Con una copa de vino, en la terraza, Vladimir cuenta el día que su profesora de dibujo hizo que sus padres fueran a la escuela. Les habían dado una hoja en blanco y libertad para poner ahí lo que quisieran y él comenzó a dibujar calles y edificios... plenos 80, había estado la noche anterior escuchando quizá las noticias que sus padres ponían siempre en el televisor. Cuando se acercó la profesora a preguntarle de qué se trataba, dejó de dibujar y la miró, con esos ojos de sorpresa y desprecio que sólo puede poner un niño de diez años que se encuentra de pronto incomprendido por los que deberían de estarle enseñando algo. "Pues mire... es la reconstrucción de Beirut...".
No hay sorpresa entonces en que, a veces, escriba ahora una tesis doctoral comparando intermodalidades en varias ciudades europeas. Ni que se pase sus vacaciones visitando parques y edificios nuevos.
Supongo que no hay sorpresa tampoco de que mis amigas las que querían ser cantantes amen los karaokes, o las que querían ser mamás planeen la mejor manera de tener un equipo de fútbol, o las que querían ser políticas vayan de traje sastre de oficina en oficina. No hay sorpresa, entonces, que pase yo tantas ahoras leyendo y viendo y escuchando. Yo, que lo que quería hacer de grande era contar historias.
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