Saben los que han vivido conmigo que hay una manera infalible de asegurarse que esté de mal humor todo el tiempo: que me despierten con música a todo volumen y, aún peor, que esta música sea de violines. Hoy, después del trajín de maletas una vez más (todavía no se acaba el periplo) desperté con una grabación en vivo de un croonerwannabe llamado Mijares que se escuchaba mucho en México al inicio de los noventas. Abrí los ojos lentamente - mientras me ubicaba en la ciudad de México, en casa de L, escuché no sólo sus grandeséxitos sino también otros grandeséxitosdelosnoventa en su voz y pensé que, quizá, esta es la peor grabación de la historia. Pero en lugar de estar de mal humor me hizo despertarme pensando en mi casa.
Imaginé que el responsable de tal volumen musical en un domingo a las nueve de la mañana era el señor que cuida y lava los coches en el edificio donde vive L pero no. De pronto, hubo cambio de música, y comenzó a sonar Luz Casal. Con ella, como segunda voz, una de las vecinas del edificio comenzó a gritar casi a gritos, imagino que restregando el sentimiento contra alguna labor casera.
En Barcelona conocí el concepto "música para planchar": básicamente, la música que se pone en casa mientras uno hace quehacer. En mi imaginario, en mi memoria, es muy sencillo definir qué es eso en una imagen: tengo tres años, estoy correteando al perro en casa de mi abuela y del sistema de sonido retumban las canciones en longplay de Juan Gabriel mezcladas con la voz de mi tía que canta, mientras todo se va llenando de un olor inconfundible a limpiador de pino.
No sé a qué huela la casa de la vecina. Sé que hemos pasado de Luz Casal a Chavela Vargas y ni en comparación con esta última la vecina está entonada. Pienso en mis vecinos de Barcelona y en mi costumbre de poner música de Juan Gabriel cuando limpio. Hago una nota mental de nunca empezar en un domingo antes de las diez y media de la mañana. Podría generar un odio irracional a la música para planchar. Sería una lástima.
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