23.5.03

Borgoña

Quizá todo es culpa de Benjamín, un buen amigo mío que está en Japón y hace poco relató en su blog la suprema maravilla de ir a cortarse el cabello en aquellas tierras lejanas. La verdad es que yo también sentía que necesitaba un cambio. Algo en mí no estaba dispuesto a invertir más de lo estrictamente necesario en ello, pero quería verme distinta. La semana fue espantosa y estaba cansada de la misma imagen en el espejo, en la que eran evidentes los estragos de mi último experimento güeroso - y no, no me gusto, ni poquito, de rubia.

Total que decidí que quería ser pelirroja de nuevo. Busqué más o menos al azar una estética cerca de mi casa - no tenía ánimos ni bolsillo para pagar las cuotas que se estilan en Polanco o en los centros comerciales - y me metí decidida ayer entrada la tarde. Me recibió el dueño del lugar, un chavo por demás simpático que estuvo decidiendo conmigo los colores "adecuados" para mí. "Pues mira... podría recomendarte muchas cosas muy padres... pero no sé en qué trabajes..." De pronto, me paré en seco. Otra vez. Es cierto. Tengo que arreglarme el cabello de manera que no sea DEMASIADO nada, porque luego mis jefes... En fin. Le expliqué qué hacía de la vida y él me ayudó a discernir después de una pequeña prueba de color. Me sugirió casi diez tonos de rojo que no me convencían para nada... me parecían demasiado tristes...

Seguía tratando de decidir entre los distintos y aburridos tonos de rojo-ejecutivo cuando de pronto ví en una de las paredes el cartel de una chava muy blanca con el pelo muy rojo, intenso, borgoña. Qué lindo rojo. Qué lindo. "Oye... ¿y ese rojo cómo se me vería a mí?", pregunté. El miró hacia la pared y contestó sin regresar la vista hacia mí. "La verdad, muy padre porque eres muy blanca, pero no te lo sugerí por lo que habías dicho de tu trabajo...".

Olvidé mi trabajo. Me sugirió que decoloraramos un poco mi cabello antes de ponerle el tinte, para que fuera aún más rojo. No sé qué cara puse, pero descartó la idea de inmediato (todavía es un misterio para mí misma porque hay ciertas cosas que no tolero ni pensar). Entonces puse mis condiciones: "Ok. Me encanta, estoy de acuerdo con lo que me cobras, pero me lo tienes que hacer ahora". "Pero... ¿por qué? ¿no tienes tiempo a otra hora? mira que si quieres yo puedo venir un domingo a atenderte especialmente a ti..." "No, no es eso. Es que si no lo hago ahorita que me animé no lo voy a hacer nunca". Se me quedó viendo con sus profundos ojos negros y se sonrió. "Ándale pues, siéntate".

Tengo que reconocer que el servicio no fue tan excelso como el que cuentan se da en las tierras niponas. Sin embargo, estuvo bien. Me gustó. Sentí ese vértigo que tenemos las mujeres cuando vemos nuestro cabello amarrado arriba del cuello en una maraña de color que no sabemos exactamente qué resultado tendrá. Al momento del enjuagado, sufrí un poco los jalones y el agua un poco demasiado fría. Pero pasó.

Una vez con el cabello seco, el estilista me lo mostró. Tanto él como yo quedamos asombrados. Se veía rojo, brillante, desafíante, grosero... simplemente hermoso. Tan hermoso. "La verdad... pensé que te iba a quedar bien... pero no tan bien", sonrió. Yo también sonreía.

Mucho más adelante la noche, el Duque se asustó un poco al encontrar una mujer de pelo borgoña en nuestra cama. Pero, a su vez, tan sólo sonrió. Ya sabe que así son los cambios. Y que me hacen feliz. Muy feliz.

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