24.2.06

De los cronopios, los famas, los hijos y los cortes de cabello

Yo quería que me cortaran el cabello y no pagar. La única solución era prestar - una vez más - mi cabeza para algún experimento en una escuela especializada que conozco. La verdad es que la cosa es bastante normal: como son cursos para profesionales en activo, la idea es que llegues como si fueras una clienta y ellos se tienen que adaptar a lo que tú estás o no dispuesta a hacer.

En este marco, me senté junto con otras siete chicas a ser "elegidas" y "renovadas". Por mí se decidió una chica madrileña, intensamente nerviosa. Muy buena, pero muy escrupulosa. Lo cual se vuelve más complicado cuando hay que trabajar con una melena tan abundante como la mía. Aclaro: tengo cabello de gato. Delgadito. Pero muchísimo. Eso no se nota hasta que vas por el segundo tubo de pintura o la segunda tanda de cepillazos para deshacerme además los múltiples nudos. El otro alumno escrupuloso era un chico mexicano - que se molestó mucho cuando le pregunté si lo era, pero esa es otra historia. Él tomó como sujeto de experimentación a una chica con una tez nívea, increíble, intensos ojos verdes y cabello muy negro. Le preguntó si le podía cortar mucho el flequillo.

Yo nunca había visto a nadie demorarse casi una hora en cortar un flequillo. Flequillo que, al final, tenía un largo aproximado de tres centímetros. Bendije profundamente que la chica que me eligió. Por que si me hubieran cortado el cabello así... bueno, tendría gran drama.

Como ratones de laboratorio, la casi-blancanieves y yo estuvimos mirándonos todo la tarde, riéndonos de cuando en cuando: vamos, compartiendo el "martirio". Cerca de las siete, llegó la hermana de esta mujer a dejarle a su hija, un terremoto de siete años llamado Asia. Traía consigo una máscara de jirafa que había hecho en la escuela y estuvo hablando con los que quedábamos hasta que se cansó. Intentó que también a ella le cortaran el cabello, se manifestó totalmente en contra del cabello del mismo estilista y esperó, paciente, a que su madre recibiera los últimos toques del estilista y el maestro, quien corrigió los últimos detalles.

Cuando por fin la terminaron, yo todavía estaba en el proceso de corte. El profesor le preguntó a Asia si le gustaba cómo había quedado su mamá (cabello intensamente negro, cortísimo, ultramoderno... destinado a perder la forma en una semana). Asia dudó. Iba a decir algo... Le volvieron a preguntar: "¿te gusta cómo se ve tu mamá?". Asia suspiró ante el súper moderno look de su madre y preguntó a su vez: "¿no la puedes poner pija?".

Todos soltamos una carcajada. Pero en el fondo, entendí el reclamo de la pequeña: sí, para los demás puede ser muy cool que yo tenga una madre muy cool, pero yo lo que quiero es una pija de esas normalitas, como las mamás de mis compañeros. Vamos, ella lo que quería seguro era que le pusieran una melena chocolate con reflejos cobrizos y se lo plancharan... como lo que me hicieron a mí.

El episodio me hizo recordar uno de mis cuentos favoritos de Cortázar, "Educación de Príncipe"

Los cronopios no tienen casi nunca hijos, pero si los tienen, pierden la cabeza y ocurren cosas extraordinarias. Por ejemplo, un cronopio tiene un hijo, y en seguida lo invade la maravilla y está seguro de que su hijo es el pararrayos de la hermosura y que por sus venas corre la química completa con aquí y allá islas llenas de bellas artes y poesía y urbanismo. Entonces este cronopio no puede ver a su hijo sin inclinarse profundamente ante él y decirle palabras de respetuoso homenaje.

El hijo, como es natural, lo odia minuciosamente. Cuando entra en la edad escolar, su padre lo inscribe en primero inferior y el niño está contento entre otros pequeños cronopios, famas y esperanzas. Pero se va desmejorando a medida que se acerca el mediodía, porque sabe que a la salida lo estará esperando su padre, quién al verlo levantará las manos y dirá diversas cosas, a saber:

-¡Buenas salenas cronopio cronopio, el más bueno y más crecido y más arrebolado, el más prolijo y más respetuoso y más aplicado de los hijos!

Con lo cual los famas y las esperanzas junior se retuercen de la risa en el cordón de la vereda, y el pequeño cronopio odia empecinadamente a su padre y acabará por hacerle una mala jugada entre la primera comunión y el servicio militar. Pero los cronopios no sufren demasiado con eso, porque también ellos odiaban a sus padres, y hasta parecería que ese odio es otro nombre de la libertad o del vasto mundo.

Y bueno. Quién sabe cuál será la venganza de la buena de Asia, que puede acabar siendo física nuclear para desesperación de su madre, profesora de yoga. Lo que sí sabemos es que al final de la tarde de ayer, Asia salió del sitio disfrazada de jirafa. Su mamá, de mujer liberada y ultramoderna. Y yo, bueno... yo con corte de cabello de pija.

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