el asunto este de las marchas: miles de personas salen a las calles a exigir condiciones laborales que son - a mi parecer - ridículas. Quizá el aumento - aunque sea del diez por ciento - lo puedo entender pero... ¿plazas a perpetuidad y hereditarias? ¿más de 100 días de descanso al año?. Dios. Entonces ella me contó otra historia. Como estas "plazas", herencia maravillosa del sindicalismo moderno, no sólo se heredan, se venden. Y cómo una persona es capaz de pagar íntegramente más de lo que ganaría en un año por la misma plaza. "Pero..." - todavía me atreví a preguntar - "¿de qué se trata? ¡obviamente no están capacitados para hacer el trabajo!". Con esa voz maravillosamente calmada y sus obscurísimos ojos volvió a verme un tanto burlona: "Por supuesto que no. Nadie que compre una plaza está capacitado para ningún trabajo".

Caminando de regreso a nuestra cálida oficina, me hizo reflexionar sobre una cosa más. Qué bueno. Qué bueno que haya gente que se conforme con llenar una plaza, trabajar de 9 a 5 y descansar la mayor parte del tiempo. Si todos aspiráramos a crecer, a tener cada vez mejores trabajos a través de nuestro desempeño, la competencia sería feroz y el odio incontenible. El mercado simple y sencillamente muy incapaz de contener tantos deseos. Y bueno, la revolución llegaría en otras maneras más sofisticadas.

Quizá también sea conformismo aceptar esto con tanta tranquilidad. Pero, no puedo evitarlo, tengo esa extraña consigna de todos los días ser un poco egoísta.

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