10.4.12

mil

palabra de tres letras convertida en caracteres y espacios que ahora están guardados en el disco duro – por si acaso. veo el archivo y me quedo dudosa sobre si sirve o ha servido para algo. recuerdo cómo empezó – para no dejar de escribir, tener estas manos ocupadas en algo que no fueran reportes y proyectos... para seguir contando historias que veo... y ha pasado de ser algo casi autista, anónimo a algo público sobre lo que no tengo control.
si lo imprimiéramos sería un tocho que quizá no dé mucha emoción leer. mil páginas mías, mil trozos de vida; tres ciudades base, tres más como promesas y un montón de lugares de paso donde a veces quise quedarme. un montón de lágrimas y risas en solitario y compartidas. un millón de kilómetros en aire, en tierra, en la mente. sensaciones a veces de repetirse, a veces de descubrir. son monólogos esperando convertirse en diálogos: con mil caracteres (incluyendo título y una última línea de explicación) celebro mil entradas publicadas en este blog.

9.4.12

Fuera de temporada

Una de las ventajas claras de ir a un mercadillo en la calle y no al supermercado a comprar fruta y verdura es que te encuentras con un concierto de olores que usualmente no quedan libres en los ambientes bien iluminados y controlados. Huele la fruta de temporada, huelen los fritos para desayunar, huelen los jugos recién exprimidos, el cilantro, el perejil, el agua de la pescadería, los que no alcanzaron a bañarse antes de salir a hacer la compra.

No todos los olores son agradables. No siempre la vida había sido tan impecable, tan controlada. No siempre tenías a tu disposición lo que sea que quisieras comer. El aprendizaje del mercadillo - del tianguis, en mexicano - son las temporadas. Lo que puedes comer ahora no necesariamente estará aquí la próxima semana. Lo que está más barato o asequible no es lo más malo sino lo que en el momento es más abundante. What you see is what you get.

Y luego subir con la bolsa de la compra a trajinar en la cocina, a descubrir si las cosas (que ya dijimos que se parecen, pero no son) funcionan de la misma manera que funcionaban en otro sitio, a bailar mientras cocinas, a reirte a carcajadas mientras lloras partiendo una cebolla.

Es entonces cuando de pronto te das cuenta que a lo mejor lo que estabas buscando, lo buscabas fuera de temporada. Por eso no lo habías encontrado. Porque los deseos específicos no siempre se convierten en realidades satisfactorias. Toca darle tiempo al tiempo. Toca abrir los ojos, los oídos, entender las oportunidades. Probar lo que te toca probar en ese momento.

Al fin y al cabo, sí que hay veces que el partido se gana en los dos minutos de tiempo de compensación.

5.4.12

Pequeñísimos gestos

Tomo fotografías todo el tiempo y conservo las que otros toman - me gusta documentar las ciudades, la gente, el crecimiento, las bienvenidas, las despedidas... y a veces, sólo muy de vez en cuando, consigo encontrar esas cosas increíbles que se quedarán en mi memoria.

Por ejemplo, esta fotografía de abajo. Tomada en diciembre, estoy con mis dos hermanos y mi cuñada. Nos estamos convirtiendo en "compadres" obra y gracia del bautizo de mi sobrina. Estamos atentos. Estamos bien.

Yo me quedo con los dedos de mi hermano el que sigue de mí, el hermano mayor, en mi brazo. Me quedo con su apoyo y su cariño. Conservo para mí la confianza en dejarme responsable espiritual - a mí, of all people - de su hija pequeña...

Ese hermano mío hoy cumple años. Y pocas veces hago extensivamente claro y público lo orgullosa que me siento de él: ese papá, esposo y hermano cada día más comprometido, más amoroso, más dulce. Se merece que se lo diga. Y de regalo, lo único otro que puedo hacer - pedirle al cielo, a todas las cortes celestiales en cada cultura y cada rincón del mundo, que lo protejan y que nos ayuden a tener claridad para querernos siempre, como hermanos, cada vez más.

Todo eso, en una fotografía.


3.4.12

Visto y no visto

Hay una cosa que siempre he temido perder: el asombro. Esos ojos nuevos en sitios nuevos que te ayudan a maravillarte de las cosas sobre las que no, nunca habías puesto tus pupilas. Hace casi cinco días, desde un avión, reconocía el entramado complejísimo de una ciudad enorme por la que no había caminado nunca. Es verdad que se parecía a mis propias megalópolis en extensión, a aquellas en donde ya he vivido, pero ésta era distinta por un montón de brotes más de verde aquí y allá. También era diferente porque, al no estar el aeropuerto tan en el centro de la ciudad, se tiene una especie de vista más amplia.
Mientras camino, en las esquinas a veces reconozco cosas. Reconozco las calles más o menos limpias no por exceso de limpieza pública, sino porque la gente no tira basura. Reconozco las aceras reventadas por la violencia de las raíces de algún árbol que está convencido de que debió haber nacido en medio de un bosque. Reconozco la sonrisa de buenos días de la gente a la que no has visto nunca. Ciertos sabores. Cierta manera en que tiene la luz de incidir sobre el asfalto. Cierto final de verano en donde, a las cinco de la tarde, mágicamente un cielo que estaba despejado y que tenía un sol inclemente huele, profundamente, a lluvia.
Hay cosas, por otro lado, que no había visto nunca y me maravillan. Sí, ciertamente, cosas tangibles: edificios perfectos y sinuosos, una energía económica, frutas que no había probado nunca antes, sonidos de palabras que más me suenan a murmullo y canción que a discurso de trabajo. Pero las que más me maravillan son las cosas que veo puertas adentro, en las sonrisas de quienes me rodean, en su voz, en su interés continuo para que yo esté bien.
Me siento en casa pero no por lo que reconozco. Por lo nuevo que veo. Por lo que en eso intuyo.