18.4.07

Can't buy me love

Liverpool, lo acepto, no era una de las ciudades marcadas en mi mapa imaginario con los destinos ideales. Como para miles de mexicanos, es más, representaba más bien una tienda departamental de a veces dudoso gusto y extrema presunción (no tanta como el Palacio, pero menos que Fábricas de Francia). En fin. Que no tenía grandes ilusiones al respecto.

La otra Cynthia - no habemos suficientes en el mundo - estudia ahí, en la escuela de Sir Paul McCartney. Yo quedé en ir a verla después de su visita el año anterior. Pero lo postergué hasta lo indecible. Hasta que me llamó y me dejó clarísimo que se iba de regreso para México y que yo era lo peor por no cumplir con mis promesas, no me puse a buscar boletos de avión. Y coincidió que ir en los días de semana santa no era TAN caro. Manos a la obra.

Viajamos el viernes. Siempre se me olvida que no me gustan las aerolíneas de bajo costo porque los aeropuertos están literalmente en el culo del mundo y es como viajar en el Estrella Blanca de los aviones. Pero bueno. Fuimos a Girona - primero en tren, luego en bus - y tomamos el avión. Un avión repleto. Dormimos a bordo. Cuando llegamos, en Liverpool apenas daban las once. Cynthia y Luis, otro amigo, nos esperaban. Y parecía también esperarnos un autobús ¡de dos plantas! que nos llevaría hasta el centro.

El primer recuerdo de que Liverpool es la ciudad de los Beatles es justamente el aeropuerto: The Liverpool John Lennon Airport. Su logo es la caricatura de Lennon en Imagine y su slogan, increíble, es "above us only sky". Y hablamos de apropiaciones.

Liverpool, como el resto de Inglaterra, se comporta actualmente como un chico que apenas tiene edad legal para beber y está en casa de los tíos simpáticos. Apenas hace un año, se derogó una ley que obligaba a todos los bares a cerrar a las 11 y a las discotecas a las 2. Hoy, hay cientos de sitios que abren las 24 horas. La fiesta es larga, salvaje y alcoholizada. Litros y litros de cerveza. Además, en Liverpool, prácticamente todos los bares tienen banda en vivo cada noche... lo que tiene ser la ciudad cuna de unos de los músicos más influyentes del siglo pasado.

Después de la fiesta obligatoria del viernes - fuimos a un bar divertido donde trabaja Afrika, otra amiga de C - había que dormir para aprovechar el sábado. Yo me paré temprano y me puse guapa para ir a la Tate Gallery de Liverpool. Es chiquita. Pero es lo máximo. La exposición permanente es bastante buena, varia y había una temporal sobre la importancia de Liverpool en el mundo de la cultura del siglo XX. Magnífica. Lo más increíble de todo era ver como los Beatles estaban presentes, pero obviados. La exposición decía a gritos: Liverpool es mucho más que "she loves you, yeah, yeah, yeah".

(Me contaron un cuento con respecto a la Tate que no me quiero olvidar: un par de sujetos, consumidores muy ocasionales de drogas, reciben como regalo un par de ácidos. Están en casa, meditando sobre cuál es el momento perfecto para ingerirlos cuando descubren por el periódico que en la susodicha Tate hay una exposición de arte psicodélico. Se comen los ácidos y se van a la Tate. No se me ocurre mejor manera de aprovechar la droga, ja.)

Luego de la Tate, fuimos a caminar por Liverpool. La gente inunda las calles haciendo compras, comiendo. La siguiente parada fue un bar, donde íbamos a ver el fútbol - a donde fueres. Karl y Afrika habían ido ese día a hacerse un piercing. Eran tan bonitos. Me acordé del mío en la nariz y me dió nostalgia. El Duque me miró con ojos de horror cuando yo dije que quería ir a hacerme uno. Al final, terminamos en un bar de regatas viendo el partido del Liverpool, junto con un montón de fanáticos de edad, digamos, más allá del promedio - todos los otros sitios estaban llenos.

Ese día aprendí que los noruegos hacen una cena familiar importante el sábado de Gloria, onda thanksgiving. Los vecinos del sótano de casa de Cynthia son noruegos compartidos y nos invitaron a la cena: cordero al horno, verduras, papas, gravy... Como navidad. En la noche volvimos a salir. Esta vez fuimos (principalmente) a Le Bateu, el bar indie por excelencia. Me encantó la estética: los chicos con pantalones de pitillo, camisas, corbatas angostas y suéteres; las chicas con vestidos amplios, con crinolinas y grandes tacones. Lamenté profundamente no ir disfrazada, pero igual estuve bailando. Fuimos a otro bar muy fresa y estuvimos ahí bebiendo vasos de agua hasta que nos cerraron - hay un límite para la cerveza que puede consumir uno. En el camino entre ambos bares, sucedió algo extrañísimo: nos encontramos a dos policías de la guardia montada en sus enormes caballos. Yo me emocioné. Cynthia los paró y les explicó que yo quería tomarme una foto. Y ellos posaron. Para la foto. Los policías ingleses son raros.

El domingo fuimos a Chester, un pueblo cercano con una muralla y anfiteatro romano y todo. También tiene el segundo reloj más fotografiado después del BigBen. Hacía mucho sol: de hecho estuvimos tirados junto a varias decenas de ingleses tomando el sol junto a un río. Y me comí un helado de gengibre. Calles bonitas, gente paseando, hamburguesas, más pintas de cerveza en un bar tradicional llamado el halcón, papas fritas en un paki (en Inglaterra los llaman takeaways) y el tren de regreso. En casa, nos dió el síndrome de domingo: baño largo, pizzas congeladas y Monopoly versión Liverpool. Tampoco era un plan malo.

El lunes nos íbamos. Me levanté triste. Siempre me pasa. No me gusta que se acaben las vacaciones. Es importante decir que fue el único día que hubo clima inglés: lluviosito y ventoso. Vimos la catedral anglicana, que es preciosa - a veces, cuando me doy cuenta lo conscientes que están ellos de la comunidad, entiendo que una amiga mía católica dijera que estaba considerando seriamente hacer el cambio -, el cementerio al lado, el chinatown (de dos cuadras) e hicimos el tour ultra-rápido de los Beatles, incluyendo por supuesto, The Cavern. Ya veríamos Penny Lane de regreso al aeropuerto - sigue siendo cubierta por el suburban sky.

Comimos comida inglesa - es mala, ni modo - con cerveza inglesa y regresamos a casa para terminar de empacar y despedirnos de todos, menos de Karl, que estaba trabajando. Una lástima. Cynthia quería que fuéramos a molestarle a su lugar de trabajo, pero nosotros no nos atrevimos. Adultos aburridos, qué hacerle.

En el aeropuerto nos tomamos fotos en el yellow submarine evitando las filas para documentar. Otra vez, viajar como vacas. El avión se retrasó dándome tiempo para deambular por las tiendas. Ni compré nada, en realidad: mi "botín" consistió en un par de libros, té y unas galletas. Ah, y unas papas adobadas con chile thai.

Me quedé con ganas de más fiesta y todo, la verdad. Pero me volvieron invitar a finales de mayo. Así que todo puede suceder...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me da mucho gusto que la hayas pasado bien acá. Espero que puedas venir para el 19. Muchos besos.

Quid. dijo...

tenes buena narrativa...
no se como vine a parar aca pero me gusto
saludos

Quid. dijo...

me gusta la forma en que narras!
hasta senti que yo estuve en liverpool, bueno saludos