Después del cambio de horario, estos días camino el kilómetro y medio que hay desde la boca del metro hasta mi trabajo con un poco más de luz. En las noticias y la prensa he leído varias veces que el barrio que cruzo puede llegar a ser peligroso durante las noches o cuando salen por ahí las turbas de ultraderechistas antiinmigrantes. Pero no camino con miedo.
A un par de manzanas de mi oficina, hay un banco - sucursal para empresas. Esta mañana descubrí que la puerta de seguridad y el cajero automático habían sido vandalizados - para utilizar esa palabra tan dominguera. No puedo explicarme del todo cómo fue. Con qué tipo de sustancia hay que estar alterado para tener la fuerza suficiente y causar tal destrozo. Simplemente me sorprendieron los pedacitos de vidrio, el policía que me miraba desde dentro de la sucursal con los ojos abiertos e impotentes, el vecino que salió de su casa (la sucursal está en la planta baja de un edificio habitacional) hablando por el móvil con cara impasible.
Quise imaginarme cómo sonaron los golpes en la cocina de los vecinos del primer piso. Cómo los sintieron los caballos de la escuela de equitación que está cruzando la calle. Cómo estaba vestido quien dió el primer golpe. Al final, no sentí miedo. Sólo lástima por el policía que, desde dentro de la sucursal, seguía mirando a la calle, perennemente sorprendido.
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