14.9.13

Nits d'estiu - geografía personal

En verano, si caminas por el casco antiguo de Barcelona y levantas la cabeza, con frecuencia te sorprendes de los tonos rojizos que toma el cielo después de la medianoche. Supongo que es la luminosidad de la ciudad, pero también es como si fuera una especie de eterna despedida, de aviso, de que este verano también se acaba.

- Cómo me gustaría tener la cámara para tomar una foto ahora.
- Tómala con tu mente. Te acordarás.
- Con mi mente... no creo. Tengo memoria de pez.

Después de nueve, diez años en una ciudad, casi en un mismo barrio, puedes narrar tu paso por ciertas esquinas como cicatrices. "En esa tienda trabaja el primer chico que conocí aquí". "Ahí me vi con mi ex la noche que nos dimos el primer beso". "En este restaurante venía siempre a cenar con mi papá". "La primera noche que pasé en esta ciudad cené pizza en este lugar".

Recorrimos las calles empedradas con calma, para deshacernos un poco de la cena excesiva que habíamos hecho. Nos íbamos compartiendo los hitos de nuestra geografía personal, los lugares y los momentos que nos han hecho las que somos.

- A veces me he preguntado qué hubiese pasado si yo hubiera vivido en este barrio, si algo hubiera cambiado.
- ¿En general, dices?
- Quizá tuviera una pareja, dinero... y no me estaría yendo a otro sitio.

A ratos los ojos se nos hacen agua: de risa, de llanto. No preguntamos el "¿te acuerdas cuando...?" porque no es así. La ciudad nos adoptó por separado. Años después nos juntamos, felizmente, para no separarnos. O eso creíamos. Un año atrás una estrenaba casa con una nueva pareja y otra se preparaba para seguir aquí años y años más allá. Se nos acabó a las dos el amor. Pero nos quedan los brazos: y nos colgamos la una de la otra para pasear por esos lugares. "Este era mi restaurante favorito". "En este bar me gustan los gintónics". "Ven, vamos a la Plaça Real a ver qué pasa...".

Nos sentamos en la fuente, junto a unos chicos que resultan ser policías de paisano. Los vemos detener a unos turistas que, al parecer, tienen droga. Subimos la Rambla, brazo en brazo, hablando con la claridad que da media botella de vino. Nos dejamos en la boca del metro más cercano a su casa: nos quedan días, sí. Pero ninguno como este. Como esta noche de nosotros.

Llego a casa y, sobre mi cama, abierto un libro de Rosario Castellanos. A la mitad de la hoja, la "Apelación al solitario", me dice:
Es necesario, a veces, encontrar compañía.

Amigo, no es posible ni nacer ni morir
sino con otro. Es bueno
que la amistad le quite 
al trabajo esa cara de castigo
y a la alegría ese aire ilícito de robo.

¿Cómo podrías estar solo a la hora
completa, en que las cosas y tú hablan y hablan,
hasta el amanecer?

Y yo sé que ella está, leyendo. Sé que ella está leyendo. Sé que ella está.
Y seguirá. Como una marca más en la geografía de los lugares que amo.

No hay comentarios.: