6.4.20

De Monstruos y Privilegios

La nuestra es una cuarentena de privilegio. Serán más de cuarenta días, pero no parece que en ninguno de ellos tendremos hambre, o frío, o sufriremos de pobreza. Somos de esos, de los privilegiados. Y a veces, cuando uno se mira así mismo, sólo puede imaginar lo que pasa en otros sitios.
Estamos todo el tiempo los tres juntos, en el bigbrother que se supone que las familias tenían que ser - con algunos invitados que nos permite el laxo encierro holandés. Pero la verdad de las cosas es que en la vida “normal”, pasamos muchas horas separados, cada uno con su vida “privada”, con sus cosas “propias”. No sólo G y yo en nuestras oficinas, con nuestros colegas y proyectos que no se parecen nada entre sí, sino también X con sus amigos, sus maestras, su escuela. Y sé que, además de la felicidad de estar juntos, extrañamos a veces la libertad de no estarlo. Los otros momentos en los que somos y vivimos como otros.
El que lo expresa más fácil es X. No tiene ningún empacho en llorar en la mañana cuando le digo que hoy tampoco vamos a ir a la escuela. O en encerrarse en el baño - éxito uno de la cuarentena: eliminación del pañal - y gritarme con todos sus pulmones: “¡No he acabado, mamá! ¡Cierra la puerta! ¡Espera tantito! ¡To-da-ví-a-no!”. Traduzco al español su miguelito, que es nuestro caso es una mezcla bastante balanceada de holandés y tapatío. Pero tiene las palabras que necesita para decir que está cansado, que está enfadado de vernos las caras, que se quiere ir ver a sus maestras, que por-fa-vor lo deje estar en paz, aunque sea mientras está sentado en el trono.
Lo entiendo. Yo también lo hago. Confieso que a veces cuando digo necesito trabajar, en realidad necesito trabajar pero me subo, encuentro un escritorio, y no trabajo. Pienso. Leo. Escribo esto en lugar de corregir, porque para corregir necesitaría un poco más de atención que la que me queda.
Y comenzamos a estar más difíciles. Vivo rodeada de holandeses, tan aparentemente civilizados, y aún ellos tienen la cara crispada muchas veces. No gritan, casi no. No en esta casa. Pero los puedo imaginar gritando.
Yo sí que grito. Descubrí que puedo matar de risa a X jugando con él a ser un monstruo: el se ríe, y grita de susto/placer mientras yo lo correteo por la casa, y yo hago sonidos guturales que me ayudan a estirar esos músculos que están medio cerrados, a dejar salir un poco de la presión que se acumula. El se ríe. Yo me alivio.
Pero hoy me volví un poco loca temporal. En la sobremesa, mientras recogíamos los platos, se abrió la discusión de si era necesario/conveniente/atractivo salir a comprar helado o no - porque alguien en la mesa quería helado. Yo, que me había comido un helado ayer, dije que para mi no, que muchas gracias, que yo quería acostar al niño, pero que la heladería estaba abierta y es buena idea consumirles con todo y la sana distancia. A eso le siguió un intercambio tenso de quién va a la heladería, por qué, cuándo, qué va a traer, vamos ahora, más tarde, cuando se duerma el niño, si o no. “Bueno, vamos todos”. “No”, repetí, “yo no voy. El niño tiene que dormir y no podemos salir todos a comprar un helado”. Y entonces otra vez discusiones y un bufido y yo no aguanté el bufido y grité. “¡Ya está! ¡Váyanse por el estúpido helado y dejen de discutir tonterías!”.

Creo que sólo grito tan fuerte cuando soy el monstruo con X, pero X ni se enteró porque estaba viendo un poco de televisión. Me di cuenta que durante la “discusión-debate” contuve la respiración. Y cuando grité, grité con toda la angustia de mis pulmones con poco oxígeno, con todas las ganas que tengo de salir, y sentarme en mi oficina, y hablar con alguien más, y ser lo que me imagino es ser yo.

Los adultos de la mesa me miraron con ojos de plato. “Pero, ¿qué pasó?”. Yo no respondí porque estaba respirando otra vez, con dificultad, evitando soltarme a llorar. Sentí un hueco en mi pecho y pedí perdón casi de forma inaudible. G me dió un beso ligerísimo y me abrazó, casi con miedo. No me moví. Sólo seguí respirando.
No me puedo imaginar lo que es vivir en una casa donde los espacios son pequeñísimos, donde la violencia es cotidiana. Mi privilegio no está sólo en tener comida, sino en tener espacio, en tener gente dispuesta a abrazarte después de que te vuelvas un poco monstruo: sea un niño de dos años o un hombre de dos metros. Y lo agradezco.

1 comentario:

Unknown dijo...

Gracias a DIOS por Tus privilegios, y por ser una mujer valiente. Recibe un abrazo con mucho cariño y mi consabida Admiración. Que DIOS nos ayude