Después del brindis, la cena, las palabras de mi abuelita, los abrazos; algo en la parte interna de mis rodillas comenzó a quejarse. Y el dolor se extendió después a la espalda baja y al centro de mi frente, También al respirar comencé a sentir el aire frío que alimentaba de alguna forma una especie de bosque interno en medio de mi pecho.
Era un resfriado.
No podía sorprenderme: entre la lluvia, el cambio de clima y los incontables abrazos a primos, amigos, sobrinos y tal que tenían la nariz como una llave que gotea, era normal. Desperté el 1 de enero de 2013 con la boca seca y una tos constante - una nariz, yo también, como llave.
Afuera, a través de la ventana, la lluvia. Guadalajara lloviendo en invierno, las cabañuelas, que las llamaba mi abuelo. Estrictamente, son una buena señal. Si llueve los primeros días del año quiere decir que también lloverá correctamente en junio, julio y agosto (cuando aquí se cae todos los días el cielo).
Me arremolino entre las cobijas. A intervalos regulares, viene mi mamá a revisar que la fiebre no esté muy alta, que no tenga una pierna fuera de la manta, que no me haya puesto a hacer demasiadas cosas. Tengo permitido leer, escribir, bajar a la cocina a comer... aunque ella quisiera traérmelo y convertir la habitación en un centro completo de cuidados.
A decir verdad, me siento mal. Me gustaría salir a tocar las hojas del guayabo, perladas por horas y horas de lluvia, a ver los pájaros que cantan y el cielo plomizo. Me gustaría ir con mi mamá a comprar las tortillas y la fruta siguiendo el mismo camino que cuando era la niña. Me gustaría tener energía para hacer cosas que necesito hacer.
Pero, también a decir verdad, me siento privilegiada. No todos los años puedo comenzar en una cama escuchando a mi sobrina cantar, a mi mamá trajinando por la casa, a mi padre hablar con mis hermanos. Es un buen lugar. Aunque toque quedarse un poco en cama.
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