7.10.04

Desde el caluroso frente de Vallarta

El término de la semana pasada fue demasiado conflictivo. Entregas, el Duque dejando su trabajo, su jefe portándose tan especial - por no usar otra palabra como siempre - y yo cambiando mi cabello a oscuro con rayitos clarosos. Extraño. Luego, el sábado, la boda de Alberto y Rax en la que fuimos padrinos de arras. Qué fuerte. Lo más bonito de la ceremonia religiosa fue ver a un ministro metodista tratando de poner de acuerdo al rabbí que tocaba el órgano y al montón de católicos que estábamos en la concurrencia a la hora de los himnos. ¡Ah, la ecumenicidad (o como se diga)!

Después de la fiesta en la que corrieron litros y litros de agua de jamaica, fuimos a vestirnos de gente normal y terminamos con una simpática jarra en el Salón Corona. No me puedo olvidar de la cara de Isaías después del quinto tarro de cerveza ni de el asco absoluto que teníamos Sara, Carlos y yo al darnos cuenta de que alguien había decidido que tenía que volver el estómago en la mesa en la que estaba. Un poco horrible. Querían llevarme a otro lugar - yo estaba lo suficientemente contenta para irme a otro lugar - llamado "La ..." algo, pero acabamos en casa de Isaías. Se subió a dormir y nosotros nos fuimos a casa... a las cuatro de la mañana.

Al otro día, cruda de por medio, salimos a nuestra comida de despedida en Toluca. Pierna horneada, ensalada de manzana con zanahoria, mucha familia... algo parecía navidad, pero no había regalos. Bety, mi sobrina, se declaró muy inconforme porque tampoco hubo pastel ni piñatas. De acuerdo con ella. Al final, el Duque se sentó con Eugene y el Chacuas a tomarse no sé cuántas botellas de tequila. A pesar de todo, la noche terminó temprano. Yo había aprendido mi lección un día antes.

El lunes salimos tarde a desayunar-comer con mis suegros y nos despedimos de ellos. Después, fuimos a un banco a cancelar una cuenta del Duque en la cuál no solamente ya no había ahorros, sino que se debían 68.44 pesos de manejo de cuenta. El horror.

Al salir de ahí, caí en el pánico de la falta de carta para el préstamo educativo (laaaarga historia). Así las cosas, el Duque me llevó a su universidad donde, después de algunas horas de espera y de una petición un poco incómoda, conseguí la carta. Recogimos boletos de avión, cancelamos una cena, nos organizamos otra y el Duque se compró lentes nuevos. Y de regreso al DF en donde estuve rompiendo papeles hasta que me quedé dormida ante el horror de Hacienda.

El martes manejamos temprano al departamento de Chabacano, donde se quedará guardado el Alien durante estos días. El Duque y el Chacuas se quedaron a desayunar mientras yo iba al Banco de México (la misma laaaaarga historia) a entregar el papelito conseguido en Toluca. Fue mucho menos efusivo de lo que yo esperaba.

De regreso, taxi al aeropuerto (se me había olvidado que antes sólo estaba a 20 minutos de mi casa) y vuelo a Puerto Vallarta, que nos recibió con 34 grados de temperatura y 95 por ciento de humedad. Desde ese momento, he vivido un continuum borroso de opíparas comidas, ataques de anorexia y horror ante las flacas del Puerto, visitas a la playa y al malecón y largas pláticas con mis padres. Muy bonito, muy bonito. La hamaca que está junto a mí me llama. Ya regresaré.

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