Escribo en el turno de la noche. Me costó mucho levantarme de la cama, pero me empujó al final la necesidad de ir al lavabo y a cepillarme los dientes. Además, el señor marido me dejó las luces prendidas porque dije que tenía que trabajar. Y lo haré, probablemente entre las 12 y las 3 de la mañana aproximadamente. Me está pasando con frecuencia estos días de locura, de extraña calma. Nos quedamos dormidos con el niño, porque el agotamiento nos puede a todos. Nos metemos los tres en la cama para leer el último cuento de la noche pasadas las ocho y media- escandalosamente tarde para un niño holandés en primavera, un poco más normal para un dutxican encuarentenado. Desde el cambio de horario ha sido un poco más difícil, porque le parece extrañísimo que queramos dormir cuando aún hay sol. Pero conoce la rutina: baño, dientes, pijama, cuento. Y después dormir.
He de decir, sin embargo, que la lectura rara vez resulta relajante - por lo menos para el oyente principal. G lee en holandés las historias de Pluk van de Pettleflet, cuentos clásicos locales del siglo 20 de la escritora Annie M. G. Schmidt - las historias de un chico huérfano que vive en un subsótano con una cucaracha que se llama Zaza. Y les pasan muchas cosas divertidas, increíbles. Lo entiendo a medias. Escucho con ojos cerrados y tomo la lectura como mi clase de holandés. Es una mentira que haya tiempo de estudiar.
He de decir, sin embargo, que la lectura rara vez resulta relajante - por lo menos para el oyente principal. G lee en holandés las historias de Pluk van de Pettleflet, cuentos clásicos locales del siglo 20 de la escritora Annie M. G. Schmidt - las historias de un chico huérfano que vive en un subsótano con una cucaracha que se llama Zaza. Y les pasan muchas cosas divertidas, increíbles. Lo entiendo a medias. Escucho con ojos cerrados y tomo la lectura como mi clase de holandés. Es una mentira que haya tiempo de estudiar.
A los pocos meses que nació X, cuando comenzamos a leerle por la noche, G se quejaba de que lo de leerle a los niños para que se duerman es un mito: que él lo había intentado durante años con su hija mayor y que lo único que lograba era cansarse mientras ella despertaba del todo. Y ahora lo entiendo: no lee cuentos para dormir, lee cuentos para emocionar. No sé si lo sabe, pero tiene una voz grave que llena la habitación de colores. Los animales suben y bajan, los personajes corren a trompicones entre las hojas del libro y se quedan dando vueltas y jugando aventuras imposibles sobre la cama.
Después de terminado el cuento, nos quedamos casi siempre en cama en el proceso de dormir. Intentamos respirar muy profundo y sonoro, ya con las luces apagadas, para hacer un poco de ruido blanco. Quizá lo rompemos todo también con esa respiración de océano, que llena la habitación de olas y pelícanos y viajes imposibles al otro lado del río. Poco a poco caemos, primero X, luego nosotros, o quizás al revés.
Empieza el turno de la noche. Arrastro mis manos sobre las teclas gastadas de mi teclado para contar que a veces el amor es otra cosa y se narra así: con cuentos, besos y respiraciones antes de dormirse, a pesar de los días largo y los turnos nocturnos.
Después de terminado el cuento, nos quedamos casi siempre en cama en el proceso de dormir. Intentamos respirar muy profundo y sonoro, ya con las luces apagadas, para hacer un poco de ruido blanco. Quizá lo rompemos todo también con esa respiración de océano, que llena la habitación de olas y pelícanos y viajes imposibles al otro lado del río. Poco a poco caemos, primero X, luego nosotros, o quizás al revés.
Empieza el turno de la noche. Arrastro mis manos sobre las teclas gastadas de mi teclado para contar que a veces el amor es otra cosa y se narra así: con cuentos, besos y respiraciones antes de dormirse, a pesar de los días largo y los turnos nocturnos.
1 comentario:
Buenas cronicas como siempre. Saludos desde Vallarta!!!
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