Saliendo del letargo
Después de nuestro encuentro con Maruja pasaron docemilquinientas cosas. Entre ellas que yo no me pude recuperar de llegar de Europa y dejé de escribir por placer para enrolarme en un divertidísimo caos de reportes, planeaciones y emergencias de comunicación. Cosas de por sí tristes.
Como cientos de miles de personas, ahora vivo en una ciudad tomada. Abajo de edificio hoy no hay campesinos, pero sí máquinas que perforan, destrozan, rompen, arman pisos sin cesar. Reforma es una sucursal de la guerra. ¿Se acuerdan de aquella película buenísima Wag The Dog con Dustin Hoffman? Pues así. Es como si el Peje de Gobierno hubiera decidido crearse un surrealista escenario de caos para denunciar - cual soberano en decadencia - que hay un complot en contra suya.
(Y aquí el único comentario válido es el que haría mi querido James: Se busca desesperadamente a alguien a quien le importe)
Hay algo en la confusión cotidiana que acaba por volverse aburrido. Durante la mañana una idea me parece brillante y conforme pasa la tarde va perdiendo todo color. Incluso pierde las ganas de ser discutida o planteada. Más cuando se lo cuentas a alguien y te dice: "Ah. Eso. Pues no estás descubriendo el hilo negro. Además, no funciona".
Lentitud. Lentitud. Lentitud. Ah, Kundera, Kundera donde estás que no te ¿vea?.
(Definitivamente en el ácido. Tantas horas de masticar chicle deben haber afectado alguna de mis neuronas)
Hoy tuvieron que hacerle un tratamiento intensivo a mi computadora por virus y borraron todas mis ligas de favoritos. Habrá que recuperarlas.
Mañana es Día del Libro. Y tú... ¿qué le vas a regalar?
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